Corazones
de poder.
Hace muchos, muchos años;
tal y como comienzan los cuentos y leyendas.
En un país no tan lejano dormía
una linda joven en su alcoba de palacio.
Los sueños le hicieron
transitar por diversos lugares desconocidos; sus gentes eran blancas de piel,
como nunca se había imaginado e iban cubiertos por relucientes armaduras, en
las que se reflejaban las pesadillas entrelazadas de lo que estaba por venir.
Atormentada y exhausta se
levantó temprano;
Al momento de cruzarse con su padre (el
sultán) los muros del castillo se estremecieron, gritos clamando a su profeta,
invadieron los pasillos y la cólera le hizo levantar su brazo empuñando una
daga.
En ese momento, una mano
tan fuerte como delicada sujetó su muñeca (era su propia madre) la que detuvo
su ira, aquella frente a la que jamás osaría levantar la cabeza ni su voz.
Todo aquel
despropósito había sido provocado porque la joven portaba sobre su hombro un
cabello rubio, que nadie sabía de dónde había podido salir y que de ser algo
parecido a lo imaginado por el sultán, sería la deshonra de toda la estirpe.
La abuela acompañó a la joven a un jardín
de palacio; allí junto a una fuente de mármol, le contaría una leyenda que había
pasado de generación en generación, con la esperanza de que ella fuese la
portadora de las buenas nuevas.
Junto a esta fuente el califa oraba un
anochecer, cuando alguien tocó su hombro;
Era un mendigo vestido con harapos. Cuando el califa levantó la mirada
quedó sorprendido y sin dilación llamó a la guardia.
El mendigo fue conducido a los sótanos de
palacio y al día siguiente sería ajusticiado por osar pisar los jardines
sagrados.
A media noche, se le presentó en sueños al
califa y le dijo que las guerras no acabarían hasta que una princesa musulmana
entrelazase su negra melena, con los
rubios cabellos de un extranjero.
El califa salió de sus aposentos para
hablar con aquel mendigo, pero cuando bajó a los sótanos era tarde para
explicaciones, sus guardias ya lo habían degollado y echado sus restos fuera de
los muros de palacio.
Muchas noches se repitió aquel sueño,
pero nunca llegó a desvelarle como se sabría el momento en que los astros
serían propicios para aquel desenlace.
Él tan solo compartió su tormento con la
princesa y desde entonces ha ido pasando por generaciones sin que nunca haya
llegado a oídos de ningún hombre.
Pasaron los años; las tropas invasoras se
encontraban a poca distancia, en pocos días asaltarían el palacio.
El rey tenía previsto nombrar a uno de
sus dos hijos como sucesor al trono, una vez acabada aquella contienda; El hijo mayor quería asegurarse el puesto
con una azaña digna de un príncipe. Una
vez anochecido cogió su caballo y salió del campamento sin que nadie lo viera.
Escalando los muros del palacio musulmán,
saltó a los jardines, desde ellos trepó hasta un balcón.
La suerte divina lo acompañaba pues
fue a dar directamente a los aposentos del sultán; este dormía plácidamente y
todo estaba en silencio.
De nuevo un sueño atormentaba a la
princesa; sin saber porque, se levanto y fue a los aposentos de su padre a
pedir consejo sobre sus pesadillas.
Entró en silencio, el resplandor de la luna iluminaba unos cabellos
dorados y la hoja de un puñal aproximándose al cuello de su padre.
La princesa cogió la daga que siempre estaba a
los pies de la cama del sultán y la introdujo son fuerza en el pecho del
apuesto joven. Este se giró y clavo su
puñal en el abdomen de la princesa. Los
dos abrazados cayeron al suelo; un leve movimiento en su último suspiro
propició un beso entre sus labios. Los
cabellos entrelazados se empaparon con la sangre derramada ante la mirada
atónita del padre.
- El sultán, pudo ver a
través de su ventana como la cruz se arrodillaba para coger en sus brazos a la
media luna y juntos cabalgaron a lomos de una resplandeciente estrella
fugaz que surcaba el firmamento hacia el
infinito del más allá-.
Se mandaron emisarios a llevar
la noticia de lo sucedido al campamento cristiano; por primera y única vez, el rey y el sultán se sentaron frente a
frente para discutir que hacían con los cuerpos. La decisión fue
descuartizarlos y esparcir sus trozos por el monte a merced de las alimañas
como respuesta a la traición y ofensa que aquel beso.
El mendigo estaba equivocado; la
bondad del amor, no es inquilina del corazón de reyes y sultanes.
Excelente Historia Maestro, llena de mitología.
ResponderEliminarMe encanta esta historia, realmente ingeniosa, bella, colmada de imágenes. Pude ver la sangre en los cabellos negros y dorados, surcando sus cuerpos, como una manta de espuma. Genial tu " Genialidad".. Abrazos Guainy desde Argentina. 💖🦋
ResponderEliminarCuando el poder mete la mano,...
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