Apóstol, doce más uno.
El que la historia no nombra
tan solo, por ser mujer.
El que carece de altares
por confundir el amor
con la palabra querer.
Seguidora de sus pasos
escuchando la palabra,
acumulando enseñanzas
que pronunciaba el divino.
Mientras otros renegaban
del agua que le brindaba,
a un desierto de miserias
la fuente de aquel camino.
El
elegido ha llegado.
La fe transforma los miedos
de esclavos y desahuciados,
prostitutas y labriegos.
Guerra de dioses paganos.
Acero de las espadas
derraman sangre inocente.
Las cruces, que forman filas,
a los lados del sendero
para escarnio de la gente.
Es su amiga , compañera,
esa que todos repudian.
La que quieren apartar
llenándola de calumnias.
Ella, la más deseada.
Ella, la jamás tenida.
Señora de un solo hombre
que por designios del cielo,
tendrá, que entregar la vida.
Miradas de despedida
después de lavar sus pies,
en esa su ultima cena
antes de ser traicionado.
Todos negarán su fe.
Ella tan solo acompaña,
al maestro crucificado.
Llora abrazada a su madre.
Sufre como apóstol fiel.
Como mujer se lamenta.
Al descender de la cruz,
con el sudor de sus ojos
le vuelve a lavar los pies.
Arrodillada, sumisa,
entregando vida y alma
a Jesús, de Nazaret.
En el sepulcro cercano
yace
solo sin su cuerpo
el
sudario ensangrentado.
Campanas suenan a gloria,
el hijo ha resucitado.
La que siempre lo acompaña
en caminar peregrino.
Llora como Magdalena
para que calmen su sed,
como en la última cena
vagabundos del camino.
Pan representando el cuerpo.
Sangre
convertida en vino
Se alzan los brazos al cielo
pidiendo clemencia a gritos.
Mujeres descalzas llevan
arrastrando como piedras
las cadenas del destino.
Trece, número maldito
que no se debe nombrar.
Apóstol, doce más uno,
por toda la eternidad.
Bien venido al número sagrado. Abrazos
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