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miércoles, 8 de mayo de 2013

Silencio



           Los habitantes de aquel lugar, se levantaron aquel día consternados, ninguno de ellos daba crédito a lo sucedido, no había ninguna explicación a lo acaecido aquella noche, su pequeño corazón había dejado de latir sin causa aparente, el silencio, se hizo dueño de las calles y hasta el día siguiente, toda la noche en silencio, velaron el cuerpecito de aquel angelito, vestido con el blanco traje, el que vistiera pocos días antes para celebrar su primera comunión.

       En la pequeña iglesia, abarrotada hasta la puerta, ni un murmullo, solo las palabras entrecortadas de un sacerdote, dando un sermón inusual, para elevar al cielo, a la diestra del padre, el alma de aquel chiquillo, al que había bendecido y dado el cuerpo de Cristo el domingo anterior.

       La comitiva avanzaba lentamente, el amargo silencio, se veía interrumpido solamente por los inconsolables gritos de dolor de aquella madre vestida de negro, que caminaba ayudada, cogida por los brazos de dos hombres cabizbajos de ojos caidos, impotentes ante el desconsuelo que portaban delante de ellos tantos hombros como cogían bajo aquel pequeño ataúd.

      La cruz que encabezaba el cortejo, vestida con unos sayales morados, la sujetaba el padre con los brazos rectos hacia delante, rígidos, a la altura de la cara, tan temblorosos que el Cristo en lo alto, pretendiendo tocar el cielo, parecía ser partícipe de su rabia contenida.

     Por un momento, a la entrada del cementerio, enmudeció el propio silencio, solo se dejaba oír levemente el movimiento de las cadenetas contra el metal de aquel pequeño incensario que colgaba de la mano de un monaguillo ataviado de rojo y blanco, al que la garganta no daba abasto para tragar tanta lagrima derramada por el fallecimiento de su amigo.

    Al fondo, se dejaban ver cuatro obreros con el mono azul lleno de barro, tenían entre sus manos las maromas y  las palas, con las que realizar el enterramiento en aquella fosa cavada al amanecer por ellos mismos.

    El andar de los portadores se hizo mucho más lento, los pies se arrastraban por el cemento, como pretendiendo detener el tiempo; un jilguero se posó sobre la tapa resplandeciente y empezó a picotear en ella, nadie intentó evitarlo.

      Un extraño sentimiento hizo que todos parasen, sin mediar palabra, ni un solo gesto, posaron el féretro sobre una lápida y abrieron la tapa, el pequeño parecía seguir dormido, los gritos de la madre se acentuaron queriendo abrazar a su hijo por última vez, esto desencadenó un revuelo en todos los presentes.

     Los gritos cambiaron de tono.- respira, respira, se echó sobre él e incorporó entre sus brazos aferrándolo a su pecho con todas sus fuerzas, mientras los más sensatos, intentaban arrebatárselo para introducirlo de nuevo en su última morada, en ese instante, tal vez por la presión de los brazos de su madre, empezó a soltar saliva por la boca; todo era una ilusión, que desquebrajaba aún más el sentir de sus familiares, amigos y convecinos.

    Después de arrancarlo de sus brazos, y colocarlo de nuevo en la cajita, se disponían a cubrirlo con una sabanita bordada antes de volver a cerrar la tapa, cuando el jilguero volvió a posarse sobre él; las manos quedaron paralizadas, todos quedaron estupefactos al oír como tosía y  ver que movía los parpados levemente, giró la cabeza con suavidad, encogió un poquito las piernas y siguió con su feliz sueño.

   De pie, a su lado, paralizados, levantaron la vista al cielo mientras el pajarito permanecía sobre sus manitas; entonces, el padre, se arrodilló junto a él y lo despertó con suavidad, acariciando su carita; este abrió los ojos.

.- papá, ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?

.- nada mi pequeño, que has tenido un sueño demasiado largo y profundo.

     Lo cogió como cuando era un bebé, y se dirigió con él a casa.   Sobre la lapida quedaron el ataúd, la cruz, el incensario y el hisopo con su caldero.   Junto a la fosa, las maromas, picos y palas; todos tenían ganas de abrazarlo, hablar con él, pero durante todo el camino, nadie, ni su propia madre, se atrevió a romper aquel momento entre los brazos de su padre, en el que simplemente se miraban con una sonrisa, tan profunda y feliz como el silencio que los rodeaba.

    Desde entonces, cada vez que en el lugar, se recuerda este hecho, se van añadiendo o ignorando detalles, pero hay una palabra que siempre está presente:  SILENCIO

    

   

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