En ese momento…
La soledad decidió
hacerle compañía, el silencio se desquebrajo por una voz que provocó una
corriente, una chispa entrelazando las neuronas aletargadas, cuando la oscuridad iluminó su mirada y en las ollas
del infierno se terminaba de cocer una sabrosa sopa de estrellas.
El cráter de la desesperación escupía
ríos de almíbar ladera abajo y de las profundidades del necio estómago emergían
gases de satisfacción, tras el tiempo aburrido de ayuno involuntario.
Las barbas,
ya grises por el tiempo y enfangadas en penurias, por fin sentían la satisfacción
del agua caliente filtrándose hasta la piel.
El cortante y frio filo de la navaja hacía una
tala de raíz que despojaba de abrojos los hoyuelos, que debajo de sus
pómulos esculpía su atractiva sonrisa, ni se acuerda desde cuando oculta, solo
la tristeza llevaba la cuenta de la hoja en el calendario. Solo las
colillas de tabaco recolectadas en los suelos, le hacían entre-abrir los labios,
sí, para que algo caliente entrase a su cuerpo.
Desprendido de sus harapos. Capas
de cebolla, una sobre otra superpuestas abrazando su osamenta, el calor de la
lámpara que colgaba del techo impactó en su torso blanquinoso y deslucido,
dibujando los surcos del arado. Costillares roídos por la miseria y un abdomen
encogido el cual parece ser tensado por el abrazo de las vertebras lumbares.
Desnudo, libre de
cadenas, mirando de reojo hacia el horizonte, sin perder de vista el pasado empobrecido,
dejo caer su alma cansada en algo mullido y suave, nada que ver con los
cartones que durante décadas lo habían acompañado en sus
sueños.
Un nuevo día con
el amanecer, acoger con gusto de nuevo un nombre y apellidos, Poder
gritarlos al aire Sin que sus familiares se avergonzasen y volver a atraerse
los cordones de los zapatos Intentando hacer memoria, de cómo se
estructuraba la lazada final.
Un tazón de caldo caliente. Unas pinceladas de color en el enjuto
rostro cadavérico. Una simple noche de placido descanso y unas ropas de
segunda mano, habían liberado de nuevo el mundo, que las tinieblas tenían
enclaustrado.
Todo, gracias a que un voluntario, un joven trasnochador altruista
que se acerco y ofreció su mano para decirle:
Ven. Y él
simplemente, esa noche, alzó su vista.
Estiró
su brazo engarrotado y contestó: …Voy.
Las pensadas de ayer y hoy llevan el sello de tu incomparable pluma, siempre con humanidad aún en los nostálgicos versos sombríos. Un gran abrazo querido poeta Carlos Torrijos.
ResponderEliminarAmerica Santiago