Un minuto, una hora, dos,
tres… qué más da.
El tiempo solo es tiempo, sin
contenido ni continente, sin llanto ni risa, sin nada importante o relevante,
nada que merezca la pena si no estoy a tu lado.
Pero hoy, esta tarde. Cada uno
de esos minutos que han trascurrido en esas horas han sido geniales.
Sentados, hablando, sacando temas
de conversación de esas cosas aparentemente banales, pero que tanta importancia
siguen teniendo para nosotros. No por su trascendencia ya pasada e irrelevante,
pero que siguen aferradas a nuestra complicidad como seres enlazados en
sintonía cósmica, eso que siempre nos quedará como símbolo de nuestra
existencia.
Un minuto, una hora, dos tres…
qué más da.
Tanto tiempo perdido muchas veces, por
razones que no se pueden entender, a las que no le pedimos explicación, por esa
desidia apática que se esconde tras un, para otro rato, para otro día, para un
mañana que se convierte en un nunca. Ese
nunca que esta tarde por fin se convirtió en un hoy, en un ahora, en un deseo cálido,
irrefrenable de convertir el instante en infinito, la lluvia en abrazo, la sombra
en luz y el tú y yo en nosotros.
Ya ves, las nubes no lloraron de alegría,
pero nos sentimos abrazados y la luz, el brillo que nuestros ojos desprendían,
nos hizo olvidar esas sombras que durante la mañana nos habían atenazado,
aunque como siempre intentásemos exteriorizar el “no pasa nada”.
Y esta noche, el beso de
hasta mañana, tendrá un aroma tal vez distinto o un color más verdoso, pero
siempre, siempre será de un intenso azul, por que al igual que ayer, al igual
que mañana, mi amor, siempre será… ..... INFINITO.
Los momentos son únicos e irrepetibles, por lo tanto, hay que vivirlos intensamente como si fueran los últimos. Me encantó tu prosa poética. Te saluda afectuosamente tu amiga America Santiago.
ResponderEliminarIrrepetibles, sí, pero hay que luchar por repetirlos, al menos los buenos...
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