"Ver con los ojos cerrados" 01
Les ayudó a recoger y tras despedirse
de ellos uno por uno con un fuerte abrazo (bueno a Gervasio, solo la mano) se
fue para casa bailando por la acera al son de una melodía que silbaba sin saber
muy bien a que canción pertenecía.
Cuando entraba por la puerta de casa, el
péndulo del reloj de pared que seguía adornando el vestíbulo desde tiempos
olvidados hacía sonar unas campanadas, cinco para ser precisos y justo al lado, de pie, estaba verónica (su
mujer) con cara de pocos amigos.
Verónica.- ¿se puede saber de dónde vienes?
Manuel se quedó parado, pensando en
qué responder
Verónica.- Toda la mañana preocupada, llamaron del trabajo
que no habías aparecido; a la hora de
comer he llamado a todos sitios y nada ¿Y el móvil? ¿Para qué quieres el móvil?
¿Para tenerlo apagado? Al final nos vas a volver locos a todos
Verónica.- ahora me tengo que ir, que he quedado con Pilar,
no armes nada en la cocina y tómate las pastillas que para algo te las han
recetado
Manuel en voz baja se limitó a decir: .- a
sus órdenes. Ahora ya todo era igual,
nada le iba a quitar esa sensación de felicidad que le recorría el cuerpo de
arriba abajo. Se fue al sofá y puso el televisor por
sentirse acompañado por el murmullo de aquellos tertulianos que hablaban de
vidas ajenas.
Deseaba contar aquella experiencia a
cualquiera que la quisiese oír, pero a quién.
Hacía mucho tiempo que a nadie
parecía importarle lo que él pensaba, simplemente se empeñaban en que él, pensase
tal y como piensan los demás.
Qué ironía; Le prohibieron soñar y las noches se
plagaron de pesadillas.
Salió de nuevo a la calle intentando
encontrar un sitio tranquilo. A esa
hora el parque estaba lleno de gente, de niños maleducados chillando y abuelos
que se quejaban de todo, criticando a los demás y sin poner coto a sus nietos.
Se fue de nuevo a sentarse frente a aquel
edificio viejo y destartalado.
Estaba cerrado por las noches no daban cenas. El banco ocupado y la temperatura en la calle
no es que fuera demasiado agradable. Así que volvió a casa, al comedor, al
sofá, a la compañía de la cruel soledad aderezada por los tertulianos de la
tele.
A las siete llegó su hijo, (Samuel)
recorrió el pasillo hasta su habitación se cambió de camisa, cogió una cazadora
y se fue por donde había venido, sin ni siquiera decir ni hola, ni adiós. Lo
habitual.
Al rato llegó su hija, (Lourdes) esta
como siempre se asomó al comedor
Manuel.- ¿Qué tal el día? ¿Te sientas aquí un poco?
Lourdes.- papá
siempre estás igual, pues bien como siempre, voy a merendar algo que he quedado
Pasados unos minutos, Manuel decidió
acercarse a la cocina con la intención de contarle donde había estado por la
mañana y lo que había hecho. Justo, según se levantaba del sofá, se oían
los últimos pasos en el pasillo y el cerrar de la puerta.
Era algo normal en los dos, igual que el
cenar mirando el móvil e irse luego a sus respectivos cuartos sin un hasta
mañana.
El resto de días se quedada allí sentado
pensando simplemente que todo era una mierda, pero hoy no, hoy sabía que tras
esa puerta de la calle, no tan solo estaba el monótono trabajo, el ruido y
gente que solo va a lo suyo.
Hoy había descubierto a otras personas
diferentes en tantas cosas que las hacían especiales y no solo porque así las
etiquetase la sociedad, en realidad lo eran, y él, se había prometido al menos
ser un poco como ellos e intentar reír y ayudar a mantener viva su ilusión o la
de alguno más.
Esa noche, a las diez, antes de que
ninguno de la familia regresase, se tomó un vaso de leche con galletas y se fue
a la cama. Se quedó dormido tan
profundamente que no se enteró de nada.
