Y se hartó de llorar flores
negras enga-lanadas por hojas plateadas que parecían salir de tallos dorados
junto a zarcillos brillantes.
¡Mentira!
Promesas baldías exhaladas entre
el tintinear de quejumbrosas caries, tras el bigote impregnado en nicotina y cubría
el labio superior.
Alcoba dictatorial, donde la sumisión
del colchón era perpetrada ante la atónita mirada del los dos espejos del
armario donde el blanco vestido yacía envuelto en funda de plástico como único
testigo de las palabras y los tiempos inexistentes, del creí algún día, del
donde quedó.
Y cada mañana de vuelta
a lo mismo.
Pequeños mocosos. Copia exacta
de la aberra_ ción, aprendices de la exaltación tirana. Supre_ macía de poder sobre todo eso, lo
considerado inferior.
Calle abajo, sus pies descalzos avanzan sobre
guijarros. Entre sus manos, tinta china derra_ mada como
brea sobre el tortuoso camino y al cruzar el puente, sus pupilas secas
observando el reflejo en el agua del tiempo perdido en el lugar de los sueños.
Infierno creado con la excusa de la eternidad.
Flagelación lastimera
de silencio perpetuo que hoy quiere aprender a hablar para así gritar aquello
que solo su pluma se atrevió a contar.
Maltrato, vejación, sumisión…
NO.
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