Los minutos y horas,
viajaban encaramados a un carro tirado por un borriquillo al que no le sobraban
las fuerzas. La cuesta cada vez más empinada provocaba una
inusual lentitud.
Los meses y años en cambio,
parecían ir montados en un corcel desbocado, tan veloz como el viento, que
sigue deslizando sus cascos, golpeando
sus ansias de alcanzar el horizonte.
El pasado atenaza cada
instante con sus recuerdos.
El presente se pierde,
buscando solución a los errores cometidos y que no tienen solución.
El futuro se etiqueta de
antemano, con un presente perdido, con un tiempo no vivido, que solo hará que
los pretéritos, sigan ocupando los lentos minutos que hacen los días más largos
y los años más cortos.
Y al final del
camino. Que poco han dado de sí los senderos recorridos. Por pensar en las
huellas que quedaron atrás, se olvidó el pisar con fuerza para que sus pies
hicieran nuevas oquedades en la arena, las que poder mirar y recordar con el
alivio del trayecto andado.
Que lentos y ridículos sus
últimos miles de días y que vacios los exiguos lustros de su existencia.
La trampa de la melancolía
que añora lo que pudo ser y no fue. El pozo del no hacer nada, esperando a que
llegue la noche, por no intentar abrir los ojos para ver la luna. Y al fin, cuando el sol deslumbra
arrasando las pupilas dormidas, uno mira sus manos y las ve, arrugadas y
vacías, con anquilosados dedos.
Sin fuerzas para acariciar la flor, que ha estado creciendo sin él darse
cuenta.
Ya el aliento jadeante, no
permite a sus labios esculpir un último beso y
la garganta seca, se olvidó pronunciar palabras. Entonces sus viejos ojos, derraman la última
lágrima y un pañuelo de dulzura acaricia su mejilla.
La última huella en su mente. La última y la primera. La primera y la única. La única, la póstuma
de esta vida que es mejor olvidar para empezar el camino sin volver la vista
atrás. Que atrás queden los trampeados negros recuerdos, olvidados permanezcan
los errores que no se pueden arreglar.
Como reverdece un árbol, llegando la
primavera, el corazón se ilumina y brota una flor hermosa. Sus colores engalanan las mejillas bajo el
sol y su aroma se dispersa creando miles de estrellas que cubren el firmamento
acompañando a la luna que dibuja una sonrisa en esa noche cerrada.
Se quitaron los
cerrojos. Se rompieron las cadenas. Se liberaron los brazos para abrazar el futuro
y los pies pisan con fuerza la dureza del camino. Camino lleno de huellas,
huellas grandes y pequeñas, porque ahora ya no anda solo.
Lentamente sobre el
carro tirado por el borriquillo, van los años acomodados, mientras los minutos
cabalgan en el caballo del viento, sin coger atajos, brincando por montañas y
valles, pero sin prisa por llegar al horizonte.
Tu prosa poética se destaca por la destreza de tu metáfora, sencillamente todo un arte para mi gusto. Felicitaciones, me encantó querido amigo Carlos. Un beso. America Santiago.
ResponderEliminarla trampa tiene muchos nombres. Yo prefiero a la elección de quien lee.
EliminarGracias desde el otro lado del mar.