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jueves, 24 de diciembre de 2015

Valdeluna cap.- 9

        Llegó el día más corto junto con la noche más larga.
            En el firmamento luce en cuarto creciente la luna doce más uno.  Comienza un nuevo ciclo en Valdeluna.
      Llega la etapa fría, donde la ausencia de actividad en el campo, refuerza los vínculos de fraternidad humana y los ancianos vuelven a recordar esas historias, que sus antepasados les trasmitieron junto a la agradable luz de las ascuas de una tímida  lumbre.

      Los tejados negros de pizarra, brillan, resplandecen. Las montañas van perdiendo su verdor, bajo un manto blanco. El zorro, merodea el entorno de los cercados de puertas cerradas, intentando lograr algún sustento.  El viento sopla suave, como navaja afilada de barbero.  La mayoría de los arboles ya están desnudos y los de hoja perenne, parecen acurrucarse entre ellos y encorvan su copa, rogando ser abrazados por sus raíces.

           Reunidos junto a la chimenea, Octavio, Leopoldo, Andrés y primavera, escuchan atentamente las palabras de Gorgonio.  Andrea, tiene la mente en otro sitio, es el primer invierno que allí, junto a ellos, falta él, Bernardo.

     Al día siguiente casi nadie ha madrugado, Aproniana, con el alba, bajó a encender el montón de leña, que la noche anterior quedó preparada.     Tras un largo rato, quitándose el frio metido es los huesos con las lenguas de fuego que aviva con una buena vara desde distancia prudencial, se dirige a casa de Matías.

Aproniana.- Vamos manco, levanta y da una vuelta para que se despierten estos holgazanes.
         Matías con más resignación que ganas, se viste y haciendo sonar una barraja de cuatro cencerros, atados a su cintura,  recorre las calles,  anunciando que todos han de reunirse en la plaza, para recibir de la matriarca un trago de licor solo dispensado en esa fecha,  el cual, deberá dar vigor a la sangre de sus venas durante todo el ciclo de los cuatro siguientes solsticios.

Aproniana.- ¿pero qué os pensáis, que me vais a tener aquí todo el día?
Diógenes.- ya puede usted empezar a repartir ese caldito caliente. Yo el primero.
Matías.- si hombre, me hincho a dar vueltas haciendo sonar los cencerros, para que luego llegues tú y por tu cara bonita, le pegues el primer trago al cuenco.
Aproniana.- he de reconocer que tenéis razón los dos. Tú Matías te has levantado el primero (eso sí, después que yo) para despertar a todos.   Y tú Diógenes, has cuidado este maravilloso licor durante todo el año, con el fin de que estuviese en su mejor estado llegada la hora.  Se, que es un gran privilegio ser el primero en beber, el segundo ya no tiene mérito, así que caso resuelto, la primera será Zoila por su estado de gestación, para que el retoño de Bernardo, salga con fuerzas a ver la luz de este valle.
Diógenes.- me parece bien
Matías.- buena decisión y que salga tan llorón como su padre de pequeño
Bernardo.- pues si te llega a parecer mal, Matías, pides que salga manco como tú.
  
      Mientras todos reían a carcajadas, la anécdota del momento, Aproniana, vertía un poco de licor al cuenco de barro caliente y con extrema devoción en la creencia de aquella tradición, imploraba a las magnas fuerzas de la naturaleza, que aquel inminente miembro de aquella comunidad, naciese sano y fuerte.    Luego con los ojos vidriosos de la emoción, depositaba con lacia ternura el cuenco en las manos de Zoila, que con el mismo deseo, lo acercaba a sus labios y como si se tratase de la sabia más preciada, lo saboreaba hasta aprovechar la última gota.

   Uno a uno, en fila, colocados por edad, iban pasando por su lado, dejando que sus gargantas fuesen ardidas por la alta graduación que contiene la fuerza de la vida.

     El último, tras ella su hermano mayor, que después de beber un sorbo directamente del cántaro, esparcía el resto sobrante sobre las ascuas, haciendo surgir una tremenda y espeluznante llamarada.


            Las dulzainas y tamboriles comenzaban a sonar, todos, todos bailotean esperando a que con la tercera luna llena, empiece a oírse de nuevo el alegre cantar de los pájaros y la tristeza del largo invierno, de paso a la majestuosidad de la primavera.

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