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martes, 15 de octubre de 2024

El Resurgir (Intro)

 


“Ver con los ojos cerrados" 00


        Frente a ese caserón antiguo y destartalado, el que un día fuera el colegio en el que todos los niños aprendieron sus primeras letras, Manuel esbozaba por fin una sonrisa.    Hace mucho tiempo;    de la noche a la mañana habían dejado de interesarle todas aquellas cosas que le rodeaban; nunca supo si “por yo que sé” o “por qué sé yo! el caso es que todo había perdido su sentido y el interés por la vida se limitaba a no hacer nada por hacer algo.

     Esa mañana, sentado en un banco del parque, esperaba paciente a que se abriesen esas grandes puertas.   Extrañamente, algo llevaba tiempo diciéndole que ahí encontraría la felicidad, eso que le devolvería las ganas de vivir y la añorada razón para luchar el resto de sus días.

      A las diez veía como un señor abría sus puertas y al momento comenzaban a llegar un grupo de personas, algunas ayudadas en su caminar por distintos artilugios;  otros de mejor andar, aunque pausado, ayudaban a las que iban en silla de ruedas a salvar ese gran escalón que separaba la entrada de la acera y una gran algarabía de voces y risas retumbaba en el portalón que daba acceso a un comedor con una gran mesa larga y bancos de madera ahora todavía vacíos esperando a que llegase la hora del rancho.

         No se lo pensó dos veces; sabía que allí estaba su futuro, su bienestar y porqué no, su destino.

           Cruzó la calle, pasó la puerta para llegar con tranquilidad al comedor y recorrerlo mirando a un lado y a otro  hasta llegar a una puerta abatible de doble hoja que daba a unas cocinas.    Allí parado sujetando las puertas con sus brazos esperó a ver si alguien le decía algo, pero nadie le dio importancia a su presencia; todos estaban demasiado atareados preparando el menú que ese día tocaba.

                Mientras uno iba encendiendo los fuegos, otro iba pelando patatas y zanahorias junto a una bolsa donde echaba las mondaduras.    Otros picaban con destreza y mucho cuidado calabacines, puerros y pimientos rojos.        Entre tanto, una jovenzuela con su silla de ruedas, salía por la puerta del almacén con un saco sobre sus piernas para dejarlo en el lugar adecuado. Al momento otra también en silla, y sobre sus piernas una caja con calabacines.

        Manuel no sabía qué hacer; harto de verse allí parado de brazos cruzados se aproximo a los fregaderos.

Manuel.- ¿a qué puedo ayudar?

           Una persona con síndrome de Down lo miró sonriéndole.

                 .- Hola, yo me llamo Tomás, pero la comida no es hasta las dos

Manuel.-  no, si no vengo a comer, vengo a ayudar

Tomás.- a vale –y siguió llenando la gran cacerola de agua-

Manuel.- pero ¿no puedo ayudar a algo?

Tomás.- esta cacerola hay que ponerla en el fuego del medio, pero con cuidado no caigas agua al suelo, que luego resbala

    Dejó la cacerola sobre el fuego encendido y cuando volvía a ayudar de nuevo a Tomás, que estaba llenando otra cacerola, una voz lo hizo parar en seco.

                 .- ¡alto ahí! Por aquí no se pasa, hay que dar la vuelta

Manuel.- usted perdone pero me llamo Manuel y estoy ayudando a Tomás.

               .- y yo me llamo Paco y estoy pelando patatas, y qué.

          Al seguir Manuel su camino hacia el fregadero se tropezó y casi se cae. Todos levantaron la mirada de sus quehaceres, pero al no haberse caído, pues siguieron a la suyo

Julia.-  Me parece a mí que este nuevo, anda un poco despistado

Paco.-  ves Manuel;      y si llegas a tropezarte con la muleta cuando venías con la cacerola llena.     Da la vuelta por allí no sea que la prepares.

Tomás.- ¿es que no ves? Las líneas verdes es por donde no hay obstáculos en la cocina, las amarillas para sacar las bandejas al comedor y las rojas para volver de nuevo a la cocina, así no nos estorbamos unos a otros.
Manuel.- repítemelo que me quede claro            

Tomás.- ahora no tengo tiempo, mejor vete al almacén y pregunta por Gervasio

Manuel.- bueno, bueno,  lo que tú digas

Tomás.- vamos, por la verde, pero cuidado no te choques con alguna de estas, que van como locas

      Entró al almacén y allí estaba un chico alto y delgado mirando fijamente los sacos sin hacer nada;  Junto a él, esperando las dos chicas en su silla de ruedas.

Manuel.- preguntaba por Gervasio, que me manda Tomás a ayudar aquí.

Nerea.- Gervasio es ese, pero como si no estuviera, le dio el rato de no estar

Carolina.- pero ya que estás aquí, ponme encima un saco de patatas

Nerea.- a mí una caja con puerros

Manuel.- en seguida señoritas, pero me tenéis que decir donde está cada cosa

              Gervasio lo miró y le indicó con el dedo donde estaban las patatas y una vez puesto el saco encima de las piernas de Carolina, hizo lo mismo para indicarle el lugar de los puerros.           Al momento ya estaba de nuevo activo recorriendo el almacén de un lado a otro.

