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domingo, 12 de noviembre de 2017

Hace muchos años




    Me he quedado en la soledad del silencio.  Tan solo me acompaña la sonrisa picara de mi acompañante de relatar historietas.  Ella la que con sus gestos aprueba o desaprueba esa nueva frase, que ni siquiera alcanza a leer.

Pues bien;
                 Hace muchos, muchos años.       Cuando en una minúscula poza del río Huecar, situada debajo del puente San Pablo, los niños aún podían bañarse entre renacuajos y algún que otro reptil sin patas, aconteció un suceso que a todos quedo boquiabiertos.

              Un grupo de chicos mayores (muy atrevidos) saltaban la valla del puente y se disponían a bajar  por la columna central agarrándose a los hierros que se entrecruzan entre sí a modo de aspa.
  
        Los niños salieron corriendo del agua: unos para distanciarse y así poder ver mejor la heroicidad desde más lejos.     Otros por miedo a que alguno les cállese encima y el resto por el impulso irracional de hacer lo que los demás hacían.
    Desde allí, sentados en  las piedras que daban forma a la fuente del Porlan.   Observaban la hazaña llenos de asombro y pensando en que cuando crecieran un poco más, ellos también lo harían.

   A medio camino tres de ellos volvieron a subir, con el miedo entre los pantalones, agarrándose fuertemente a la estructura y sin mirar hacia abajo.    Cada tramo que recorrían, duraba una eternidad, sin duda, por temor a que un resbalón, diese con sus huesos contra el suelo.

            Tan solo uno de aquellos intrépidos mozalbetes continuaba empeñado en conseguir su objetivo.
           Por fin llegó a la base de piedra.
     Aún quedaban unos metros para llegar a la orilla del riachuelo.
           Aquella última parte no tenía ningún sitio donde agarrarse.     ¿Cómo salir de aquel atolladero, sin tener que deshacer de nuevo todo lo conseguido?

      Se lanzaría de pies a la poza y aunque esta no fuera muy profunda, flexionaría las rodillas al contactar con el fondo, para amortiguar el golpe.

         Los niños averiguaron sus intenciones y corrieron con todas sus ganas.
            -(Aquello había que verlo de cerca)

    El mozo de pie, erguido, con la espalada apoyada en los hierros y con su brazo izquierdo sujetándose con fuerza,  alzó la mirada al cielo.     Con su mano derecha se santiguo tres veces y cerrando los ojos… se impulsó para no caer en la tierra.

    Los amigos desde lo alto gritaron.- ¡NOOOO!!!

            Asombrosamente, los niños pudieron ver como el agua del riachuelo se desplazaba corriente arriba, haciendo subir el nivel de la poza. Aquellos renacuajos parecían tejer una red tupida en la superficie y de entre ellos una culebrilla alada, ascendía y lo circundaba por debajo de los brazos, haciendo su caída se ralentizase, hasta el punto que parecía estar flotando en el aire.

     El muchacho, quedó tumbado en el agua que volvió a seguir su curso natural. Los renacuajos asustados se dispersaron, escondiéndose entre en verdín y  hierbas de las orillas y los niños a su lado, perplejos agacharon la cabeza en señal de luto.

       Él después de un instante se puso de pie, miró de nuevo al cielo y gritó: ¡CONSEGUIDO! 
           - La chiquillería se puso a aplaudir -
    Luego el medio hombre, bajó la mirada y susurró…  Nunca más.







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