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domingo, 24 de julio de 2016

Paulina y Fidel .- 4


    En el viaje de vuelta, aquel asiento de madera, parecía el más mullido de los colchones.
Claudio.- bueno, hasta mañana
Paco.- no te duermas, que este no espera
Fidel.- aquí estaré, hasta mañana y gracias
      En el camino de Cánovas a casa, andaba erguido, orgulloso, ahora sí, podía decir que tenía un trabajo.
Fidel.- hola, ya estoy aquí
Paulina.- ya es hora
Fidel.- ¿Qué tal el pequeño? Siéntate que te cuento
Paulina.- eso, mejor me siento, explícate
Fidel.- ¿y ese morro?
Paulina.- ¿y ese dinero?-¿en que habíamos quedado?
Fidel.- ¡ya estamos!
Paulina.- no, si quieres…
Fidel.- no es lo que imaginas, ni siquiera me senté a jugar
Paulina.- pues tú dirás, espero que no sea fruto del arte del birlí-birloque
Fidel.- ¿me dejas que te explique?
Paulina.- y ahora me dirás que te lo encontraste
Fidel.- ¿me vas a dejar hablar?
Paulina.- vamos, si estoy esperando
Fidel.- me lo dio don Fernando
Paulina.- a otro perro con ese hueso
Fidel.- me pones del hígado
Paulina.- no te voy a decir yo, hasta donde estoy,  anda sigue
Fidel.- pues sí,  para que no volviese al mercado y así tener para comer hasta que cobre
Paulina.- perdona, pero a mí me parece (torció el morro) que aquí hay gato encerrado
Fidel.- que es verdad
Paulina.- pero en realidad, ¿Qué quiere ese tal don Fernando?
Fidel.- que desconfiada que eres
Paulina.- bueno, bueno, lo que sea sonará
Fidel.- me voy a lavar, arréglate y viste al niño, que tenemos que ir a un sitio antes de que cierren
Paulina.- ¿dónde?
Fidel.- a un sitio
           Hacía tiempo que no salían a dar un paseo.
     Cruzaron el puente para dirigirse al centro. Él le iba contando lo sucedido en la mañana.   Cuando llegaban a la plazoleta…
Fidel.- mira aquí, tengo que coger el autobús todas las mañanas a las siete y cuarto
Paulina.- entonces ¿os llevan en autobús? o sea, que con que te levantes a las seis y media, te da tiempo de sobra
Fidel.- corre que están cerrando
Paulina.- ¿qué dices?
Fidel.- perdone señor, un momento
Farmacéutico.- llegas por los pelos
Fidel.- hágame el favor
Farmacéutico.- que quería
Fidel.- no lo sé.
Farmacéutico.- bien empezamos
Fidel.- Algo para la anemia de mi mujer y algo que sea muy bueno para darle al niño. ¡Lo mejor!
Farmacéutico.- eso que me pides…  es muy caro
Fidel.- da igual
        El farmacéutico entró a la rebotica y salió al momento con un frasco de cristal.
Farmacéutico.- para su mujer, una cucharada de este jarabe cada mañana.    Si acaso nota que las deposiciones son muy oscuras, que no se preocupe, es normal al tomar hierro
Fidel.- ¿oyes lo que te dice?, que es normal
Farmacéutico.- y para el niño, lo más caro
Fidel.- usted dirá, lo que sea
Farmacéutico.- puré de verduras y legumbres con bien de carne roja al medio día y pescado por la noche
Fidel.- ¿y medicinas?
Farmacéutico.- hágame caso, es la mejor medicina, ¡ah!, y leche, mucha leche
Fidel.- cóbrese
Farmacéutico.- y ahora sigan dando el paseo, que el salir y tomar el aire, también es muy bueno
Paulina.- gracias, muchas gracias.


