Me he quedado en la soledad del silencio. Tan solo me acompaña la sonrisa picara de mi
acompañante de relatar historietas. Ella
la que con sus gestos aprueba o desaprueba esa nueva frase, que ni siquiera
alcanza a leer.
Pues bien;
Hace muchos, muchos años. Cuando en una minúscula poza del río Huecar,
situada debajo del puente San Pablo, los niños aún podían bañarse entre
renacuajos y algún que otro reptil sin patas, aconteció un suceso que a todos
quedo boquiabiertos.
Un grupo de chicos mayores (muy atrevidos)
saltaban la valla del puente y se disponían a bajar por la columna central agarrándose a los
hierros que se entrecruzan entre sí a modo de aspa.
Los niños salieron corriendo del agua: unos
para distanciarse y así poder ver mejor la heroicidad desde más lejos. Otros por miedo a que alguno les cállese
encima y el resto por el impulso irracional de hacer lo que los demás hacían.
Desde allí, sentados en las
piedras que daban forma a la fuente del Porlan. Observaban la hazaña llenos de asombro y
pensando en que cuando crecieran un poco más, ellos también lo harían.
A medio camino tres de ellos volvieron a
subir, con el miedo entre los pantalones, agarrándose fuertemente a la
estructura y sin mirar hacia abajo. Cada tramo que recorrían, duraba una
eternidad, sin duda, por temor a que un resbalón, diese con sus huesos contra
el suelo.
Tan solo uno de aquellos
intrépidos mozalbetes continuaba empeñado en conseguir su objetivo.
Por fin llegó a la base de piedra.
Aún quedaban unos metros para
llegar a la orilla del riachuelo.
Aquella última parte no tenía ningún sitio
donde agarrarse. ¿Cómo salir de aquel atolladero, sin tener que
deshacer de nuevo todo lo conseguido?
Se lanzaría de pies a la poza y aunque esta no fuera muy profunda,
flexionaría las rodillas al contactar con el fondo, para amortiguar el golpe.
Los niños averiguaron sus intenciones y
corrieron con todas sus ganas.
-(Aquello había que verlo de cerca)
El mozo de pie, erguido, con la espalada
apoyada en los hierros y con su brazo izquierdo sujetándose con fuerza, alzó la mirada al cielo. Con
su mano derecha se santiguo tres veces y cerrando los ojos… se impulsó para no
caer en la tierra.
Los amigos desde lo alto gritaron.- ¡NOOOO!!!
Asombrosamente, los niños
pudieron ver como el agua del riachuelo se desplazaba corriente arriba,
haciendo subir el nivel de la poza. Aquellos renacuajos parecían tejer una red
tupida en la superficie y de entre ellos una culebrilla alada, ascendía y lo circundaba
por debajo de los brazos, haciendo su caída se ralentizase, hasta el punto que
parecía estar flotando en el aire.
El muchacho, quedó tumbado en el agua que volvió a seguir su curso
natural. Los renacuajos asustados se dispersaron, escondiéndose entre en verdín
y hierbas de las orillas y los niños a
su lado, perplejos agacharon la cabeza en señal de luto.
Él después de un instante se puso de pie, miró de nuevo al cielo y
gritó: ¡CONSEGUIDO!
- La chiquillería se puso a aplaudir
-
Luego el medio hombre, bajó la mirada y susurró… Nunca más.
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