Qué pena me da verte
marchar y que ganas tengo de que te vayas.
Pues sí, en los días de los que dispusiste, pocas cosas sucedieron que
merezca ni siquiera colocar en el baúl de los recuerdos. Los de este año, quedaran amontonados en el
montoncito de los “mejor olvidados” cerrados con candado y en un sitio donde no
estorben.
De todos modos siento pena
por ti. Ver como en tus últimas horas,
casi nadie te llora. La fiesta es una ingrata
despedida hacia el que se va, poniendo como pretexto el nuevo nacimiento de ese
desconocido, que no ha de ser distinto a ti, excepto en que tiene otro número
como nombre y viene cargado de las esperanzas de futuro que el pasado no nos
puede ofrecer.
No estés triste. Tus trescientos
sesenta y cinco días, seguro que para algunos han sido favorables y dignos de
recordar. Esos que siempre te tendrán en
su altar de su mente por distintas razones de excelencia. Ellos, gracias a los
cuales no serás olvidado y mientras exista una llama de recuerdo en el
pensamiento seguirá alargándose la proximidad de la extinción de tu esencia.
Ahora a pocas horas de
la finalización de este ciclo, quiero poder darte las gracias por esos días que
nos has brindado. Tú, los pusiste a nuestra disposición y el cómo los hayamos
empleado no estaba en tus predicciones.
Cuando te cruces con tu sustituto,
que te vea alegre en la despedida. Que entré con ilusión en nuestras vidas. Para
darse cuenta de la realidad tiempo tiene. Nadie nace enseñado, así que poco a
poco ya irá aprendiendo.
Llegó la hora…. Adiós 2018
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