Como cada noche, una vuelta al parque
aprovechando la fresca, antes de ir a dormir.
Algo, como de un salto, en forma de
escalofrío se le quedó incrustado en la
espalda. Un mareo inusual le hizo palidecer. Avanzó sujetándose a los barrotes de la verja
que rodeaba la zona ajardinada, hasta llegar a un banco que estaba instalado en
la acera, donde por fin pudo dejar caer su cuerpo desmayado.
Sus
pupilas empezaron a dilatar en la oscuridad.
Los dedos de las manos, parecían querer
contracturarse hasta la punta de las uñas y después una leve caricia en la nuca
la sumía en los limbos del placer.
Las sensaciones extrañas se
fueron disipando y tras unos minutos pudo incorporarse y aún con el cuerpo
destemplado volver a casa.
Al abrir la puerta, una nueva percepción
del entorno, parecía bombardear su cerebro.
La concepción de las cosas,
tomaba un nuevo matiz con respecto a su
tipo de brillo o textura.
Elvira;
persona muy seria y de pocas
palabras, tal vez demasiado exigente tanto en el trabajo como en su día a día,
con la frase “lo bien hecho, bien parece” permanecía confusa. Hacía
calor, pero ella necesitaba meterse en la cama bajo un par de mantas para
intentar recuperar su temperatura corporal.
Entre
tiritones, mareos y sudores fríos, fue restaurando su consciencia luego ya
relajada quedó adormilada hasta la mañana siguiente.
Algo había cambiado, ya no era la misma,
todos sus sentidos se habían agudizado y su vieja realidad, se veía
distorsionada por una nueva forma de percibir las cosas.
Como siempre se levantó la primera. Le gustaba una ducha caliente con
tranquilidad y maquillarse antes de desayunar.
Su hermana
Lourdes (dos años mayor que ella) era más remolona a la hora de dejar la cama. Todos decían que era imposible que llevasen
la misma sangre. Esta era totalmente
distinta, siempre sonriente, amable, alocada y bromista. Hacer lo justito se
consideraba suficiente y lo que no se hubiese hecho hoy ya se haría mañana.
Siempre con el tiempo pegado para desayunar,
pintarse un poco y salir arreando.
Ángeles, su
madre (viuda ya desde hace años) como cada mañana preparaba unos churros. El día era largo y sus “niñas” no podían
irse con el estómago vacío. Al trabajo debían llegar bien alimentadas,
para evitar que comiesen chupitaínas de la máquina a media mañana. No
hacen nada más que quitar las ganas de comer.
La cuarta integrante de la familia es la
Tita Flora. Hermana mayor de Ángeles. Siempre fue la chacha de todos sus hermanos
hasta que fueron independizándose y
cuidadora de sus padres hasta que fallecieron. Nunca
tuvo ni siquiera novio y eso que era muy guapa. Entre todos decidieron vender la casa y las
tierras para repartir el dinero de la herencia. Pues desde entonces vive con su
hermana y sus sobrinas.
Ya casi sin vista, le gusta
sentarse a la mesa y ver con cara de felicidad como mojan los churros en el
café con leche, mientras acaricia un pequeño cojín que ahora puesto sobre sus
piernas, sustituye a la vieja amiga que hace unas semanas, desapareció sin
dejar rastro.
-pero volvamos a Elvira-
Desde que se levantó, un sexto
sentido parecía acompañarla a todas partes. Nada más entrar en la oficina, hizo un
repaso visual de todas las personas. De todas solo dos le inspiraban
tranquilidad, el resto eran solo fachada.
Ya de vuelta a casa para comer, era capaz de
adivinar los próximos movimientos de cada transeúnte, --siendo estos totalmente
desconocidos para ella-- Una sensación premonitoria del camino que cada uno iba
a tomar y en que forma con bastante antelación.
-se sentó en una parada de autobús para
jugar un rato con ella misma-
.-aquel va
a cruzar por fuera del paso de cebra
.-esa. Cuidado que vas a tropezar. Ja, ja, ja,
casi se esmorria
.- ese
cuando llegue al escaparate se para a mirar
.- frena,
frena, que le das
-ZAS-
.-ya le
hiciste un bollo en la aleta, vamos a sacar los papeles del seguro.
-De pronto sintió pánico-
Y si veía que alguien iba a morir ¿Cómo
evitarlo? ¿Se podrá hacer eso? ¿Y si
no llego a tiempo?
Se fue para casa intentando olvidar lo
ocurrido, solo eran casualidades agolpadas en un brevísimo espacio de tiempo.
