Vacio se encuentra por dentro. Observando
con desidia, un mundo mudo, que ya, ni se queja. Elementos derrotados por la incomprensión,
que demuestran su abatimiento en silencio, como recluidos en celda de
monasterio, a la hora de la oración.
Una simple lagrima caída del cielo,
haría germinar a esa insignificante semilla que tanto la espera y la flor volvería
a inundar de color el paisaje y de su aroma impregnaría la desolación. Pero las
nubes, las nubes se cansaron ya de llorar.
Aquel color que alfombraba, resultante
de la fusión del cerúleo y cítrico, quedó en el pasado, en los lienzos que pintaron los que ya no
están. Las laringes de las aves que
junto a él aparecían, fueron atenazadas,
dejando de emitir dulces sonidos para dar la bienvenida a aquello llamado
primavera.
Hoy el viento sopla gris, cansado
de arrastrar polvo de desperdicios, ya ni siquiera putrefactos de un lado a
otro. La mar ya se hartó de ir y venir a
la orilla sola, sin nada que dejar o
recoger. Las últimas nieves que dieron
luz a las cumbres, dejaron de ser
blancas, se diluyeron dejando a merced de los insultantes rayos cobrizos, a esas rocas de aspecto desahuciado
y triste.
Las entrañas de esa masa esférica,
se retuercen a cada giro, desgarrando la superficie y vomitando improperios en
forma de fuego. Las
aguas que debían congelarse, para hacer
rodar de nuevo la rueda de la evolución de nuevas especies, quedó convertida en un lodazal sintético, barro
seco y estéril de color pardo exento de esperanza.
La poca vida que queda, se refugia
encavernada en oscuros túneles que se transforman, aparecen y desaparecen en
cada movimiento. Especies que se
alimentan del olor a azufre. Seres de corta vida y ningún conocimiento,
adaptaciones que han mutado genéticamente para poder formar parte de ese hostil
enjambre de despropósitos.
Sensación de habernos cargado la Tierra, poeta.
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