Seis décadas transcurridas. Sesenta
años casi cumplidos. Y… ¿Qué me queda?
Pues sí, me quedan muchas cosas:
Una azotea llena de baúles
colocados perfectamente y la capacidad de saber lo que hay en cada uno de ellos,
aunque algunos haga tiempo que no abro.
Ese que está allí en el
fondo cerrado con un candado, cubierto por sacos llenos de cuadernos a medio
escribir y abandonados en el tiempo. Es donde guardo mi infancia. Unos años a
los que he pretendido no hacer demasiado caso para sentirme más joven
descargando de peso mi conciencia.
En ese mi adolescencia. Lo abro de
vez en cuando para dar consejos de lo que no se debe de hacer a esa que sé no
me hará caso. Tal vez es lo que yo hice. Tal vez, será que se parece en algo a
mí.
En ese de ahí guardo mi fuga. Mi alzar el vuelo sin querer volver la
vista atrás. Mis ilusiones nunca cumplidas que hoy pesan como un ancla adherida
a una tierra que no me conoce, que apenas me ve, pero que con el paso de los
años siento más mía que nunca, la tierra donde nací.
Ya veis, que triste o no. El más grande de
todos. Ese que ahora permanece arrimado a la pared, está lleno de partituras,
compañeros, viajes, noches de verbena y
días de sueño. Tanto tiempo regalado
a hacer felices a los demás, escondido tras los teclados. Tanto tiempo robado
a los míos. He de envejecer un poco más para poder poner
cada cosa en su sitio y equilibrar la balanza.
Esos dos es donde celosamente
tengo a mis amigos. ¿Cómo? ¿Qué les parecen pequeños? No se equivoquen, los
corazones no ocupan mucho sitio. Miren,
miren, en este están todos bien colocaditos ¿Qué creen que son pocos? Que confundidos
están, los amigos que tengo son de verdad y de esos se encuentran pocos.
¿Qué hay en el otro? Pues eso amigos. En este
están los que he ido creando, a los que le di vida con mis escritos y que
ocupan un gran lugar en mi ser. A cada uno de ellos lo conocí anteriormente,
con otro nombre, en otro contexto y ahora su recuerdo duerme en mis libros y
poemas con el fin de que no sean olvidados jamás.
Este, el forrado de
terciopelo, a medias de llenar por momentos compartidos. Esos que debí llevar a
cabo ayer y dejé para mañana. Esos abrazos que me hacen llorar lagrimas
blancas, sí blancas, porque son de alegría, pues aunque sean en sueños, los
siento reales y ese mañana llegará, no porque yo lo quiera, sino porque sé que
ha de llegar.
Justo al lado de la puerta este que aún no he ordenado. Lleno de momentos
buenos, lleno de momentos malos, donde están amontonadas las cosas del día a
día y no sé dónde ponerlas, lo que hoy parece tristeza, mañana es alegría y
para qué preocuparse de eso que no merece la pena.
Perdón que se me olvidaba. En ese tan resplandeciente, del que sale tanta
luz que ilumina mi semblante, en ese está lo más grande, mi mujer y mis dos
hijas. Un tesoro que me encontré en el camino. Un regalo por el que vivir cada
día e intentar ser feliz para devolverles toda la felicidad que siempre me
dieron.
Llegado este punto, creo
que dentro de lo que cabe, he sido buena gente. Siempre he ofrecido a los demás
lo poco que tenía sin poner precio a lo regalado. Tal vez, tan solo haya sido malo para mí, repartí
todos los frutos de la cosecha, sin pensar en quedarme algunas semillas con las
que volver a sembrar.
Lo hecho, hecho está. Solo he de arrepentirme
de aquello que no hice. De no
tener prisa por conseguir algunas metas y de preocuparme más de los sueños que
de la realidad.
Nada tiene viaje de vuelta,
antes de abandonar la azotea para ir a dormir, dejaré este escrito en un baúl y
dentro de unos años lo volveré a recordar y me reiré de mi mismo. Siempre fuiste un iluso y espero que así sigas
mucho tiempo.
Mañana 22 es tu cumpleaños.
Felicidades…
Tontorrón.