Cuando llegó su mujer, al ver que no estaba
en el comedor se acercó a la cocina para descubrir el vaso en el fregadero,
miró el pastillero y pudo observar que no se había tomado ninguna de las tres
de antes de irse a dormir, fue hasta la habitación para recordárselo, pero lo
vio tan dormido, que dio media vuelta dejándolo tranquilo. Tampoco le apetecía
discutir, que hiciera lo que le diera la gana. Allá él.
En la cena, Verónica comentó lo sucedido a
Samuel y Lourdes.
Lourdes.- yo esta tarde cuando vine me dijo que me sentase
con él y no le he hecho ni caso, pero es que siempre pregunta lo mismo
Samuel.- yo lo vi como siempre, no estoy seguro pero creo
que estaba dormido con la tele encendida
Verónica.- lleva mucho tiempo que no está bien y las
pastillas que le recetó el psiquiatra yo
no sé, creo que lo tienen más apalancado
Lourdes.- yo creo que estaba mejor cuando iba solo al
psicólogo
Samuel.- como no se quiera ayudar él, el resto poco
podemos hacer
Verónica.- vámonos a dormir y a ver cómo está mañana
Samuel se asomó a la puerta del
dormitorio y sonrió a ver que dormía felizmente; Lourdes se aproximó y le dio
un beso en la frente; Verónica cogió una manta del armario y se fue a dormir al
sofá para no molestar su sueño.
Hoy no se había tomado las
pastillas, pero hacía mucho que no lo veía descansar tan relajado y con esa
cara de felicidad.
A la mañana siguiente al oír el despertador, Manuel
se levantó como siempre, apático, sin ganas de nada. Le extrañó que Verónica estuviese en el sofá y
que no lo hubiese despertado para darle la tabarra con las dichosas pastillas.
Entró en el cuarto de baño y cuando se
disponía a lavarse la cara, se quedó mirando al espejo. .- Oye ceporro, ahora mismo te vas a afeitar y
a ponerte colonia, que huelas bien, esa gente no se merece este careto.
Se afeitó y se arregló un poco el bigote con
las tijeras, cogió ropa limpia del armario y se metió en la ducha, tras secarse
y echarse desodorante “cosa que jamás hacía”
dibujó una sonrisa en su cara y salió a la calle.
Esa mañana parecía distinta a las demás,
caminaba con alegría hasta el banco del día anterior donde esperaría a que
llegasen los demás, para así comenzar la faena junto a ellos.
Al pasar justo por la puerta del trabajo
se quedó parado.
.- si hoy no subo a trabajar se van a
preocupar todos, mi mujer se va a enfadar conmigo y con algo hay que pagar los
estudios de lo que me queda de esos, mis hijos.
Con recelo subió las escaleras y entro en
la oficina. A ninguno parecía extrañarle que no hubiese
aparecido el día anterior, les daba igual, pero eso no iba a importarle; fue
saludando a uno por uno dándoles los buenos días hasta llegar a su mesa y allí
esperó a que llegase el primer cliente para atenderlo con agrado, tal y como
hoy creía se merece cualquier persona.
Cuando llegaron las dos, llamó a su mujer:
Manuel.- Verónica, no me esperes para comer
Verónica.- ¿te pasa algo? ¿Estás bien?
Manuel.- tranquila, estoy mejor que nunca
Verónica.- ¿te tomaste las pastillas?
Manuel.- solo una de las tres
Verónica.- a ti te pasa algo, espera que vaya a buscarte
Manuel.- estate en casa no sé a qué hora llegaré
Verónica.- pero he quedado con Pilar a las cuatro
Manuel.- pues tú tranquila, ya te espero yo para la hora
de cenar. Te cuelgo que tengo cosas que
hacer.
Verónica quedó refunfuñando, al momento
lo volvió a llamar (no debía de salir del trabajo hasta las tres) pero el
teléfono ya lo tenía apagado.
