Pues volteé la
cabeza
casi por
casualidad
antes de
doblar la esquina.
Y pude verla
sentada
con un platito vacío
sobre la mano extendida.
Volvía desandar
mis pasos
rebuscando en
mis bolsillos,
solo una
moneda había.
Y la puse en
el platito.
Allí dejé mi
tristeza.
Allí, quedó su
alegría.
Qué bonito y profundo.
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