El
reloj marcaba las seis, a Luis le dolía todo el cuerpo, se encontraba como si
le hubiesen dado una paliza. Fue a la cocina y bebió un vaso de leche. Luego, sintió la necesidad de lavarse la
cara, la sentía como acartonada.
Luis.-
Dulce despierta, vámonos a la cama
Dulce.-
déjame, tengo frio
Luis.-
vamos que ya es muy tarde, seguro que mamá y papá ya llevan tiempo dormidos
Dulce.-
un poquito más
Luis.-
venga y nos acostamos juntos
Dulce.-
yo no me pienso ni quitar la ropa
Luis.-
yo tampoco, solo los zapatos
Dulce.-
bueno vale
Luis se había desvelado, dejó a Dulce
acostada en su cama y se fue a buscar el dichoso libro para leerlo.
Era cortito, no tardaría
mucho. Tenía que saber que ponía en él, para haber
atrapado a Dulce se esa manera.
Se puso a leerlo sobre la cama de su hermana.
Aun sabiendo lo que ya sabía, aun habiendo vivido aquella
experiencia que los años no le dejaron olvidar, ese texto le parecía una
pachotada.
Llegó a la parte donde
Dubracko comenzaba a reclutar a sus guerreros y fue recordando uno a uno los
animales que en la gruta habitaban. Por su puesto, él siempre supo que no había
sido un sueño, pero ahora sí que no entendía nada.
(Dulce se despertó y fue
a su habitación).
Dulce.-
¿qué haces levantado tan temprano?
Luis.-
ya ves, leyendo este bodrio
Dulce.-
y qué
Luis.-
pues nada, pero ven, siéntate a mi lado
Dulce.-
¿estás bien?
Luis.-
Ssss, calla y escucha. Mira, yo
conozco a algunos de estos personajes.
Hopkin, sigue siendo
pequeño de estatura está convertido en duende.
Es el que manda ahora, porque Dubracko, está muerto.
La mujer desahuciada que
vivía en una cueva, Kazimir, algo debió preparar, porque está convertida en
rata. Es mala y envidiosa, no tiene buen corazón.
Noll, el que era pastor,
ahora es un murciélago.
Pobre Didacus, un
viejo de amarillenta y larga barba, en mi último recuerdo, nos dormimos a su
lado, sobre la piel de un pequeño dragón y tú le explicaste lo que era un día.
Larkin, es una lombriz. Y
Rohesia, la bella princesa, vuela con forma de libélula.
Dulce.-
¿entonces estuvimos allí?
Luis.-
sí, estuvimos o solo fue un sueño ya no lo sé
Dulce.-
tenemos que volver
Luis.-
no, no podemos volver o jamás volveríamos a este mundo. Hopkin, estuvo a punto de convertirte en rana
y anoche vi un sapo. No puedo correr ese riesgo
Dulce.-
creo que debes seguir leyendo
Luis.-
sí, pero poco a poco
Dulce.-
y me contarás lo que paso allí y como era ese sitio
Luis.-
si te lo contaré todo. Fue breve nuestra
estancia allí, pero suficiente como para no volver. Lo que no recuerdo es como logramos
salir. Ahora vamos, que aún nos queda
tiempo de dormir una horita
Dulce.- Gracias Luis, gracias
Luis.-
duérmete pequeñaja
Sobre la cama de
Dulce, abrazados, con el libro entre ellos, conciliaron de nuevo el sueño.
El miércoles, había
terminado el libro, tumbado sobre la cama mirando al techo, rumiaba lo que
había leído.
Pensaba en lo que
podría ser el mundo, sin el error de Dubracko.
Si hubiese podido ese pequeño ejército, lograr
el entendimiento entre los pueblos, sin guerras, sin hambre, sin el poder del
dinero. ¿Cómo encontrar a la doncella y
el caballero que portase la espada de luz? ¿Quiénes serían esos que estaban
destinados a liberarlos?
El viernes por la
noche, era un buen momento para contarle a Dulce todo lo que pasó aquella
tarde.
