Años atrás… tal vez, decenas, cientos, miles de miles de
años. Según dicen los entendidos. Allá por el África Central. Un animalucho de tamaño medio, demasiado
grande para esconderse y poca corpulencia para enfrentarse a sus depredadores. Exento
de garras o fuertes mandíbulas, irrisorio en la carrera y falto de habilidad
para trepar a las alturas. Es
decir; una especie nacida para servir de
alimento.
En aquel planeta, en
que el azul y verde, vivían armoniosamente con el blanco de los polos; en que las montañas majestuosas nutrían de
agua los ríos que recorrían los valles,
cuando la única frontera entre la vida y la muerte, era el instinto de
conservación.
En el interior del deleznable cráneo, de alguno de aquellos
especímenes, una célula excitada por el calor insoportable que sobre ella,
infringían los rayos de un abrasador
astro se decidió a marchar y explorar nuevos horizontes.
Dejándose llevar por los torrentes sanguíneos, fue recorriendo
recovecos, descubriendo sitios insospechados.
A su regreso, la mutación era irremediablemente visible; sus
antiguas compañeras la repudiaron a ese lugar, el más expuesto a los agentes
externos, “la garganta”
Su afán de investigar, o tal vez la ira contenida, le llevo a friccionarse contra sus paredes,
un intento de escalar hacia la
salida, donde encontraría el fin de su
existencia.
Aquello, algo que podría parecer insignificante, fue el
desencadenante de la imitación. Cada vez que algún miembro lograba emitir un
sonido provocado, todos se asombraban del hallazgo. Poco a poco, fue común su emisión. Entonces fueron
creando distintos tonos, modificando la postura y apertura de los labios y
asignaron un sentido a cada uno de los sonidos, impulsando los principios de la
comunicación.
Aquel primer sonido, debía haber sido la letra A.
.-.-.-.- A de Admiración. Amistad. Amor.
Pero unos seres
genéticamente imperfectos desde su propia aparición en la faz del planeta, prefirieron
anteponer el desprecio, la hostilidad y
el poder, a la nobleza de la naturaleza que en su seno los había acogido.
La destrucción fue sembrada bajo cada una de sus pisadas por
los siglos de los siglos y jamás dieron importancia a esa letra A.
Genéticamente imperfectos, sin duda, más humanos.
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