Diez
inviernos ya han pasado, desde que
Gorgonio, cambiase su vida de nuevo y cediese el honor de cuidar de los sótanos
llenos de vapores condensados y líquidos embriagadores a Diógenes demasiado
viejo para sudar el campo y aún joven para no hacer nada.
Genaro, está orgulloso de su nueva hornada de pequeños. Los que ya estás empezando a gastar tizas,
demuestran buen pulso en sus trazos sobre la negrura de la piedra y los más
avanzados, hábiles en la lectura, forman frases bien estructuradas y están
empezando a dividir con fluidez. Todos menos Primavera, esa niña revoltosa de
culillo de mal asiento, deseosa siempre de que acabe la clase, para irse a la
orilla del arroyo.
A
primavera, no demasiado preocupada por las letras y perezosa con los números, le encanta el dibujo, como forma de expresión.
Le gusta aplanar la arena, hasta dejarla, como un
lienzo, terso y suave. Luego
traza varias líneas a modo libre; de diferentes
longitudes, formas y direcciones.
Se pasa
un rato dando vueltas alrededor, mirando el recuadro del suelo desde distintos ángulos.
De
pie con su barita larga, con delicadeza, va dando forma a aquello que esas
burdas rayas, le han sugerido, hasta que tras agregar una serie de minuciosos
detalles hechos rodilla en tierra, da por terminada su obra.
Siempre
son cosas extrañas, combinaciones de estructuras reales formando unas imágenes
ficticias.
Casas con alas que salen por ventanas, puertas
llenas de estrellas, tejados de agua y chimeneas que en vez de homo desprenden
flores y pájaros. Siluetas de seres con cabezas y extremidades
alargadas y deformadas, en posiciones imposibles, con miradas nunca situadas en
su rostro y bocas torcidas con labios grandes y abiertos. Arboles con ramas secas y enroscadas que se
precipitan hacia el suelo, raíces que emergen
de la tierra, vermes intestinales, intentando alcanzar el cielo.
Matías, desde una distancia prudencial, la observa pacientemente, luego se acerca, mira el dibujo, intenta entender
su significado. Entonces ella, se lo explica, con palabras tan abstractas como
sus propias líneas y él, lo vuelve a mirar con cara de no entiendo
nada.
Bueno…
Se dirige a la colina por el
camino como cada día. En lo alto,
intenta una y otra vez, depositar su imaginación en la arena, pero nunca avanza
más allá de las primeras estrías en las que no ve nada.
Genaro,
aprovechando la soledad del lugar, se acerca, mira el dibujo analiza sus
trazos, no es nada parecido a lo visto por él en los mazos de hojas que en casa
posee. ¿Cómo ayudar a potenciar eso que ella hace? No tiene referencias en las que fijarse. ¿Está
bien? ¿Está mal?...
Donde encontrar referente con el que poder corregir y poder
perfeccionar eso tan raro.
Permanece concentrado mirando el suelo. Sin saberlo, la sorpresa acecha a sus
espaldas.
Primavera.- ¿Cómo usted por aquí?
Genaro.- ya ves mirando esto tan raro
Primavera.- lo he hecho yo
Genaro.- ya lo sé, ¿y qué es?
Primavera.- mire; esto
de aquí, es el día que empieza a nacer y se ve retenido por la noche, que no
quiere irse.
Genaro.- pero, ¿el sol? ¿y la luna?
Primavera.- el nuevo sol está tras el ombligo y el ojo que está
en su mano es la luna, que se resiste con fuerza a cerrarse aunque los dedos la
aprieten.
Genaro.- sí, sí, (la imaginación de
Primavera se escapa a su alcance)
Primavera.- no me mienta. No lo ve, igual que Matías
Genaro.- serias capaz de reproducir
unas laminas que tengo en casa
Primavera.- ¿para qué?
Genaro.- ¿la verdad? No lo tengo claro… por intentarlo
Primavera.- vale
Genaro.- pues mañana te llevo una
Toda la noche, la pasó elaborando una
tablilla de tres por cinco palmos.
La pulió y lijó con esmero, hasta
que consiguió una superficie lisa, incluso resbaladiza.
Seleccionó
los carboncillos de mayor dureza y entre los papiros del arcón, cogió uno que
en especial siempre le había emocionado
ver. Una madre amamantando a su niño.
La mañana
siguiente, todos dedicarían sus sentidos a lo que Primavera hacía. Trazo a
trazo, iba dando forma a la mujer y el niño. Con cara sin gesticular, miraban
no sabían bien qué. De pronto con el dedo expandió el negro
polvillo dando forma al contorno. Pasmados todos, vieron asombrosamente
como su dedo corazón, iba creando sombras y la imagen, con dulzura, parecía salir
de la tablilla hacia fuera, como intentando hablar.
Primavera.- ya está, ¿Qué le parece?
Genaro.- me has dejado impresionado
Primavera.- espere
Cogió un paño, y limpió la tablilla, lo aclaró
en agua varias veces hasta dejarla blanca de nuevo. Se
unto las manos con los carboncillos y las movió, convirtiendo lo claro en una
oscuridad absoluta. Quedó quieta,
parada, mirando con detenimiento. Enrolló la punta del trapo, haciendo un nudo,
para con él, ir limpiando y limpiando cachitos, para luego unirlos entre sí.
Primavera.- ahora sí, ya está, la madre y el hijo, felices, las
nubes la miran con envidia y los arboles se postran ante ella, reverenciando su
maternidad.
Todos
miraban incrédulos. Nadie veía nada de lo que Primavera decía. Los niños, marcharon a jugar. Ella,
se dio media vuelta ante la falta de
atención y marcho a la orilla del arroyo. Genaro con la tabla en sus manos, se sentó,
pasando varías horas dándole vueltas, a ver si en alguna posición, podía ver
aquello que decía la pequeña había dibujado.
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