Y llegó el día del gran
baile; todos esperaban ver bajar las
escaleras a la joven anfitriona, mientras Andrea (la criada) recogía el cuarto
desordenado.
El cuchicheo entre risas resonaba por el pasillo de altos techos y
engalanadas paredes.
Una mirada y un gesto de prepotencia, desencadeno la contienda. Ese día
Andrea no tenía el chichi pá farolillos.
.- sí señorita; tengo envidia de lo que
nunca tuve: Unos abuelos con tiempo para abrazarme, un beso de buenas noches de
mi padre (murió siendo yo muy niña), una madre con manos suaves, aunque sus
caricias con olor a aguafuerte, no las cambiaría por nada. ¿Pero de su belleza? Entérese de una vez:
mucho vestido, tirabuzones rubios, zapatitos de charol, joyas y collares, pero
que lo sepas… Eres fea a rabiar.
La envidia suele disparar dardos venenosos en el momento propicio para causar daño. Ese será siempre su único objetivo, aunque no siempre lo logre. Es entretenido leer tus relatos Carlos. Un abrazo de America Santiago.
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