CAPÍTULO.- 02
El hermano Eduardo, llega Toledo y se
presenta ante el director de la casa de beneficencia donde se proporciona asilo
a personas mayores.
El escenario es dantesco; en la planta de
abajo, una gran sala acoge a las mujeres que no tienen donde caerse muertas,
enfermas atendidas por monjas que usan el catecismo como libro de medicina, el
agua y el pan como alimento y el voto de silencio como norma.
En la primera planta dos filas de camas; por
el pasillo, aquellos que aún se pueden poner en pie. Hombres, la mayoría tullidos por la guerra y
el tiempo de calamidad estando presos. Algunos todavía conservan la cabeza erguida
con el paso de los años y la mirada odiosa ante las normas y el gran crucifijo
que cuelga de la pared del fondo presidiendo la sala.
Al ver entrar al nuevo, unos se hacen
los dormidos, otros agradecen o envidian su juventud como esperanza de un trato
más humano, son más los que contonean la mirada o bajan la cabeza. Un monje más
al fin y al cabo.
Según pasan los días va ganándose la
confianza de alguno de ellos (pocos, todo hay que decirlo) le gusta leer poemas
en voz alta sentado en el muro de la fuente.
Cada vez poco a poco se van sumando más
personas apoyadas en la baranda de piedra que bordea el patio en la planta
superior, al tiempo que algunas ancianas ya se asoman a la puerta de su sala
para oírlo, vigilando que las monjas no las vean.
(Para ellas esos poemas son letras
de pecado)
Una tarde, sin esperárselo, un desmejorado
personaje se le acerca en la penumbra del atardecer cuando ya se iba a su dormitorio.
.- perdón si molesto, es usted un
monje muy raro
.- ¿raro, por qué?
.- su comportamiento con los que aquí
vivimos es distinto, ni siquiera nos presta atención para bien o para mal
.- sí, si les tengo atención
a cada uno de ustedes, pero no es mi intención incomodarles y ya vi el primer
día que el hábito no es vestimenta de su devoción
.- los poemas que lee, son de autores reconocidos
por el régimen, pero bueno al menos no son de ese tal Juan de la Cruz o la tal
Teresa.
.- mire pues eso a mí me
parece una falta de respeto, san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús, son
dos grandes de la literatura española y denostarlos de esa manera denota una
falta de cultura y una mente cerrada
.- que sepa que yo fui profesor en la
universidad en tiempos de la republica
.- que sepa que yo aprendí a
leer y escribir malamente en un cacho de tabla con un carbón.
.- mejor dejémoslo así, me extrañaba a mi
.- oiga espere, mañana leeré
a Lorca, aunque tal vez me caiga una reprimenda, pero a cambio, pasado-mañana ¡usted!
también estará escuchando en primera fila y se tragará los poemas de sor Ana de
la Trinidad.
.- por su atrevimiento estoy de acuerdo.
.- entonces trato hecho.
A la mañana siguiente lo
primero que hizo nada más levantarse fue ir a hablar con el director.
.- ¿da su permiso?
.- pase, pase
.-Quiero que sepa que esta
tarde va haber revolución…
--- y le contó lo sucedido el atardecer
anterior---
.- bueno, a ver si así consigue domar un
poco a esos salvajes
.- yo se que anoche se fue
corriendo la voz y por eso creí conveniente el avisarlo, se que el resto de
hermanos y hermanas no lo verán con buenos ojos
.- ya hablaré yo con todos y diré a las
hermanas que hagan como que no ven, ni oyen por las tardes a la hora de
lectura; aunque ya le digo que no les va a sentar nada bien mi sugerencia.
A la tarde la expectación era muy superior a
la de cualquier día; Eduardo se sentó como si nada y se puso a leer
sin prestar atención a cuanta gente había o quien faltaba. Tras
leer varios poemas, una voz en la primera planta comenzó a entonar el himno de
la internacional.
Él no
dejó de leer. De pronto un Sssssssss. se
hizo presente y todos en silencio siguieron escuchando como el hermano
leía. El director atento a todo lo que
ocurría inspiro y respiro profundamente, la tempestad parecía haber pasado sin
causar males mayores.
