Y se apagó la luz; Sus ojos se
cerraron junto a un gesto de felicidad compartido al tiempo que sus manos eran
acariciadas por su nieta Andrea que fue sintiendo el último sudor frío de la
palma de sus manos , la cabeza sobre su pecho inmóvil y agudizando el oído para
así intentar captar algún resuello de respiración.
El tiempo trascurría
lentamente impregnado por los recuerdos vividos junto a aquel cuerpo que
palidecía por momentos y al que no quería mirar para así, recordarlo siempre
con su mirada viva y sonrisa afable al pronunciar su nombre para estrecharla
entre sus brazos.
Nadie se percató de nada hasta pasados unos
minutos.
Todos estaban demasiado
distraídos en conversaciones distendidas para hacer más amena la larga espera
de lo que era inevitable. La tristeza,
el silencio seguido de los llantos y los gritos afligidos llenaron la
habitación.
Andrea
ante tal espectáculo salió al pasillo y se sentó en el suelo con la espalda
apoyada en la pared.
Todo eran carreras: familiares
a avisar a las enfermeras, enfermeras a comprobar su estado para avisar al
médico y al rato un señor con bata blanca a certificar la hora de
defunción. Todo le resultaba tan surrealista que no podía
evitar reírse para sus adentros, eso parecía haber pillado a todos por sorpresa
cuando era un anunciado y esperado acontecimiento desde hacía ya una semana.
Los móviles no daban
abasto para tanta llamada, el Wasapp echaba humo comunicando el suceso a todas
las amistades.
Los tramites de funeraria, la caja, las
flores. Hasta la ropa con que sería amortajado era
pura improvisación; Normal hacía tiempo que nadie escuchaba lo que decía, nadie
prestaba atención a sus deseos cuando llegase esa hora, nadie quería aceptar lo
evidente.
Andrea fue hasta la casa para recoger un
traje digno para ese momento, una camisa, corbata oscura y unos zapatos nuevos
que ni siquiera había llegado a estrenar.
Ella abrió un joyero que estaba sobre la cómoda, dentro una medalla que
pertenecía a su abuela “a la que ella no llegó a conocer y que todas las hijas estaban dispuestas a heredar”. Cuantas veces él había dicho que le gustaría llevarla al otro
mundo junto a su pecho y que de no ser así debía de ser para ella, pero ni caso.
La cogió y escondió sigilosamente
(además de cumplir la voluntad de su abuelo, evitaría discusiones familiares).
Pasaron las horas, en el
velatorio entre tanto trajín de gente Andrea se sentó al lado de la caja y
metiendo su mano entre los botones de la camisa puso la medalla donde él tanto
deseaba.
Una
larga noche de vela cargada de llantos y halagos hacia ese, quienes muchos ni
conocían. Muchas flores, muchas firmas, muchas personas
en la iglesia, muchos coches en caravana tras
el vehículo fúnebre camino del cementerio. Oraciones
para su alma por parte del cura y discursos emocionados de cada una de sus
hijas.
Luego, unos puñados de arena
comenzaron a golpear la tapa de madera.
La multitud marchó pareciendo tener prisa,
allí tan solo quedaron los obreros corriendo sobre el hueco una losa de granito
donde aún faltaba por grabar su nombre y fecha del momento.
Al llegar a casa su buena acción se
convirtió en toda una pelea entre hienas salvajes. Las
hijas corrían a la habitación para ver quien se hacía antes con la preciada
medalla. Al ver que no estaba, todo
eran acusaciones entre ellas llamándose de todo menos bonitas.
Un grito las dejó paralizadas al momento.
.- ¡os podéis callar! ¡HE SIDO YO! Podéis discutir lo que queráis, la tiene el
abuelo junto a su pecho como él quería y ahora ya es tarde.
Soltando una serie de
carcajadas burlonas salió de la habitación haciendo oídos sordos a cualquier odioso
comentario, se paró frente a la foto de boda que había en el comedor y contempló
la mirada de la pareja que le daban las gracias por lo que había hecho.
Siguió pasando el tiempo y
aquello poco a poco fue quedando en el olvido por parte de su madre y sus tías
aunque nunca se lo perdonaron.
Todas, sin faltar una noche, antes de dormir
hablaba con él y le contaba sus preocupaciones de adolescente, sus primeros
amores y desamores, sus nervios en cada examen de universidad, sus incidencias
en el trabajo, la felicidad al sentir aquello que llevaba en su interior al que
al nacer pondría su nombre.
Siguió, siguió y
siguió pasando el tiempo.
Una noche de verano tuvo un sueño, hacía
cincuenta años de aquel fatídico día. Una
claridad inusual parecía salir de la pared junto a su cama mientras una
sensación de paz la invadía. Algo parecido a una lengua de luz se acercó a
su pecho y entonces ella pudo sentir como algo frío le acariciaba la piel. Un
dulce beso se depositó en su frente al tiempo que ella abrió los ojos.
El frío continuaba allí, al tocarse
el pecho con la mano se quedó paralizada, encendió la luz, no lo podía creer.
Entre
sus dedos estaba la medalla que tiempo atrás ella había puesto junto al cuerpo
de su querido abuelo.
Carlos Torrijos
C.a.r.l. (España)
Cumplió un deseo y se le recompensó desde otro lugar. Bello poema Gata.
ResponderEliminarMuy bueno!! Felicitaciones Carlos Torrijo
ResponderEliminarBuen relato, muy bueno.
ResponderEliminarGracias por seguir estando en este blog de andanzas de letras.
ResponderEliminarTus letras poeta, dejan el corazón latiendp fuerte y el alma entregada a tus versos * Reflejo de tu alma* Me conmovió de manera maravillosa. Te admiro infinito y te quiero cpn el alma . Abrazos Guainy
ResponderEliminarMuy emotivo y sensible . Bueno se parece a la realidad en muchisimos aspectos y por eso me he emocionado y me trajo recuerdos de otros momentos en que pasè por algo similar .. Tu pluma tiene magia "ojitos" .. Abrazo de luz
ResponderEliminarHermoso relato. Gracias Ojos de Gata😘
ResponderEliminarQué parecido a lo que acabo de vivir. Cuánta hipocresía por parte de familiares cercanos, cuánta dedicación por mi parte, cuántas lágrimas de cocodrilo, cuánta charleta sin sentido. Cuánto frío en ese pobre y ajado cuerpo. Buen relato maese.
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