Pasados ya los ochenta,
hasta nada devorando
los caminos de la vida,
tan lejos el nacimiento
tan cerca la despedida.
Años sembrando
esperanza,
abonando con cariño
las plantas de este, su
huerto,
navegando siete mares
para no llegar a
puerto.
Mira el torso de sus
manos
cubierto de piel
marchita,
pliegue que sobre
nudillos
muestra el paso de la
vida,
les da la vuelta y sus
palmas,
sus palmas están vacías.
Entre los dedos se fue,
con los años Escapó,
el proyecto a largo
plazo
que algún día imaginó.
La arena de aquel reloj
cayó por su propio
peso,
la rosa se marchitó
como languidece un
beso,
las nieves se hicieron
agua
el gavilán cayó preso,
y un eclipse enmudeció
la mente que hablaba en
verso.
Los ruiseñores no
emiten
sus trinos bajo un
balcón,
donde una doncella
escucha
bajo la luna de mayo
proposiciones de amor.
Por no mirar al futuro
y guardar lo cosechado,
por vivir, el día a día
siendo del vicio
aliado,
por no tener más amores
que los que fueron pagados,
solo le queda una frase….
¡váh! que me quiten lo
bailado.
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