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viernes, 29 de octubre de 2021

Hijos de fuego .- 02

 

CAPÍTULO.- 02

 

    El hermano Eduardo, llega Toledo y se presenta ante el director de la casa de beneficencia donde se proporciona asilo a personas mayores.

               El escenario es dantesco; en la planta de abajo, una gran sala acoge a las mujeres que no tienen donde caerse muertas, enfermas atendidas por monjas que usan el catecismo como libro de medicina, el agua y el pan como alimento y el voto de silencio como norma.

   En la primera planta dos filas de camas; por el pasillo, aquellos que aún se pueden poner en pie.  Hombres, la mayoría tullidos por la guerra y el tiempo de calamidad estando presos.     Algunos todavía conservan la cabeza erguida con el paso de los años y la mirada odiosa ante las normas y el gran crucifijo que cuelga de la pared del fondo presidiendo la sala.

         Al ver entrar al nuevo, unos se hacen los dormidos, otros agradecen o envidian su juventud como esperanza de un trato más humano, son más los que contonean la mirada o bajan la cabeza. Un monje más al fin y al cabo.

               Según pasan los días va ganándose la confianza de alguno de ellos (pocos, todo hay que decirlo) le gusta leer poemas en voz alta sentado en el muro de la fuente.
       Cada vez poco a poco se van sumando más personas apoyadas en la baranda de piedra que bordea el patio en la planta superior, al tiempo que algunas ancianas ya se asoman a la puerta de su sala para oírlo, vigilando que las monjas no las vean.


     (Para ellas esos poemas son letras de pecado)

     

     Una tarde, sin esperárselo, un desmejorado personaje se le acerca en la penumbra del atardecer cuando  ya se iba a su dormitorio.

         .- perdón si molesto, es usted un monje muy raro

.- ¿raro, por qué?

          .- su comportamiento con los que aquí vivimos es distinto, ni siquiera nos presta atención para bien o para mal

.- sí, si les tengo atención a cada uno de ustedes, pero no es mi intención incomodarles y ya vi el primer día que el hábito no es vestimenta de su devoción

         .- los poemas que lee, son de autores reconocidos por el régimen, pero bueno al menos no son de ese tal Juan de la Cruz o la tal Teresa.

.- mire pues eso a mí me parece una falta de respeto, san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús, son dos grandes de la literatura española y denostarlos de esa manera denota una falta de cultura y una mente cerrada

      .- que sepa que yo fui profesor en la universidad en tiempos de la republica

.- que sepa que yo aprendí a leer y escribir malamente en un cacho de tabla con un carbón.

      .- mejor dejémoslo así, me extrañaba a mi

.- oiga espere, mañana leeré a Lorca, aunque tal vez me caiga una reprimenda, pero a cambio, pasado-mañana ¡usted! también estará escuchando en primera fila y se tragará los poemas de sor Ana de la Trinidad.

        .- por su atrevimiento estoy de acuerdo.

.- entonces trato hecho.

A la mañana siguiente lo primero que hizo nada más levantarse fue ir a hablar con el director.

.- ¿da su permiso?

        .- pase, pase

.-Quiero que sepa que esta tarde va  haber revolución…

       --- y le contó lo sucedido el atardecer anterior---

       .- bueno, a ver si así consigue domar un poco a esos salvajes

.- yo se que anoche se fue corriendo la voz y por eso creí conveniente el avisarlo, se que el resto de hermanos y hermanas no lo verán con buenos ojos

      .- ya hablaré yo con todos y diré a las hermanas que hagan como que no ven, ni oyen por las tardes a la hora de lectura; aunque ya le digo que no les va a sentar nada bien mi sugerencia.

 

            A la tarde la expectación era muy superior a la de cualquier día;     Eduardo se sentó como si nada y se puso a leer sin prestar atención a cuanta gente había o  quien faltaba.   Tras leer varios poemas, una voz en la primera planta comenzó a entonar el himno de la internacional.
       Él no dejó de leer.   De pronto un Sssssssss. se hizo presente y todos en silencio siguieron escuchando como el hermano leía.  El director atento a todo lo que ocurría inspiro y respiro profundamente, la tempestad parecía haber pasado sin causar males mayores.

