Hoy recuerdo aquella noche. Las trincheras se iluminaban con la luz
anaranjada de las bengalas que surcaban los cielos. Las bombas caían y cubierto con uniforme y
galones, mi valor se suponía.
Empuñando aquel fusil cargado de hipocresía,
defendiendo una alambrada que quería ser frontera, y al otro lado un amigo, un
pariente, un hermano, con uniforme distinto por azares del destino. Hijos
de la misma tierra, la misma sangre en las venas, sin diferencia de ideas, los
dos rezando al mismo Dios.
Se cruzaron nuestras balas, los dos caímos
heridos, los dos dejamos el frente para ir al hospital y hoy después de los
años, sentados junto a una mesa, nos repartimos las cartas, nos echamos la
partida.
Juntos brindamos con vino el día en que se
nuestros hijos contrajeron matrimonio y a los dos se nos cae la baba, mirando a
este nuestro nieto que ya ve haciéndose un mozo.
Y a veces cuando lo
miro, recuerdo aquella trinchera y pienso…
Qué suerte, que suerte que
ninguno de los dos supiéramos ni como se apuntaba.
Perfecto, Carlos. Un cuento corto, conciso, detallado. Tres generaciones necesarias para llegar al nieto que crece, ignorante del peso del azar. Ni buenos ni malos a cada lado de la trinchera; sólo gente normal cargada de esperanza. Y la moraleja de la importancia que a veces tiene, más que el conocimiento, la ignorancia. Un abrazo.
ResponderEliminarAhora estoy de nuevo componiendo.
Eliminar... A ratos una historieta cortita o un poema a vuela pluma, viene bien para desintoxicar....
Que bien que Dios estaba entre ambos para guardar sus vidas y en el tiempo encontrarse la carne para unir la vibración de la sangre en la nueva semilla que se guarda en la alforja.
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