Manuel.- a que te ayudo Gervasio

Gervasio.- “cachiendiez”  ya está esto mal colocado, esto lo trajeron ayer y han quedado detrás las naranjas que llevan aquí más tiempo

Manuel.- ¿lo cambiamos?

Gervasio.- sí, ponemos estas cajas en ese rincón, sacamos las naranjas aquí delante y metemos las cajas estas detrás.

              Entre los dos iban colocando las distintas cajas como si de uno solo se tratase, sin esfuerzos, con tranquilidad, cogiendo las cajas cada uno por un asa.

Carolina.-  ¡VAMOS! un poco de garbo, otro saco de patatas

             Gervasio, levantó las manos para taparse los oídos

Manuel.- pero muy rápido pelan

Carolina.- Perdona Gervasio, no me he dado cuenta (a Gervasio le molestaba mucho que gritasen)

Gervasio.- es que las patatas tienen que cocer mucho rato y el tiempo se echa encima enseguida

               Roberto, ya estaba organizando los fuegos y añadiendo a las cazuelas los pocos recursos culinarios con que contaban;   el olor de aquellos vahos despertaban el hambre de cualquiera.  El resto, según iban acabando sus tareas de cocina, iban saliendo al comedor a poner manteles de papel, cubiertos, platos, vasos y jarras de agua.

 Sabían cuantos venían habitualmente, pero de todos modos siempre ponían varios platos de más, por si las moscas.       Tomás, ya  sacaba y colocaba sobre otra mesa colocada junto a la entrada los recipientes fregados la tarde anterior para volverlos a llenar y que así llevasen a casa algo de cena a esos pequeños que tal vez, fuera para ellos la única comida del día.

 

        A las dos menos cinco empezaron a entrar personas en el comedor poco a poco, como escondiéndose de los ojos fisgones y envueltos en su vergüenza.

 Algunos con gorra y bufanda para evitar mostrar su rostro; la mayoría hombres y  mujeres trabajadoras de toda la vida, vecinos del barrio que habían quedado sin trabajo y se habían visto obligados a recurrir al auxilio social.

        Allí, aparte de un plato caliente, nunca faltaba una sonrisa, una caricia, un abrazo por parte de aquella panda de alborotadores que no paraban de gritar dando órdenes a cocina.

     Tras haber estado pelando y troceando los calabacines, y una vez bien limpio su lugar de trabajo, Julia salía cogida del brazo de Antonio hasta el comedor y allí se ponían en un rincón.    Julia tocaba muy bien el piano, así que para no entorpecer por culpa de su ceguera, durante la comida interpretaba melodías suaves en un teclado eléctrico, siempre acompañada por la “algo desafinada” flauta de Antonio, y así hacer más amena la espera entre plato y plato.

 

                En esos momentos, Gervasio prefería estar solo en el almacén con la puerta cerrada para evitar los ruidos.

           Manuel, allí de pie junto a la puerta se sentía bendecido por esa alegría ensordecedora, la de todos aquellos  ““Minusválidos y discapacitados””   que habían decidido ayudar a los demás en vez de pedir ayuda y regalarles a los que lo necesitasen lo poco que tenían: Su trabajo, su tiempo y su sonrisa.

 

          A las tres ya se había vaciado el comedor;  una vez recogido por encima, era la hora de comer ellos.   Todos, cada uno sentado en su sitio.   Roberto con su único brazo iba sirviendo un par de cazos de aquel suculento guisado en cada plato.

Tomás.- ¡Oye! ¡Tú! Siéntate a comer, que hay de sobra

Manuel.- ¿puedo?

Gervasio.- po, po, porqué no vas a poder

Roberto.- ven, siéntate aquí y cuéntanos a qué has venido.

Carolina.- no te de vergüenza, donde comen ocho, comen nueve

Antonio.- ¿tú sabes tocar la flauta?

Manuel.- no majo, pero si quieres enseñarme, estoy dispuesto a aprender

Julia.- Señor, señor.   El mundo está lleno de ilusos

     Todos empezaron a reír y siguieron con la comida, preguntando de vez en cuando cosas curiosas y algunas sin sentido al recién llegado.

    Aquello era lo que necesitaba para levantar cabeza;  tanto tiempo esperando ver la luz y la tenía delante de sus ojos, a unas manzanas de su casa y justo a dos patadas de su trabajo.

 

 


 

10 comentarios:

  1. Una bonita historia llena de esperanza de coraje. Expléndido cuento, maese. 🤗👏🏻👏🏻👏🏻

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  2. Llena de esperanza y de coraje*

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  3. Manuel podríamos ser cualquiera y ya estoy deseando conocerlo mejor. El está experimentando la mejor formación en esa cocina llena de personas proactivas, con necesidades propias y respeto por las de cada uno de ellos...aprendiendo unos de otros, que la vida no se acaba, que somos uno. Emocionada me dejas con tu escrito Carlos , y fuerte para empezar la vida de hoy, de hoy por hoy. Me ha encantado, pienso que hay mucho detrás de este libro. Gracias, gracias, gracias por compartirlo. 🏆‼️

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  4. Deseando conocer toda la historia de Manuel 😘

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  5. Excelente historia que hemos iniciado a leer. Sobre Todo la disposición de estar para ayudar y colaborar antes que pedir. Emprendedora, social y motivadora acción.

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  6. Poco a poco se irá desgranando la historia

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