              Siguieron un poco más adelante dando el paseo antes de darse la vuelta e iniciar el regreso de nuevo hacia su casa.
Sabiendo que el dinero procedía de la legalidad, Paulina comenzó hacer la lista de aquello que necesitaban con más urgencia para darle algo de sabor a las comidas,  y compraría verduras, y carne para hacer un buen guiso contundente al que por fin, por una vez  se permitiría el añadirle un chorrito de aceite de orujo.   Ummm.  Esa vasija de cuarto que adornaba siempre en aquel escaparate, mañana estaría en su casa y la guardaría como una joya,  alguna tarde, enriquecería con unas gotas de aquella maravilla,  blancos puches para el chiquillo.
     Antes de irse a dormir, prepararon la hortera. Poca cosa había. Unos garbanzos que habían sobrado al medio día ya que no había ido a comer y unos cachos de tocino frito para después.      Esto tendría que ser suficiente.     Esa noche al menos dormiría siete horas de un tirón.
        Paulina se levantó a la misma hora que él, en esa nueva vida, tenía que cambiar muchas cosas.        Como hacía tiempo, los dos juntos, con el tazón de achicoria humeante entre sus manos.
    Después de que él se fuera, se lavó bien el cabello, lo peino con ondas como cuando aún estaba soltera. Ya estaba bien de moños y recogidos que la hacían más vieja.  Cogió una  saca de tela y en sus brazos al pequeño.   En la cocina, cuando iba a salir se quedó mirando con una leve sonrisa a una balda junto al fogón.   Luego, Suavemente, tocó con la yema de su dedo el pimentón dulce y se masajeó las mejillas.    Tras eso, ya parecía otra.
   Miraba y remiraba, todo le perecía tan caro.  Después de media careta, algo de hígado, patatas  y acelgas en el mercado, pasó por la tienda de ultramarinos que había en el barrio.        Arañando céntimo a céntimo, fue llenando la cesta.     Ya se disponía a salir cuando se acordó.   Se dio la vuelta y cogió una botella pequeña de gaseosa vacía y otra llena.
Paulina.-  perdona Maruja,    ¿te importaría llenarme esta botella con vino tinto?
Maruja.- pero te tengo que cobrar el casco
Paulina.- bueno
Maruja.- no sabes lo que me ha alegrado verte de nuevo por aquí
Paulina.- cuando se puede Maruja, cuando se puede
Maruja.- vaya lo que ha crecido, está ya hecho un mozo
Paulina.- el tiempo pasa volando
Maruja.- y tú estás muy guapa
Paulina.- poco a poco
Maruja.- ya sabéis dónde estamos, para lo que queráis
Paulina.- lo sé, lo sé
Maruja.- venga que os vaya bien, que ya lo tenéis bien ganado
     Paulina, subió la cuesta con tal brío, que el vuelo de su enagua y el tupe de su niño, parecían ir bailando con los escalones.
   Llegó a casa puso al niño en una trona hecha con cajas de fruta,  abrió todo de par en par.   Preparó un cubo con agua y legía, para hacer un zafarrancho, al tiempo que por primera vez,  en voz alta, sin vergüenza, canturreaba canciones de Estrellita Castro, que le recordaban a su madre con el pañuelico en la cabeza y el mandil de lunares grises, limpiando los cristales de las ventanas abiertas y admirando con su delicada voz a todas las vecinas.  
(Ella no tenía tan buena voz, pero arte y hechuras no le faltaban).
    Pasado el medio día, cuando se disponía hacer la comida, hasta allí se acercaron Narciso (el carnicero) y Luis.
Luis.- paulina, ¿está Fidel?
Paulina.- ¿no sabéis que está trabajando? 
Narciso.- sí, ya lo sabemos
Luis.- si en realidad veníamos a verte a ti y al chiquillo
Paulina.- ahí está, sin dar guerra ninguna, es más bueno
Narciso.- mira que es guapo el jodio
Paulina.- ha salido a su padre
Luis.- ja, ja, más quisiera él, es clavadito a ti
Paulina.- ¡perodo!,  vas a decir tú, que mi Fidel es feo??
Luis.- que no, que no, Paulina, pero tú eres más guapa
Paulina.- gracias por el cumplido
Narciso.-   toma,   hemos estado haciendo una colecta entre todos, esto es para que os lo gastéis en lo que queráis, por tantos años de madrugar y nunca poner una mala cara, aún sabiendo que no le podíamos pagar como se merecía.
        Luis desenvolvió un papel de estraza y puso el dinero sobre la mesa.
Narciso.- esto es de todos, voluntariamente hemos puesto lo que podemos, unos más y otros menos, pero todos de buena fe.   No lo hemos ni contado y si en algo os podemos echar una mano, no dudéis en pedirlo
Luis.- ya sabes, dinero no pidas.   Pero si necesitáis mi furgoneta para algo, sin problema.
Narciso.- ojala, pronto os pudierais cambiar de casa y haya que colaborar en la mudanza
Paulina.- lo que aquí tenemos, bien cabe en un carretillo
Luis.- bueno guapa, no olvidéis donde estamos
Narciso.- dame un abrazo, sabes que os deseo lo mejor
Paulina.- venga iros de una vez, que me vais hacer llorar
         Se sentó en la mesa y empezó a separar las monedas.   Qué alegría más grande se iba a llevar Fidel cuando llegase. Daba igual lo que hubiese, para él, ese gesto no tenía precio.  
            Los días parecían, bueno, eran distintos a todos los vividos anteriormente, el sol daba más luz, durante la noche, las estrellas en el cielo de verano,  brillaban como nunca lo habían hecho.
     Los domingos, eran domingos, días de fiesta, mañanas de misa en la virgen de la luz y un vermut antes de comer.  Esas tardes de paseo por carretería cogidos del brazo, con el niño subido sobre los hombros y aquel chato de vino blanco acompañado por unos cacahueses salados de vuelta a casa, en esa taberna al lado del puente de la Trinidad.  

     Hasta que una mañana, un señor bien vestido, de tez morena, bigote fino y bastón con empuñadura de cuero, merodeaba por el barrio de San Antón haciendo preguntas que parecían no tener sentido, pero que tenían como objetivo, el averiguar cuál era la casa de aquella humilde familia. 


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