En el viaje de vuelta, aquel
asiento de madera, parecía el más mullido de los colchones.
Claudio.- bueno, hasta mañana
Paco.- no te duermas, que este
no espera
Fidel.- aquí estaré, hasta mañana
y gracias
En el camino de Cánovas a
casa, andaba erguido, orgulloso, ahora sí, podía decir que tenía un trabajo.
Fidel.- hola, ya estoy aquí
Paulina.- ya es hora
Fidel.- ¿Qué tal el pequeño?
Siéntate que te cuento
Paulina.- eso, mejor me siento,
explícate
Fidel.- ¿y ese morro?
Paulina.- ¿y ese dinero?-¿en que
habíamos quedado?
Fidel.- ¡ya estamos!
Paulina.- no, si quieres…
Fidel.- no es lo que imaginas, ni
siquiera me senté a jugar
Paulina.- pues tú dirás, espero que
no sea fruto del arte del birlí-birloque
Fidel.- ¿me dejas que te
explique?
Paulina.- y ahora me dirás que te
lo encontraste
Fidel.- ¿me vas a dejar hablar?
Paulina.- vamos, si estoy esperando
Fidel.- me lo dio don Fernando
Paulina.- a otro perro con ese
hueso
Fidel.- me pones del hígado
Paulina.- no te voy a decir yo,
hasta donde estoy, anda sigue
Fidel.- pues sí, para que no volviese al mercado y así tener
para comer hasta que cobre
Paulina.- perdona, pero a mí me
parece (torció el morro) que aquí hay gato encerrado
Fidel.- que es verdad
Paulina.- pero en realidad, ¿Qué
quiere ese tal don Fernando?
Fidel.- que desconfiada que eres
Paulina.- bueno, bueno, lo que sea
sonará
Fidel.- me voy a lavar, arréglate
y viste al niño, que tenemos que ir a un sitio antes de que cierren
Paulina.- ¿dónde?
Fidel.- a un sitio
Hacía tiempo que no salían a dar un paseo.
Cruzaron el puente para
dirigirse al centro. Él le iba contando lo sucedido en la mañana. Cuando llegaban a la plazoleta…
Fidel.- mira aquí, tengo que coger
el autobús todas las mañanas a las siete y cuarto
Paulina.- entonces ¿os llevan en
autobús? o sea, que con que te levantes a las seis y media, te da tiempo de
sobra
Fidel.- corre que están cerrando
Paulina.- ¿qué dices?
Fidel.- perdone señor, un momento
Farmacéutico.- llegas por los pelos
Fidel.- hágame el favor
Farmacéutico.- que quería
Fidel.- no lo sé.
Farmacéutico.- bien empezamos
Fidel.- Algo para la anemia de mi
mujer y algo que sea muy bueno para darle al niño. ¡Lo mejor!
Farmacéutico.- eso que me pides… es muy caro
Fidel.- da igual
El farmacéutico entró a la rebotica y salió al
momento con un frasco de cristal.
Farmacéutico.- para su mujer, una
cucharada de este jarabe cada mañana. Si acaso nota que las deposiciones son muy
oscuras, que no se preocupe, es normal al tomar hierro
Fidel.- ¿oyes lo que te dice?,
que es normal
Farmacéutico.- y para el niño, lo más
caro
Fidel.- usted dirá, lo que sea
Farmacéutico.- puré de verduras y
legumbres con bien de carne roja al medio día y pescado por la noche
Fidel.- ¿y medicinas?
Farmacéutico.- hágame caso, es la mejor
medicina, ¡ah!, y leche, mucha leche
Fidel.- cóbrese
Farmacéutico.- y ahora sigan dando el
paseo, que el salir y tomar el aire, también es muy bueno
Paulina.- gracias, muchas gracias.
Siguieron un poco más adelante dando el paseo
antes de darse la vuelta e iniciar el regreso de nuevo hacia su casa.
Sabiendo que el dinero procedía de la legalidad, Paulina comenzó hacer
la lista de aquello que necesitaban con más urgencia para darle algo de sabor a
las comidas, y compraría verduras, y
carne para hacer un buen guiso contundente al que por fin, por una vez se permitiría el añadirle un chorrito de
aceite de orujo. Ummm. Esa
vasija de cuarto que adornaba siempre en aquel escaparate, mañana estaría en su
casa y la guardaría como una joya, alguna
tarde, enriquecería con unas gotas de aquella maravilla, blancos puches para el chiquillo.
Antes de irse a dormir, prepararon la hortera.
Poca cosa había. Unos garbanzos que habían sobrado al medio día ya que no había
ido a comer y unos cachos de tocino frito para después. Esto tendría que ser suficiente. Esa noche al menos dormiría siete horas de
un tirón.
Paulina se levantó a la misma hora que él, en
esa nueva vida, tenía que cambiar muchas cosas. Como hacía tiempo, los dos juntos, con
el tazón de achicoria humeante entre sus manos.
