"Ver con los ojos cerrados" 05
Fueron pasando las semanas; lo
excepcional se había convertido en una agradable rutina. Los chicos, seguían estando pendientes del
móvil durante la comida y la cena. Los
miércoles y viernes por la tarde, salían a dar un largo paseo, interrumpido por
alguna visita a un escondido bar casi sin clientes a esas horas, allí estaban
muy tranquilos y ponían unas excelentes tapas y a un precio razonable; los sábados y domingos por la mañana, nada
más levantarse se iba al comedor y allí estaba hasta que todo quedaba recogido
y luego por la tarde, variaban el recorrido, incluso el salir o no, dependiendo
del tiempo que hiciera. El frío se había adueñado de la ciudad y el banco de
ver con los ojos cerrados estaba normalmente mojado por la lluvia.
Ese domingo, un rumor que circulaba
entre sus amistades llegó a oídos de Lourdes, y claro, se montaría la gorda en
casa a la hora de cenar.
Ella entró y se fue
directamente a la habitación; cuando llegó Samuel se sentó a la mesa como
siempre, pero como es natural le extraño que allí no estuviese Lourdes. Hacía rato que le había dicho que se venía
para casa.
Samuel.- ¿y Lourdes?
Manuel.- está en su habitación
Verónica.- ve a llamarla, que vamos a cenar.
--Abrió la puerta y Lourdes estaba
llorando encima de la cama—
Samuel.- ¿qué te pasa?
Lourdes.- nada, déjame en paz
Samuel.- cuéntamelo que alguna solución habrá
Lourdes.- pasa y cierra la puerta
Samuel.- ¿tan grave es?
Lourdes.- estamos en la ruina
Samuel.- ¿tú eres tonta?
Lourdes.- sí, sí, en la ruina total. Me invitó a su cumpleaños Virginia, la hija
de Pilar; como es normal le he dicho que qué le apetecía de regalo de
cumpleaños y ella me ha dicho que no me preocupase que si andamos tan mal de
dinero, no pasaba nada, que ella lo entendía y no iba a decir nada.
Samuel.- pero eso a qué viene
Lourdes.- a nada, ya te enterarás
--Samuel
salió de la habitación y fue directo a la cocina a preguntar sin tapujos---
Samuel.- ¿se puede saber que pasa en casa?
Verónica.- qué pasa de qué
Samuel.- ¡Lourdes! Ven díselo tú
Verónica.- oye, tranquilito, aquí tonterías las justas
Lourdes llegó con todo el rostro hecho un
cromo, por el maquillaje de los ojos
Manuel.- explícate y rapidito
Lourdes.- cuánto tiempo nos ibais a seguir engañando
Verónica.- siéntate y deja de decir tonterías
Lourdes.- la hija de Pilar dice que estamos arruinados y
que como no tenemos dinero, que no hace falta que le regale nada para su cumple
Verónica.- y porque diga eso una mocosa ¿te tienes que poner
así?
Lourdes.- ¿una mocosa? Lo saben todas mis amigas y también
todas las de la partida; por eso has
dejado de ir un par de tardes, porque andamos mal
Verónica.- tú eres tonta, he dejado de ir porque tu padre y
yo nos vamos a dar un paseo por ahí, y tan a gusto que estamos
Samuel.- pues todo arreglado, ves como no era para tanto
Lourdes.- ¡mentirosos!
Manuel.- me parece que esto ya se está pasando de castaño
oscuro y no me quiero enfadar
Lourdes.- y por qué vas a comer al comedor social, te han
visto y no solo una vez
Verónica.- porque…
---Manuel le interrumpió---
Manuel.- porque a ti no te importa. Ya os
enterareis poco a poco cuando yo lo crea conveniente y más vale que te fijases
en como estoy yo, en vez de dar importancia a lo que digan cuatro mamarrachas, que aparentan más de lo que son y algunas no tienen donde caerse muertas; y te
lo digo yo, que si quisiera hablar, veo las cuentas de mucha gente y nunca he
soltado prenda
Lourdes.- pues cuando quieras me lo explicas, que solo
piensas en ti y nosotros parece que te damos igual
Manuel.- vete a tú habitación, que prefiero no verte más
por esta noche
Samuel.- yo también
me voy, mira a ver si cambias de
psiquiatra y te relajas un poquito, que parece mentira
Verónica.- no vuelvas a hablarle así a tu padre
--Manuel apretó sus puños y se fue al
salón a sentarse al sofá y comerse la impotencia—
Verónica.- porqué no se lo has dicho
Manuel.- no me da la gana, así no. Deberían de alegrarse de verme mejor
aunque estuviésemos en la ruina, como dicen las malas lenguas
Verónica.- y ellos que saben, tal vez deberías de dejar de
ir unos meses
Manuel.- tú también;
a lo mejor serías tú la que tendrías que dejar de juntarte con esas
“amiguitas” que te desuellan por detrás y te ponen buena cara mientras se ríen
de la pena que les das. ¿Quieres que te
hable de las cuentas de alguna de ellas y de sus embargos?
Verónica.- a mí no me importan sus cuentas, pero a ti parece
ser que no te importan tus hijos
Manuel.- ¿mis hijos? La culpa es mía por haberles consentido
siempre todo
Se puso de pie volviendo la cara y se
fue a la cama a intentar no ver con los ojos cerrados, por miedo a volverse a
encontrar de frente con la soledad.
Esa noche la cocina quedó con la mesa puesta,
los platos llenos y la luz encendida; verónica decidió que estaba mejor en el sofá
que acompañada en un colchón por la tozudez personificada en alguien que por un
instante había dejado de conocer.
La noche se hizo demasiado larga para
todos, sin poder dormir, cada uno rumiaba sus pensamientos por caminos
distintos que no llegaban a encontrarse en ningún lugar.
A la mañana siguiente, se fueron
levantando escalonadamente con el fin de no verse las caras entre sí. Ninguno
desayunó, ni detuvo sus mudos pasos en el pasillo antes de salir por la puerta
de la calle.
Cuando ya se habían ido, Verónica se levantó, fue a la cocina a vaciar los platos de la cena en el cubo de la basura; se tomó un par de pastillas de las sobrantes en el pastillero transparente de Manuel, las que le hicieron quedarse adormilada toda la santa mañana, sentada en una silla con la cabeza apoyada en sus brazos sobre la mesa de la cocina, y frente a ella, una taza de café con leche con el azúcar, sin ni siquiera disolver.