Entraron de la mano. Una pareja joven, que después de un escueto, buenas
tardes, se dirigió al fondo de la sala.
Una moneda se oyó caer al cajón metálico casi vacío de una máquina
recreativa. La música repetitiva empezó a sonar indicando que estaba en
funcionamiento, pero no se oía el golpear del disco contra las bandas
laterales. Solo una persona estaba junto a la pared, esperando, la otra se
había ido al servicio mientras el tiempo corría, agotando la partida.
Justo al lado otra pareja que
había estado jugando al billar, se ponía las cazadoras y se marchaban, después
de terminar su partida.
Aquella pareja a su rollo, al fondo de la
sala y yo al mío, escribiendo en el ordenador, en la entrada, tras el mostrador
del kiosco.
Pasaron unos minutos, la música ratonera dejó de sonar, el tiempo se
había acabado y se pusieron en el billar.
En un momento dado, volví la cabeza para ver como jugaban. he de reconocer
que mi primera reacción fue la de apartar la vista. Las dos jovencitas se estaban
besando en la boca apoyadas en una columna, cundo volví a mirar seguían
jugando, entre tirada y tirada, se miraban, abrazaban y se volvían a besar. Me
pareció una secuencia de imágenes bonitas, tiernas, dos personas que
indiferentemente de su sexo demostraban su amor.
Una cosa es saber que es normal y otra aceptarlo con normalidad. Pese a
mi edad y la sorpresa del primer momento, solo veía en ellas a dos adolescentes
que tonteaban con sus miradas limpias de prejuicios. Sabían claramente que las
estaba observando. Para evitar mi incomodidad en vez de cambiar su aptitud,
siguieron con sus carantoñas, dando un aspecto de cotidianidad a su relación.
Cuando se fueron, el escueto y
frio buenas tardes de la entrada se
cambió por un hasta mañana agradable con una mueca en sus labios, a lo que
respondí giñando un ojo con un gracias, hasta cuando queráis y una sonrisa de aceptación y complicidad.
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