Llegó el día más corto
junto con la noche más larga.
En el firmamento luce
en cuarto creciente la luna doce más uno.
Comienza un nuevo ciclo en Valdeluna.
Llega la etapa fría, donde
la ausencia de actividad en el campo, refuerza los vínculos de fraternidad
humana y los ancianos vuelven a recordar esas historias, que sus antepasados
les trasmitieron junto a la agradable luz de las ascuas de una tímida lumbre.
Los tejados negros de
pizarra, brillan, resplandecen. Las montañas van perdiendo su verdor, bajo un
manto blanco. El zorro, merodea el entorno de los cercados de puertas cerradas,
intentando lograr algún sustento. El
viento sopla suave, como navaja afilada de barbero. La mayoría de los arboles ya están desnudos y
los de hoja perenne, parecen acurrucarse entre ellos y encorvan su copa,
rogando ser abrazados por sus raíces.
Reunidos
junto a la chimenea, Octavio, Leopoldo, Andrés y primavera, escuchan
atentamente las palabras de Gorgonio.
Andrea, tiene la mente en otro sitio, es el primer invierno que allí,
junto a ellos, falta él, Bernardo.
Al día siguiente casi nadie ha madrugado,
Aproniana, con el alba, bajó a encender el montón de leña, que la noche
anterior quedó preparada. Tras un
largo rato, quitándose el frio metido es los huesos con las lenguas de fuego
que aviva con una buena vara desde distancia prudencial, se dirige a casa de Matías.
Aproniana.- Vamos manco, levanta y da
una vuelta para que se despierten estos holgazanes.
Matías
con más resignación que ganas, se viste y haciendo sonar una barraja de cuatro cencerros,
atados a su cintura, recorre las calles,
anunciando que todos han de reunirse en
la plaza, para recibir de la matriarca un trago de licor solo dispensado en esa
fecha, el cual, deberá dar vigor a la
sangre de sus venas durante todo el ciclo de los cuatro siguientes solsticios.
Aproniana.- ¿pero qué os pensáis, que
me vais a tener aquí todo el día?
Diógenes.- ya puede usted empezar a
repartir ese caldito caliente. Yo el primero.
Matías.- si hombre, me hincho a
dar vueltas haciendo sonar los cencerros, para que luego llegues tú y por tu
cara bonita, le pegues el primer trago al cuenco.
Aproniana.- he de reconocer que tenéis
razón los dos. Tú Matías te has levantado el primero (eso sí, después que yo)
para despertar a todos. Y tú Diógenes, has cuidado este maravilloso
licor durante todo el año, con el fin de que estuviese en su mejor estado
llegada la hora. Se, que es un gran privilegio
ser el primero en beber, el segundo ya no tiene mérito, así que caso resuelto,
la primera será Zoila por su estado de gestación, para que el retoño de Bernardo,
salga con fuerzas a ver la luz de este valle.
Diógenes.- me parece bien
Matías.- buena decisión y que
salga tan llorón como su padre de pequeño
Bernardo.- pues si te llega a
parecer mal, Matías, pides que salga manco como tú.
Mientras todos reían a
carcajadas, la anécdota del momento, Aproniana, vertía un poco de licor al
cuenco de barro caliente y con extrema devoción en la creencia de aquella
tradición, imploraba a las magnas fuerzas de la naturaleza, que aquel inminente
miembro de aquella comunidad, naciese sano y fuerte. Luego
con los ojos vidriosos de la emoción, depositaba con lacia ternura el cuenco en
las manos de Zoila, que con el mismo deseo, lo acercaba a sus labios y como si
se tratase de la sabia más preciada, lo saboreaba hasta aprovechar la última
gota.
Uno a uno, en fila, colocados
por edad, iban pasando por su lado, dejando que sus gargantas fuesen ardidas por
la alta graduación que contiene la fuerza de la vida.
El último, tras ella su
hermano mayor, que después de beber un sorbo directamente del cántaro, esparcía
el resto sobrante sobre las ascuas, haciendo surgir una tremenda y espeluznante
llamarada.
Las
dulzainas y tamboriles comenzaban a sonar, todos, todos bailotean esperando a
que con la tercera luna llena, empiece a oírse de nuevo el alegre cantar de los
pájaros y la tristeza del largo invierno, de paso a la majestuosidad de la
primavera.
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