Después de que él se fuera, se
lavó bien el cabello, lo peino con ondas como cuando aún estaba soltera. Ya
estaba bien de moños y recogidos que la hacían más vieja. Cogió una
saca de tela y en sus brazos al pequeño.
En la cocina, cuando iba a salir
se quedó mirando con una leve sonrisa a una balda junto al fogón. Luego,
Suavemente, tocó con la yema de su dedo el pimentón dulce y se masajeó las
mejillas. Tras eso, ya parecía otra.
Miraba y remiraba, todo le
perecía tan caro. Después de media
careta, algo de hígado, patatas y
acelgas en el mercado, pasó por la tienda de ultramarinos que había en el
barrio. Arañando céntimo a céntimo, fue llenando la cesta. Ya se
disponía a salir cuando se acordó. Se
dio la vuelta y cogió una botella pequeña de gaseosa vacía y otra llena.
Paulina.- perdona Maruja, ¿te
importaría llenarme esta botella con vino tinto?
Maruja.- pero te tengo que cobrar
el casco
Paulina.- bueno
Maruja.- no sabes lo que me ha alegrado
verte de nuevo por aquí
Paulina.- cuando se puede Maruja,
cuando se puede
Maruja.- vaya lo que ha crecido,
está ya hecho un mozo
Paulina.- el tiempo pasa volando
Maruja.- y tú estás muy guapa
Paulina.- poco a poco
Maruja.- ya sabéis dónde estamos,
para lo que queráis
Paulina.- lo sé, lo sé
Maruja.- venga que os vaya bien,
que ya lo tenéis bien ganado
Paulina, subió la cuesta con tal brío, que
el vuelo de su enagua y el tupe de su niño, parecían ir bailando con los escalones.
Llegó
a casa puso al niño en una trona hecha con cajas de fruta, abrió todo de par en par. Preparó un cubo con agua y legía, para hacer
un zafarrancho, al tiempo que por primera vez, en voz alta, sin vergüenza, canturreaba
canciones de Estrellita Castro, que le recordaban a su madre con el pañuelico
en la cabeza y el mandil de lunares grises, limpiando los cristales de las
ventanas abiertas y admirando con su delicada voz a todas las vecinas.
(Ella no tenía
tan buena voz, pero arte y hechuras no le faltaban).
Pasado el medio día, cuando se disponía hacer
la comida, hasta allí se acercaron Narciso (el carnicero) y Luis.
Luis.- paulina, ¿está Fidel?
Paulina.- ¿no sabéis que está
trabajando?
Narciso.- sí, ya lo sabemos
Luis.- si en realidad veníamos a
verte a ti y al chiquillo
Paulina.- ahí está, sin dar guerra
ninguna, es más bueno
Narciso.- mira que es guapo el
jodio
Paulina.- ha salido a su padre
Luis.- ja, ja, más quisiera él,
es clavadito a ti
Paulina.- ¡perodo!, vas a decir tú, que mi Fidel es feo??
Luis.- que no, que no, Paulina,
pero tú eres más guapa
Paulina.- gracias por el cumplido
Narciso.- toma, hemos estado haciendo una colecta entre todos,
esto es para que os lo gastéis en lo que queráis, por tantos años de madrugar y
nunca poner una mala cara, aún sabiendo que no le podíamos pagar como se
merecía.
Luis desenvolvió un papel
de estraza y puso el dinero sobre la mesa.
Narciso.- esto es de todos,
voluntariamente hemos puesto lo que podemos, unos más y otros menos, pero todos
de buena fe. No lo hemos ni contado y
si en algo os podemos echar una mano, no dudéis en pedirlo
Luis.- ya sabes, dinero no
pidas. Pero si necesitáis mi furgoneta
para algo, sin problema.
Narciso.- ojala, pronto os pudierais
cambiar de casa y haya que colaborar en la mudanza
Paulina.- lo que aquí tenemos, bien
cabe en un carretillo
Luis.- bueno guapa, no olvidéis
donde estamos
Narciso.- dame un abrazo, sabes que
os deseo lo mejor
Paulina.- venga iros de una vez,
que me vais hacer llorar
Se sentó en la mesa y
empezó a separar las monedas. Qué
alegría más grande se iba a llevar Fidel cuando llegase. Daba igual lo que
hubiese, para él, ese gesto no tenía precio.
Los
días parecían, bueno, eran distintos a todos los vividos anteriormente, el sol
daba más luz, durante la noche, las estrellas en el cielo de verano, brillaban como nunca lo habían hecho.
Los domingos, eran domingos,
días de fiesta, mañanas de misa en la virgen de la luz y un vermut antes de
comer. Esas tardes de paseo por
carretería cogidos del brazo, con el niño subido sobre los hombros y aquel
chato de vino blanco acompañado por unos cacahueses salados de vuelta a casa,
en esa taberna al lado del puente de la Trinidad.
Hasta que una mañana, un
señor bien vestido, de tez morena, bigote fino y bastón con empuñadura de
cuero, merodeaba por el barrio de San Antón haciendo preguntas que parecían no
tener sentido, pero que tenían como objetivo, el averiguar cuál era la casa de
aquella humilde familia.
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