Abrió la puerta y su hermana la recibió con un
hola agradable. Su mirada se nubló, las
uñas parecían querer escaparse de los dedos en dirección al rostro de Lourdes y
sus dientes dieron la sensación de afilarse en el interior de su boca, mientras
el bello inexistente de su espalda se erizaba. Unos segundos de una sensación incontrolable
hasta que la tita dijo: Sssss, quieta. Pasando su mano por encima del cojín a
modo de caricia.
Las cuatro se pusieron a comer, como siempre
en la mesa de la cocina.
La Tita (tal vez por costumbre)
antes de sentarse, puso un platito con agua bajo su silla. En ese momento a Elvira le entró una sed
insaciable. Mientras, Lourdes con disimulo, daba un puntapié
al plato.
-Sus miradas se cruzaron como nunca lo habías
hecho-
.- ¿Qué te
pasa? Preguntó la madre.
.-nada
-contestó Elvira- que hoy no tengo
hambre
.- pues hay que comer –empujando hacia
ella el plato de macarrones con la punta de los dedos.
En la sobremesa, se quedaban las tres
hablando, mientras que la Tita se iba al salón a ver la novela.
Ese día Elvira se levantó y se fue a sentar
al sofá.
Por aburrimiento se quedó dormida. Su cuerpo fue cayendo hacia un lado, hasta
quedar apoyada su cabeza sobre las piernas de su Tita, encima del cojín.
Los dedos de la envejecida mano,
penetró entre sus cabellos con una suavidad indescriptible y el movimiento de
sus yemas, transportó su mente al cielo de los gatos.
Una vez allí pensó: ya que estoy aquí, ¿por qué no buscar a
Angora?
Angora, como su propio nombre dice era la
gata blanca de pelo largo que siempre estaba sobre las piernas de Tita Flora,
hasta que desapareció una noche que quedó la ventana de la cocina abierta.
Buscó y buscó, pero Angora no estaba
allí.
De su
decepción por no encontrarla, pasó a la esperanza de que si no estaba allí, es
porque aún seguía viva.
-Ojala que pronto vuelva y a poder ser poco
magullada-.
Cuando
despertó, la Tita estaba dormida. Se retiró con cuidado y sonrió al ver que
ella, seguía con el run, run de sus dedos sobre el cojín.
En el pasillo, bajo el perchero, aún seguían los
cuencos, que estaban vacíos.
.- claro, como va a volver, si no tiene
comida
Llenó los
dos de pienso y agua respectivamente antes de mirar su reloj.
.- uf, vaya horas. .-
Mamá, me voy que se me hace tarde.
Por
la calle volvió a percibir cosas extrañas.
Debía de hacer varias cosas en el centro pero algo le empujaba en otra
dirección. Sus pasos incontrolados, la dirigieron a un solar abandonado lleno
de maleza. Su deseo era entrar, pero la puerta estaba
cerrada con un candado y claro, no era cuestión de saltar la pequeña tapia.
Confusa volvió a casa, sin hacer nada de lo
que tenía previsto. Entró y su mirada se
clavó debajo del perchero. Los dos cuencos estaban de nuevo vacíos.
.- ¿quién ha vaciado los cuencos?
-La madre se asomó a la puerta de la
cocina-
.- hoy, te digo yo que estás muy rara
-desde la habitación se oyó la
voz de Lourdes con aire guasón-
.- se lo habrá comido la gata
Elvira poseída por la rabia, entró en el
dormitorio y le propinó una soberana bofetada.
– en su
rostro, quedaron marcadas cuatro líneas finas y profundas, como hechas por las
uñas de un pequeño felino-
.- estás loca – gritó Lourdes-
.- no te da vergüenza, era la compañía de
Tita Flora
-Lourdes, por un momento, dejó a un lado
su gesto afable, perpetuamente fingido-
.- ya estaba harta, siempre todo
lleno de pelos de ese bicho mal oliente.
Entonces Elvira entendió todo lo sucedido.
Fue de
nuevo hasta el abandonado solar y saltó la tapia. Allí tirado estaba el cuerpo
rígido de Angora cubierto de moscas y repleto de gusanos.
Con la sola ayuda de sus manos, escavó un
hoyo en la tierra para darle sepultura, la que después cubrió con un puñado de
florecillas.
Al volver a casa, se sentó en el sofá
apoyando de nuevo su cabeza sobre las piernas de su Tita y se dejó acariciar
hasta llegar de nuevo al cielo de los gatos.
Ahora sí. Angora
ya se encontraba allí feliz, rodeada de otros mininos.
Ya había atardecido. Como de costumbre
salió a dar el paseo alrededor del parque, mientras su Tita Flora, sigue acariciando
su cojín de pelo blanco, con la mirada perdida en la pantalla del televisor.
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