Sentado a cuclillas junto a su dueño, espera
paciente el paso de la tarde con la mente distraída en la nada, con el fin de
no escuchar el contenido de la conversación que los señores mantienen.
Su boca permanece
cerrada, sujeta por un bozal hecho de pan duro, ingrata recompensa por sus
servicios prestados. Peto azul
remendado junto a trajes de paño, distinción de quién es quién, del cómo y
cuando la vida hace brotar su semilla de una Madre diferente, diversas complejidades
que separan la vara de mimbre del bastón de bambú.
La piel curtida por el
sol y el polvo, pronuncia las ojeras de su rostro. Los antebrazos
tintados muestran sus abultadas venas, por donde discurre sangre de baja cuna. Palmas de manos encallecidas por el temblar
del astil de la azada, contra terrones resecos y lo cosechado, molido y tras
pasar por la tahona, lo saboreen tierno los señoritos, untado con aceite y azúcar.
Para él, las sobras requemadas
de la pota de despojos. Las que dejaron los canes “raza con mayores privilegios”
Y el señor, alza la mirada y comienza a
andar.
Él, detrás, justo a tres pasos. Una
distancia aprendida de tanto llevar ramal. El collar
dejo su marca y nunca se olvidará.
Soltero, sin pretensiones de
mujer ni descendencia.
¿Para qué sembrar semilla que ya nazca como esclava?
Para destripar terrones y ser sumiso a su amo,
ya se basta él solo.
El cochón sobre el suelo, hecho
de paja “cuando esta al burro le sobra” es demasiado estrecho y delgado como
para compartir en la noche.
Acaba el día y lo
oscuridad se funde con su piel.
Hasta los sueños se duermen.
La rutina del ayer es la
esperanza del mañana y el hoy la cruz del día a día. Unos clavos a los que
rezar y unas espinas con las que tejer la corona, como premio del destino.
Impactante relato. Gracias Carlos.America Santiago.
ResponderEliminar