Como
no sabía donde localizarlo llamo a Pilar para decirle lo que pasaba y que no
acudiría a la cita de cada tarde para jugar la partida de parchís.
Entre tanto Manuel, caminando aprisa
llegaba justo para ayudar a sacar las bandejas de la cocina.
Manuel.- ya estoy aquí
Julia.- ¿quién entra tan perfumado?
Carolina.- el nuevo, que el segundo día ya llega tarde
Roberto.- nadie estamos obligados a nada, sus razones
tendrá
Manuel.- perdón por el retraso, luego os lo explico
Más que ayudar estorbaba por lo que se
fue al almacén a ver en qué podía echar una mano a Gervasio.
Manuel.- Gervasio ¿a qué te puedo ayudar?
Gervasio.- calla, siéntate, Julia está tocando una canción
que me gusta
Manuel.- ¿quieres que salgamos a oírla al comedor?
Gervasio.- no, no, que hacen mucho ruido
Manuel.- tú tranquilo, espera que ahora vuelvo
Salió al comedor y se acercó a Julia que
paró de tocar al instante.
Julia.- que quieres Manuel
Manuel.- me gustaría que volvieses a tocar esta canción de
nuevo, voy a traer aquí a Gervasio para que te vea tocarla
Antonio.- y yo también la toco con la flauta
Julia.- no, tú no, que el sonido desafinado le hace daño
Manuel.- pero luego Antonio, tocas una para mí ¿quieres?
Antonio.- sí, sí, luego toco yo una, pero me tiene que
acompañar Julia
Manuel.- pues claro, Julia te acompaña
Manuel, mandó a todos por favor que
estuviesen en silencio, o hablando bajito.
Gervasio.- que pasa, ¿porqué se han callado todos?
Manuel.- ven, es una sorpresa
Gervasio estaba emocionado, nunca
había visto tocar a Julia y como movía sus dedos sobre las teclas para hacer
sonar aquella dulce melodía que siempre le había encantado.
Cuando acabo la canción, nadie aplaudió, ni
gritó un bravo, todos en silencio hasta que Gervasio volvió al almacén;
mientras Antonio preparaba el sonido de su flauta esperando nervioso a que
saliese de nuevo Manuel.
Julia.- tranquilo Antonio, lo vas a hacer muy bien
Antonio.- pongo el pie junto al tuyo, si desafino mucho me
pisas
Julia.- qué tontería, si no vas a desafinar
Antonio.- bueno yo pongo el pie
Julia.- tú me avisas
-- Nada más abrir la puerta de la cocina
Manuel—
Antonio.- ya, ya,
Julia.- con tranquilidad.
Un, dos, un, dos, tres, y…
Las notas de una balada empezaron a
bailar en el aire, nunca antes había sonado tan bien esa flauta y jamás había
sido escuchada con tanta atención.
Se podía percibir que hasta las sartenes de la
cocina habían hecho una pausa en su chisporrotear para disfrutar del momento.
Cuando
terminaron de tocar aquella preciosa melodía, de nuevo Roberto siguió friendo
las alitas de pollo, Manuel comenzó a aplaudir y el resto soltaron sus cucharas
para hacer lo mismo. Julia se levanto
del taburete para abrazar a Antonio. Los
dos visiblemente emocionados por lo sentido en las neuronas de Antonio y la
oscuridad de Julia, cogidos del brazo, se dirigieron despacio hasta la puerta
donde estaba apoyado Manuel para regalarle algo, lo más valioso que poseían:
Un abrazo y una sonrisa.
A Manuel le ha cambiado la vida sentirse un poquito querido. Muy buena ambientación maese. Deseando seguir la historia.
ResponderEliminarMe está empezando a entusiasmar, como estudias cada detalle
ResponderEliminarAsí es por desgracia en las familias. Poco cuesta dar cariño, es la mejor medicina, me gusta, me gusta.
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