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martes, 24 de octubre de 2017

50 años de amor




        Los versos inacabados se dispersaban por encima de la mesa, muchas de aquellas cuartillas convertidas en pelotas de papel.
          La pluma se dormía en la mano del poeta y en el recipiente destapado, así como sangre coagulada la tinta se iba solidificando, mientras  en el sueño de los tiempos, entre barrotes de olvido,  la musa permanecía encerrada, sumida en la eternidad del no saber qué y cómo decir algo que ya no hubiese escrito antes.
  
                 Cada noche, aquel hombre lleno de tristeza, con los ojos cansados del reflejo un folio en blanco, subía a su habitación.   Allí, miraba a la bella dama que dormía feliz pensando que tal vez, un nuevo poema saliendo de los labios de su amado la despertaría en la mañana. Él eso pensaba, y en su impotencia, dedicaba horas a mirar el firmamento, pidiendo a la luna y las estrellas un momento de inspiración.

            Se aproximaba el día en que celebraban el aniversario de su casamiento.     En los cuarenta y nueve años anteriores, siempre al alba, se arrodillaba junto a la cama y recitaba un bello poema ante el despertar sonriente de la mujer más bella y más hermosa.

     Esta vez ya no sería igual.  La luna no le hablaba, las estrellas parecían no querer brillar, ni tan siquiera las nubes se dejaban empujar por el viento, el firmamento se había detenido y a sus ojos no le quedaban fuerzas ni para llorar.

      Una voz susurró...- Acuéstate mi amor, ven aquí y abrázame.  Sentirte a mi lado siempre fue el mejor poema.






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