Los habitantes de aquel lugar,
se levantaron aquel día consternados, ninguno de ellos daba crédito a lo
sucedido, no había ninguna explicación a lo acaecido aquella noche, su pequeño
corazón había dejado de latir sin causa aparente, el silencio, se hizo dueño de
las calles y hasta el día siguiente, toda la noche en silencio, velaron el
cuerpecito de aquel angelito, vestido con el blanco traje, el que vistiera
pocos días antes para celebrar su primera comunión.
En la pequeña iglesia, abarrotada hasta la puerta, ni un
murmullo, solo las palabras entrecortadas de un sacerdote, dando un sermón
inusual, para elevar al cielo, a la diestra del padre, el alma de aquel
chiquillo, al que había bendecido y dado el cuerpo de Cristo el domingo
anterior.
La comitiva avanzaba lentamente, el amargo
silencio, se veía interrumpido solamente por los inconsolables gritos de dolor
de aquella madre vestida de negro, que caminaba ayudada, cogida por los brazos
de dos hombres cabizbajos de ojos caidos, impotentes ante el desconsuelo que portaban delante
de ellos tantos hombros como cogían bajo aquel pequeño ataúd.
La cruz que encabezaba el
cortejo, vestida con unos sayales morados, la sujetaba el padre con los brazos
rectos hacia delante, rígidos, a la altura de la cara, tan temblorosos que el Cristo en lo alto,
pretendiendo tocar el cielo, parecía ser partícipe de su rabia contenida.
Por un momento, a la entrada
del cementerio, enmudeció el propio silencio, solo se dejaba oír levemente el
movimiento de las cadenetas contra el metal de aquel pequeño incensario que colgaba de la mano
de un monaguillo ataviado de rojo y blanco, al que la garganta no daba abasto
para tragar tanta lagrima derramada por el fallecimiento de su amigo.
Al fondo, se dejaban ver
cuatro obreros con el mono azul lleno de barro, tenían entre sus manos las
maromas y las palas, con las que
realizar el enterramiento en aquella fosa cavada al amanecer por ellos mismos.
El andar de los portadores se
hizo mucho más lento, los pies se arrastraban por el cemento, como pretendiendo
detener el tiempo; un jilguero se posó sobre la tapa resplandeciente y empezó a
picotear en ella, nadie intentó evitarlo.
Un extraño sentimiento hizo
que todos parasen, sin mediar palabra, ni un solo gesto, posaron el féretro sobre una
lápida y abrieron la tapa, el pequeño parecía seguir dormido, los gritos de la
madre se acentuaron queriendo abrazar a su hijo por última vez, esto desencadenó
un revuelo en todos los presentes.
Los gritos cambiaron de
tono.- respira, respira, se echó sobre él e incorporó entre sus brazos
aferrándolo a su pecho con todas sus fuerzas, mientras los más sensatos,
intentaban arrebatárselo para introducirlo de nuevo en su última morada, en ese
instante, tal vez por la presión de los brazos de su madre, empezó a soltar
saliva por la boca; todo era una ilusión, que desquebrajaba aún más el sentir
de sus familiares, amigos y convecinos.
Después de arrancarlo de sus
brazos, y colocarlo de nuevo en la cajita, se disponían a cubrirlo con una
sabanita bordada antes de volver a cerrar la tapa, cuando el jilguero volvió a
posarse sobre él; las manos quedaron paralizadas, todos quedaron estupefactos
al oír como tosía y ver que movía los
parpados levemente, giró la cabeza con suavidad, encogió un poquito las piernas
y siguió con su feliz sueño.
De pie, a su lado,
paralizados, levantaron la vista al cielo mientras el pajarito permanecía sobre
sus manitas; entonces, el padre, se arrodilló junto a él y lo despertó con
suavidad, acariciando su carita; este abrió los ojos.
.- papá, ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?
.- nada mi pequeño, que has tenido un sueño demasiado largo y profundo.
Lo cogió como cuando era un
bebé, y se dirigió con él a casa. Sobre
la lapida quedaron el ataúd, la cruz, el incensario y el hisopo con su caldero. Junto a la fosa, las maromas, picos y palas; todos tenían ganas de abrazarlo,
hablar con él, pero durante todo el camino, nadie, ni su propia madre, se
atrevió a romper aquel momento entre los brazos de su padre, en el que
simplemente se miraban con una sonrisa, tan profunda y feliz como el silencio
que los rodeaba.
Desde entonces, cada vez que
en el lugar, se recuerda este hecho, se van añadiendo o ignorando detalles,
pero hay una palabra que siempre está presente: SILENCIO
Que genial y angelical historia Maestro me robó de momento la conciencia. Gracias por el momento de ilusión.
ResponderEliminarGracias por estar
EliminarMe encantó.
ResponderEliminarGracias por su tiempo
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