Desnuda, sobre la hierba,
en soledad refugiada,
tras muros inexpugnables
tan solo
por la mirada,
del sol que
broncea su piel
dorada por
el encuentro,
dejando que
le acaricie
cada rincón
de su cuerpo.
No quiso ni abrir los ojos
inmóvil quedó
tendida,
sintió como
aquel intruso
escalaba su
cintura,
pensando que
era un amante
quien tocaba
con ternura.
Con lascivos pensamientos
humedece sus
entrañas,
manos que
agarran sus muslos
y el cuerpo
se contonea,
al sentir
que esas patitas
sobre aureola
pasean.
De placer muerde sus labios,
de gozo
tiemblan sus piernas
apretando las
rodillas,
el ansia
enjuga su vientre
y el jadeo
intensifica,
cuando aquel
animalito
recorre su
largo cuello
dirigiéndose
a la nuca.
El amante se ha marchado
para seguir
su camino,
le ha
dejado unas caricias
que jamás había
sentido,
pero ella
sigue jugando
hasta culminar
su idilio.
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