-------- Dónde marchaste -----
----- Capítulo 7º - Final----
El 5 de junio De 1973, justo el día en que cumplía sus 75 años, moría
solo, como había vivido los últimos años.
Tan solo la gente del vecindario acudió a despedirlo.
En el cementerio descansa por fin su alma atormentada. Sus poemas de
otra vida, alcanzaron laureados galardones, mientras él, vivió pobre pero
feliz, regalando sus letras, por no encontrar quien pagase por ellas.
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Un 16 de agosto de 1936, en la querida España, llamaban a su puerta.
Atrás quedaban los días de gloria.
Algunos de aquellos que hasta entonces, habían sido adeptos de sus escritos
y reflexiones, ahora lo vilipendiaban, por reaccionario, por pensar en voz alta,
por su sexualidad o simplemente por envidia.
Un señor, amigo de la
familia, vestido de uniforme y dos estrellas en la manda de la chaqueta, la
noche del 19, lo empujaba a una cuneta, en el transcurso del último paseo, poco antes de llegar a la altura del
cortijo Gazpacho.
Allí pasó toda la noche
agazapado por el miedo.
El sonido de los disparos de un
pelotón de fusilamiento en un sitio cercano, retumbaría dentro de su mente toda
la vida.
De madrugada, un desconocido pasó a buscarlo.
Lo mandó subir al coche, hecho un cuatro y cubierto por mantas, permaneció en el maletero durante todo el día
y parte de la noche, hasta llegar a un lugar desconocido para él.
Allí debería esperar en soledad la próxima señal.
En la habitación de aquella pensión, donde había estado escondido los
últimos días, una maleta prestada, atada con cuerda de esparto como cierre y
asa. Que solo contenía cuartillas escritas en la penumbra de su
pena, envueltas en una camisa de cuello
de tira y un pantalón, esperaba en la noche el sonar de un doble claxon; señal
de que era hora de partir.
Abandonaba la habitación, en que había
estado alejado del mundo. Tras la frontera, debía encontrarse con
compatriotas que se habían adelantado en su exilio.
Mirando
hacia delante, nada quería ver. Al
volver la vista atrás, imaginaba el resplandor de las granadas de mortero, que
empezaban a asolar su paria, cubriéndola de sangre, desolación y muerte.
En la parte trasera de ese vehículo lleno de lágrimas, tan solo un lápiz
sobre un papel hablaba. Contaba la contradicción no entendida. La cobardía de la mano, que no se veía con
fuerza para empuñar un arma que no fuera su pluma para defender sus ideas.
La impotencia subyugada por la consternación
de perder todo aquello que había conseguido.
Miedo a ser encarcelado, a que destruyesen
sus últimos escritos y después de un tiempo, acompañar a sus compañeros en la
fosa común de los olvidados.
Él, que había elegido el estar cerca de los
suyos, se veía obligado a marchar sin siquiera despedirse.
Los minutos interminables, formaban parte de las horas de despedida,
atrás quedaban los recuerdos, la infancia y la juventud.
La familia que lo recordaría bajo
aquel olivo andaluz donde se sentaba a escribir.
El sol y la luna, ya no serian iguales y
los poemas de luz, serían sombras difusas en la niebla.
A lo lejos, otra bandera tricolor, le daba la bienvenida a un nuevo
país, a una nueva vida, a un destino cargado de incertidumbre donde poder
cantar a la libertad.
El largo viaje tocaba a su fin. Se adentraban
en la ciudad de Toulouse. En una esquina discreta y solitaria se apearon los
viajeros, con un simple hasta siempre camarada, partió de nuevo aquel coche
llevándose dentro su maleta.
De su bolsillo sacó un papel, en él, apuntada la dirección donde se
debía dirigir junto con el nombre de esa persona por la cual debía preguntar.
No manejaba el idioma, fue enseñando esas letras a unos y otros,
intentando entender sus indicaciones.
Por fin, se encontraba frente al portal,
la puerta abierta lo invitaba a entrar y un señor le preguntaba en castellano
afrancesado:
Anciano.-
¿qué desea usted?
Federico.- ¿Cómo sabe que soy español?
Anciano.-
no pregunte, salta a la vista.
Federico.-
me dijeron que pregunte por Lemaítre
Anciano.-
en el segundo piso, habitación nueve
Las escaleras de madera crujían a cada paso y el ladrido de un perro,
parecía esperarlo en el rellano.
Lemaítre.-
s’assoir Pierre
Federico.- ¿es usted Lemaítre?
Lemaítre.-
tranquilo, no hace nada, pero el paso firme no tiene porqué oírse, si la
carcoma de la madera despierta, al final termina destruyendo las vigas y hace
que el edificio se derrumbe.
Federico.-
yo soy…
Lemaítre.-
silencio. Tú, ya no existes. En esta
semana han pasado muchas cosas.
Federico.-
pero…
Lemaítre.- no hay peros.
A Federico lo fusilaron bajo un olivo en el camino que lleva de Viznar a
Alfacar, junto a un maestro ateo y dos banderilleros anarquistas.
A partir de ahora serás un obrero, llegado de España buscando un mejor
trabajo. Estos son tus documentos.
Manuel de la Torre Ríos. Este es
tu nombre.
Federico.-
¿Y mis obras?
Lemaítre.- Tus obras, con el tiempo… Ten por seguro que
serán… Lo que merezcan ser.
F
I N
Un final inesperado pero fantástico!!! Un gran homenaje, un tributo a un grande! Enhorabuena Carlos por este excelente historia que deja traslucir no solo tu sensibilidad, arte e investigación para poder realizarla.. felicidades !!! gracias por compartirla !!!
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