Los dos en voz baja, estuvieron hablando hasta
la madrugada.
Dulce.-
te imaginas, tal vez seamos nosotros los elegidos
Luis.-
¿nosotros?
Dulce.-
sí, tú y yo
Luis.-
vaya tontería
Dulce.-
no es ninguna tontería, yo puedo ser la doncella y tú el caballero
Luis.-
ya y el rayo de luz ¿Qué es el rayo de luz?
Dulce.-
no lo sé, pero tenemos que liberarlos
Luis.-
a mí tampoco me gusta que sigan presos en el limbo del olvido, pero habrá que
buscar como entrar y como salir de allí. Si no encontramos más pistas no te pienso
llevar
Durante meses, estuvieron buscando
información. Pensando en un rayo de luz, que fuera capar de de iluminar siete
puntos a la vez para que formasen una estrella y poder devolver la vida a
Dubracko.
Todo se fue diluyendo
convertido en una anécdota del recuerdo y otras inquietudes fueron siendo
prioritarias.
Los amores y desamores de
la adolescencia, los estudios y las redes sociales, llenaban su tiempo.
Una tarde de verano,
mientras tomaban el sol en la terraza, el tema volvió a saltar a la palestra.
Dulce.-
anoche soñé que este sábado, íbamos al campo, a la gruta. Los arbustos nos abrían paso y las
rocas se separaban para dejarnos entrar
Luis.-
ya ¿y luego?
Dulce.-
y luego qué
Luis.-
que cómo salíamos de allí
Dulce.-
no lo sé
Luis.-
entonces no hay excursión
Dulce.-
pero es algo que tenemos que hacer, se lo debemos
Luis.-
y papá y mama, ¿a ellos no le debemos nada?
Dulce.-
pero estamos hablando de la paz en el mundo
Luis.-
estamos hablando de nosotros, de nuestros padres
Dulce.-
mientras pienses así, no podemos ir, ahora triunfar o fracasar, sólo depende de
tu aptitud
Luis.-
no soy tan fuerte o tan loco como tú
Dulce.-
no tengo ninguna prisa, se que algún día no muy lejano, estarás preparado e
iremos a liberarlos
Luis.-
tal vez, ese día, quien no quera ir, seas tú
Dulce.-
bueno tú inténtalo, no te lo calles, puede ser, pero creo que mi respuesta será
sí
Y así siguió pasando el
tiempo.
Aquello tan temido, aquello que solo
parecía pasaba en otros sitios lejanos, aquello llamado guerra llegó a su país.
En su ciudad, los proyectiles roturaron las
fachadas, dibujando el odio y el hambre.
Las bombas descendieron
de los cielos, sembrando la desolación, cubriendo de sangre y polvo, todo lo
que conocían.
La
ventana de su habitación, era la pantalla del televisor a la hora de las
noticias y en las noches de cielo raso, las estrellas eran cagadas por el humo
de las llamas.
Luis.-
Dulce, siento haber tardado tanto, ahora estoy preparado
Dulce.-
¿estás seguro?
Luis.-
si, pero voy a ir yo solo. Mi egoísmo
es el culpable de lo que ahora pasa
Dulce.-
no puedes ir solo, sabes que debemos ir los dos
Luis.-
¿y papá y mamá?
Dulce.-
¿y si nos mata una bomba? Y si esa bomba los mata a ellos
Luis.-
mañana antes de amanecer, estaremos en la montaña
Como dulce había
soñado, los matojos secos parecieron desquebrajarse ante sus ojos. Crujieron las piedras y se oyó el chirriar
aquellas bisagras oxidadas.
Entraron y descendieron
de nuevo por aquellas escaleras resbaladizas, pegados a la húmeda pared.
Al llegar abajo, de nuevo
se encendieron las antorchas, la gran lámpara, seguía caída en el suelo.
Esperaron a la presencia
del anciano pero este, no apareció, en su lugar, junto a una columna, un sapo
les habló. Era su misma voz. Pobre
Didacus, a él, era a quien Luis había visto en la pantalla de la tele aquella
noche.
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