CAPÍTULO.- 01
El hermano Francisco (el de mayor
edad) llega a Guadalajara para prestar sus servicios en el hospital;
los primeros días se dedica a
recorrer con el capellán una a una las habitaciones acompañando a los enfermos
y familiares, pendientes de si alguno requiere de sus servicios y días más
tarde se incorpora a la plantilla como celador, para empujar las sillas y las
camas de un sitio a otro. Ayuda en
trabajos de oficina, ordenando datos de adscritos a la seguridad social y entretiene
las tardes en dar paseos y conocer las calles de aquella ciudad.
Los
primeros fríos comienzan a hacer mella en la población, “sobre todo en la de cierta edad” urgencias
se satura con gripes y neumonías. Ante la falta de medicamentos la mejor forma
de curarse es permanecer protegidos en
casa y mantener el estomago caliente a base de caldos.
Francisco recorre las calles
con un puñado de estampas en el bolsillo, repartiéndolas a aquellos que se
dignan a abrirle la puerta, si no como curación, al menos poder proporcionar
esperanza y consuelo con sus palabras.
Se
para frente a una puerta, bien sabe él donde va a llamar; el número siete de
aquella calle está marcado en su agenda. El dueño ha estado días antes en el
hospital y no tenía muy buena pinta; su edad y salud deteriorada no son buena
compañía a ciertas enfermedades o mejor dicho a ninguna.
-Al abrir la puerta el señor se queda
sorprendido-
.- Hola don Anselmo, hoy he
cambiado mi uniforme por este. No vengo a empujar la cama con su cuerpo, pero
sí a acomodar su alma ante Dios.
.- pronto quieres que me dejen de hacer
efecto las pastillas
.- no, no, todo lo
contrario, pero una cosa no está reñida con la otra.
.- la verdad es que con ese hábito, no sé
si dejarle pasar.
.- qué más da como vaya
vestido
.- no soy yo mucho de rezos y esas cosas
.- pero eso no le impide que
podamos hablar, yo vengo a hacerle algo de compañía, aunque una oración tampoco
creo le hiciera ningún daño.
.- bueno pase, prefiero su compañía a que
los vecinos lo vean así vestido en mi puerta.
Se sentaron junto a la mesa camilla
bien vestida por manteos y con un brasero dentro que enseguida hizo le entrasen
los pies en calor. Anselmo saco del mueble una botella de
coñac y dos pequeñas copas.
.- bueno, digo yo que el hábito no será
impedimento para un reconstituyente de este calibre.
.-No soy de mucho beber, pero
con este frio sí que se agradece.
-Anselmo
se puso a servirlas-
.- vale, vale, con media
copita voy servido
.-
ya no hay ni monjes como los de antes
.- y qué, ¿vive usted solo?
.- no, vive conmigo mi hija, pero está
trabajando
.-pero el otro día fue solo
al hospital
.- bastante guerra le doy como para
molestarla más, ella tiene que cumplir con su horario y yo tampoco estoy tan
mal, ya voy recuperando.
.- y usted ¿de qué ha
trabajado?
.-estuve en una fábrica de muebles, pero
bueno es pasado, pasado está.
.- pues sí, ahora a vivir lo
que quede lo mejor posible
.- y tú ¿cómo es que te metiste a monje?
.- pues…. Las cosas que se
cruzan en el camino. Por cierto, me tengo que ir, lo siento pero se
me ha pasado el tiempo volando; aquí le dejo esta estampa para que le lleve
cerca del corazón y si algún día se ve con ganas se acuerde de rezar un poquito, que eso no puede venir mal.
.- bueno amigo, porque ¿le puedo llamar
amigo?
.-Si claro
.- pues cuando tenga un rato, no me importa que
se pase por aquí para echar una conversación y una copita, aunque venga vestido
de esa manera –con un gesto de agradable
sonrisa-
Tras aquel encuentro, el hermano pasa una
vez a la semana para vigilar su evolución e interesarse por las anécdotas que a
veces le comenta de su pasado.
.-Buenas tardes don Anselmo,
no lo veo hoy muy animado
.-más o menos, llevo unos días que
parece que me falta el aire
.-las neumonías son muy
malas si no se cuidan bien
.-seguro que un rato de conversación y una
copita no pueden venir mal
.- ¿ha rezado usted esta
semana?
.- que preguntas, bien sabes que no
.- pues eso tampoco tiene
por qué venir mal
-como siempre se sientan a la mesa camilla
y comienzan a hablar-
.- me dijo usted que había
sido carpintero
.- sí, yo tenía estudios, pero por
circunstancias acabé cortando tablones, ya ve.
.-pues yo siempre he pensado
que tenía cara de militar
.- ¡no!, yo no
.- ¿y en la guerra?
.- la guerra es mejor olvidarla, ella
destrozó mi futuro y tras pasar unos años… bueno son cosas de las que mejor no
hablar.
-A don Anselmo le brotó de los pulmones una tos
bronca y se levantó al servicio para escupir a la taza del váter la mucosidad-
En ese intervalo de tiempo, francisco abrió
un cajón al azar; levantó unas carpetas
y allí en el fondo, pudo ver una fotografía antigua de unos oficiales en el
frente.
Cuando regresó, francisco no podía dejar de
mirarlo.
Lo pasado es pasado, para que preguntar.
.- le he traído unas
pastillas que seguro que le irán bien
.- pero esas no son las que me recetaron
.- desde luego que no, qué
se piensa, están solo son para gente pudiente y aunque se las recetasen no creo
estén al alcance de cualquier bolsillo.
.- la vida no cambia en este país, poderoso es
don dinero.
.- solo he podido traer
estas cuatro, tómese dos por la mañana y dos a media tarde y ya le iré yo
trayendo más
.- ¿y las otras?
.- las otras no le hacen
nada de todas formas, bueno algo hacen, pero vamos.
.-
tú ante todo no te metas en ningún jaleo, a ver si te van a pillar
.- bueno don Anselmo, que
hoy tengo prisa; si puedo mañana nos
vemos, pero que no se le olvide tomarse las pastillas y de esto ni una palabra
a nadie.
.-tranquilo que no se va a enterar ni mi
hija
.- mejor. Bueno, me voy que llego tarde.
Al día siguiente don Anselmo siguió a pie de
la letra las recomendaciones de Francisco, así que tomó aquellas dos pastillas
por la mañana y a media tarde lo mismo con las otras dos.
En casa se presentaban a las
diez de la noche los servicios de emergencia; en su pecho, los pulmones
encharcados. Era trasladado al hospital y tras varias horas
de agonía se firmaba su defunción.
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