 

        La norma se estableció de mutuo acuerdo entre el director, Eduardo y el señor Ferreira; una tarde de cada tres se escogería un poeta reconocido por aquel bando republicano, pero se mostraría total respeto al resto de escritores y no se alzarían voces ni consignas en contra del régimen en las estancias de aquel lugar.     Por otra parte mostrarían respeto hacia las creencias y rutinas de los hombres y mujeres que participaban de la misa, que desde ese día dejaría de ser obligatoria. Eso sí, excepto los días que hubiera presencia de alguna autoridad.          -mientras el director se ponía en pie, Eduardo y Ferreira, sellaban con un apretón de manos-

      En los paseos por los pasillos, junto al señor Ferreira siempre estaba otro señor, éste también profesor en la republica.  Siempre más callado e intentando que cayese algún libro en sus manos fuese cual fuese y con disimulo esconderlo bajo el colchón hasta que lo acababa. Pocos eran los escritos que caían por aquel lugar, por lo que a escondidas siempre se asomaba al despacho del director a ver si este le dejaba alguno aunque ya lo hubiese leído.

                Eduardo ya llevaba tiempo observándolo;

 Una mañana haciéndose el despistado se tropezó con él.

.- perdón, andaba pensando en yo que sé

          .- perdone, pero aprovechando este tropiezo   
 ¿le podría pedir una cosa?

.- usted dirá, si está en mi mano

      .- ¿me podría prestar alguno de sus libros? Aquí los que hay ya los he leído y si no le fuera mucha molestia…

.- me han dicho que usted también fue profesor como el señor Ferreira

      .- sí, ambos fuimos docentes en la misma universidad, y luego estuvimos juntos en la cárcel, pero de eso… hace ya mucho

.- ¿y usted de que daba clase?

     .- era profesor de literatura clásica

.- está bien, le dejaré mis libros, pero usted sabe que los monjes nunca damos nada sin pedir algo a cambio

     .- si está en mi mano, no hay problema;  eso sí, no me pida rezos ni aguantar sermones

.- pero haber sido republicano no es impedimento para ser católico

           .- yo era creyente, pero hay muchas cosas que me hicieron dejar de creer y ahora no me apetece desandar el camino andado

.- no se preocupe, los sermones las dejaremos para más adelante si es que se anima.   Mañana a la mañana nos vemos y hablamos más tranquilamente que ahora llego tarde a mis quehaceres.

        .- de acuerdo compañero.

            Cuando llegó la tarde observo como esa persona atendía a cada verso poniendo interés y cada vez que alguno interrumpía, se llevaba el dedo índice a los labios pidiendo silencio.     Hasta entonces esos gestos habían pasado inadvertidos porque siempre se colocaba a su espalda.

           -Como habían quedado se vieron en el pasillo a la mañana siguiente-

.- bueno pues ya pensé lo que quiero a cambio

      .- espero que no sea nada de iglesia

.- no, no se preocupe; tiene que ver con la cultura

      .- a bueno, eso es otra cosa

.- he pensado en que ambos leamos por las tardes junto a la fuente; dentro de mis libros podemos ir escogiendo autores y así leyendo los dos alternativamente se hará más ameno y todos agradecerán su lectura, que seguro es mejor que la mía.

     Así lo hicieron desde entonces;    pero en la segunda planta estaban los dormitorios y el profesor cada noche subía a escondidas una vez todo estaba en calma a ver a Eduardo.   Allí leían poemas solo para ellos al tiempo que comentaban sobre  autores diversos de la literatura.

      A ninguno de los dos parecía importarle el pasado del otro, solo el presente y que nadie descubriese aquellos encuentros.

         Pasado un tiempo al amanecer se oyeron gritos de auxilio; las monjas al clarear el día tras salir de maitines, hallaron muerto al profesor  sobre las piedras del patio, tenía el cuello partido y un gran golpe en el cráneo como si hubiese caído de una gran altura.



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