La norma se estableció de mutuo acuerdo
entre el director, Eduardo y el señor Ferreira; una tarde de cada tres se
escogería un poeta reconocido por aquel bando republicano, pero se mostraría
total respeto al resto de escritores y no se alzarían voces ni consignas en
contra del régimen en las estancias de aquel lugar. Por otra parte mostrarían respeto hacia las
creencias y rutinas de los hombres y mujeres que participaban de la misa, que
desde ese día dejaría de ser obligatoria. Eso sí, excepto los días que hubiera
presencia de alguna autoridad.
-mientras el director se ponía en pie, Eduardo y Ferreira, sellaban con
un apretón de manos-
En los paseos por los pasillos, junto al
señor Ferreira siempre estaba otro señor, éste también profesor en la
republica. Siempre más callado e
intentando que cayese algún libro en sus manos fuese cual fuese y con disimulo esconderlo
bajo el colchón hasta que lo acababa. Pocos eran los escritos que caían por
aquel lugar, por lo que a escondidas siempre se asomaba al despacho del
director a ver si este le dejaba alguno aunque ya lo hubiese leído.
Eduardo ya llevaba tiempo observándolo;
Una mañana haciéndose el despistado se tropezó
con él.
.- perdón, andaba pensando
en yo que sé
.- perdone, pero aprovechando este tropiezo
¿le podría pedir una cosa?
.- usted dirá, si está en mi
mano
.- ¿me podría prestar alguno de sus
libros? Aquí los que hay ya los he leído y si no le fuera mucha molestia…
.- me han dicho que usted
también fue profesor como el señor Ferreira
.- sí, ambos fuimos docentes en la misma
universidad, y luego estuvimos juntos en la cárcel, pero de eso… hace ya mucho
.- ¿y usted de que daba
clase?
.- era profesor de literatura clásica
.- está bien, le dejaré mis
libros, pero usted sabe que los monjes nunca damos nada sin pedir algo a cambio
.- si está en mi mano, no hay
problema; eso sí, no me pida rezos ni
aguantar sermones
.- pero haber sido republicano
no es impedimento para ser católico
.- yo era creyente, pero hay muchas cosas
que me hicieron dejar de creer y ahora no me apetece desandar el camino andado
.- no se preocupe, los
sermones las dejaremos para más adelante si es que se anima. Mañana a la mañana nos vemos y hablamos más
tranquilamente que ahora llego tarde a mis quehaceres.
.- de acuerdo compañero.
Cuando llegó la tarde observo como
esa persona atendía a cada verso poniendo interés y cada vez que alguno interrumpía,
se llevaba el dedo índice a los labios pidiendo silencio. Hasta entonces esos gestos habían pasado
inadvertidos porque siempre se colocaba a su espalda.
-Como habían quedado se vieron en el
pasillo a la mañana siguiente-
.- bueno pues ya pensé lo
que quiero a cambio
.- espero que no sea nada de iglesia
.- no, no se preocupe; tiene
que ver con la cultura
.- a bueno, eso es otra cosa
.- he pensado en que ambos
leamos por las tardes junto a la fuente; dentro de mis libros podemos ir
escogiendo autores y así leyendo los dos alternativamente se hará más ameno y
todos agradecerán su lectura, que seguro es mejor que la mía.
Así
lo hicieron desde entonces; pero en la
segunda planta estaban los dormitorios y el profesor cada noche subía a
escondidas una vez todo estaba en calma a ver a Eduardo. Allí leían poemas solo para ellos al tiempo
que comentaban sobre autores diversos de
la literatura.
A ninguno de los dos parecía importarle
el pasado del otro, solo el presente y que nadie descubriese aquellos
encuentros.
Pasado un tiempo al amanecer se oyeron
gritos de auxilio; las monjas al clarear el día tras salir de maitines,
hallaron muerto al profesor sobre las
piedras del patio, tenía el cuello partido y un gran golpe en el cráneo como si
hubiese caído de una gran altura.
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