Luce azabache la
alcoba
cuando se apaga el candil.
Las pupilas se
dilatan
al menguar de las pestañas.
Los pensamientos
se escapan
imaginando arco
iris
de
acompasado latir.
Dedos caminan sin rumbo
recorriendo
palmo a palmo
cada poro
de su piel.
Esas montañas
nevadas
que siempre al cielo miraban.
Esos vaivenes,
sus ondas,
que siempre
estuvieron planas.
Esa
pradera de flores
que quedaron sin
semilla.
El tiempo
nunca perdona,
la
gravedad va afectando
a todo
aquello que brilla.
Recuerdos de
juventud
cuando su cuerpo era esbelto.
Alaridos
susurrantes
de lo que está por venir.
Los gemidos delicados.
La ternura como
senda.
La suavidad
como fin.
Lentamente, paso a paso
imaginando un
corcel,
de largas
crines al viento
al que
acariciar su piel.
Cuando
se ve el horizonte
el cabalgar
se hace intenso,
ya no sujeta las
riendas,
se le desboca el aliento.
Un volcán hace
erupción.
Después una
dulce calma.
El cuerpo
queda marchito,
entre
las sábanas blancas.
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