Su cabeza, apoyada sobre mi hombro, el brazo sobre
mi pecho, medio dormida, las palabras te quiero mucho, su respiración navegando
hacia el Olimpo, al tiempo que sus
dedos quedaban quietos, dejando de
acariciar mi inmóvil mano.
La oscuridad rota, por el reflejo de una
lucecita verde, la que indica que el interfono está encendido. Una
tenue claridad, intenta colarse por las rendijas de la persiana, levemente mal
cerrada. Y un silencio interrumpido por
el tragar de una garganta, que no da abasto a engullir tanta lagrima.
Nadie acudió a recoger mi plegaria. Solo una
inmensa cinta de raso rosa que en ese instante nos envolvía, con un rosetón provocador, haciendo de su
final un hermoso lazo.
Así que simplemente a ella me pude dirigir:
Que supiera que no iba a permitir que apretase
más de lo necesario, para estar si cabe, más unidos que nunca.
Una sensación de felicidad pareció recorrer mi cuerpo, tal vez, como agradecimiento
a esos pensamientos.
Luego, antes de dormir, agradecí su fiel compañía
a aquellas cosas;
La soledad;
Confidente de tantos llantos reprimidos.
Al silencio; pues los sentimientos mudos, son
la semilla de la palabra.
A esa lucecita verde, que tras cerrar los
ojos, se había quedado grabada en mi retina.
Como no.
A mi bella durmiente, por seguir abrazada a mí, incluso en sus sueños.
Tras esto me dormí, no sin antes susurrar……
…….. Amor mío… Te Quiero.
Precioso, C.A.R.L.
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