Hoy día de los
difuntos,
las puertas
están abiertas
los mármoles
relucientes
adornados con
sus flores,
y unas velas
iluminan
las placas
metalizadas
donde se
escriben los nombres.
Los angelitos
y cruces
haciendo de cabecera
y a los pies, la
nada.
El cemento
desgastado
por quien se
para a mirar,
o por los
zapatos quietos
de ese que una
vez al año
allí se para a
rezar.
Mirando hacia
la derecha
amasijo de
ladrillo
oculta la
antigua tapia
lleno de
huecos vacíos.
A la izquierda
los cipreses
dispuestos en
procesión
y al fondo un
estercolero
en un sombrío
rincón.
Un montoncito
de graba
donde ni la hierba
crece,
allí descansa
un mendigo
sin ángeles,
cruz, ni nombre.
Sin nadie que
lo recuerde,
nadie que le
ponga flores.
Nadie que vaya
a rezarle
aunque sea una
vez al año.
Nadie va, ni a
maldecirlo
pues a nadie
le hizo daño.
Arrodillado en
la tierra
alzo la mirada
al cielo
por alguien
que conocí,
para rezar por
el alma
del que creo
que está allí.
El que dormía en
un banco
cuando yo era
solo un crío.
El que escribía
poemas
que después hacía
barquitos
para lanzarlos
al río.
Ese que hoy he
recordado,
ese apellidado
olvido.
Hasta la próxima
vez.
Dormida bajo
la tierra
descansa alma
de mendigo,
que ya empieza
a anochecer
y afuera, va
haciendo frío.
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