La
expectación es máxima. El anfiteatro y
los palcos a rebosar. Se quedó pequeño
el gran teatro, todas las invitaciones estaban agotadas desde el día siguiente
de salir a la venta, ya hace de esto más de tres meses.
Las
lámparas atenúan su luz y el recogimiento se extiende como niebla silenciosa al
tiempo que el gran telón de paño rojo comienza a deslizarse hacia los lados.
Uno, dos, tres minutos. En el
escenario tan solo una silla vacía iluminada por una luz roja que forma un haz
desde lo más alto. Ocho, nueve, diez
minutos y todo continúa igual.
Las uñas comienzan a corroer los apoyabrazos
de las butacas y un leve murmullo hace su aparición ante la impaciencia de los
asistentes.
Dieciocho, diecinueve, veinte minutos.
El telón
comienza a cerrarse con lentitud extrema. Unos segundos y las lámparas se
iluminan. Todos los asistentes han
quedado mudos, siguen sentados mirando fijamente al escenario.
Una señora mayor, vestida con bata y pañuelo
atado a la cabeza discurre por el pasillo central hasta llegar al pie del
escenario. Se da la vuelta y mirando hacia el público coge la escoba entre sus antebrazos para
dar dos fuertes palmadas.
.- Señores y
señoras, vayan desalojando. La función ha
terminado y tengo que barrer.
imagen... red
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