“Ver con los ojos cerrados" 00
Frente a ese caserón antiguo y
destartalado, el que un día fuera el colegio en el que todos los niños aprendieron
sus primeras letras, Manuel esbozaba por fin una sonrisa. Hace
mucho tiempo; de la noche a la mañana habían dejado de
interesarle todas aquellas cosas que le rodeaban; nunca supo si “por yo que sé”
o “por qué sé yo! el caso es que todo había perdido su sentido y el interés por
la vida se limitaba a no hacer nada por hacer algo.
Esa
mañana, sentado en un banco del parque, esperaba paciente a que se abriesen
esas grandes puertas. Extrañamente, algo llevaba tiempo diciéndole
que ahí encontraría la felicidad, eso que le devolvería las ganas de vivir y la
añorada razón para luchar el resto de sus días.
A
las diez veía como un señor abría sus puertas y al momento comenzaban a llegar
un grupo de personas, algunas ayudadas en su caminar por distintos artilugios; otros de mejor andar, aunque pausado, ayudaban
a las que iban en silla de ruedas a salvar ese gran escalón que separaba la
entrada de la acera y una gran algarabía de voces y risas retumbaba en el
portalón que daba acceso a un comedor con una gran mesa larga y bancos de madera
ahora todavía vacíos esperando a que llegase la hora del rancho.
No se lo pensó dos veces; sabía que allí
estaba su futuro, su bienestar y porqué no, su destino.
Cruzó la calle, pasó la puerta para llegar
con tranquilidad al comedor y recorrerlo mirando a un lado y a otro hasta llegar a una puerta abatible de doble
hoja que daba a unas cocinas. Allí parado sujetando las puertas con sus
brazos esperó a ver si alguien le decía algo, pero nadie le dio importancia a
su presencia; todos estaban demasiado atareados preparando el menú que ese día
tocaba.
Mientras
uno iba encendiendo los fuegos, otro iba pelando patatas y zanahorias junto a
una bolsa donde echaba las mondaduras. Otros
picaban con destreza y mucho cuidado calabacines, puerros y pimientos rojos. Entre tanto, una jovenzuela con su silla de
ruedas, salía por la puerta del almacén con un saco sobre sus piernas para
dejarlo en el lugar adecuado. Al momento otra también en silla, y sobre sus
piernas una caja con calabacines.
Manuel no sabía qué hacer; harto de verse
allí parado de brazos cruzados se aproximo a los fregaderos.
Manuel.- ¿a qué puedo ayudar?
Una persona con síndrome de Down lo
miró sonriéndole.
.- Hola, yo me llamo Tomás,
pero la comida no es hasta las dos
Manuel.- no, si no
vengo a comer, vengo a ayudar
Tomás.- a vale –y siguió llenando la gran cacerola de
agua-
Manuel.- pero ¿no puedo ayudar a algo?
Tomás.- esta cacerola hay que ponerla en el fuego del
medio, pero con cuidado no caigas agua al suelo, que luego resbala
Dejó la cacerola sobre el fuego encendido y
cuando volvía a ayudar de nuevo a Tomás, que estaba llenando otra cacerola, una
voz lo hizo parar en seco.
.- ¡alto ahí! Por aquí no se
pasa, hay que dar la vuelta
Manuel.- usted perdone pero me llamo Manuel y estoy
ayudando a Tomás.
.- y yo me llamo Paco y estoy
pelando patatas, y qué.
Al seguir Manuel su camino hacia el
fregadero se tropezó y casi se cae. Todos levantaron la mirada de sus
quehaceres, pero al no haberse caído, pues siguieron a la suyo
Julia.- Me parece
a mí que este nuevo, anda un poco despistado
Paco.- ves
Manuel; y si llegas a tropezarte con
la muleta cuando venías con la cacerola llena. Da la
vuelta por allí no sea que la prepares.
Tomás.- ahora no tengo tiempo, mejor vete al almacén y
pregunta por Gervasio
Manuel.- bueno, bueno, lo que tú digas
Tomás.- vamos, por la verde, pero cuidado no te choques
con alguna de estas, que van como locas
Entró al almacén y allí estaba un chico
alto y delgado mirando fijamente los sacos sin hacer nada; Junto a él, esperando las dos chicas en su
silla de ruedas.
Manuel.- preguntaba por Gervasio, que me manda Tomás a
ayudar aquí.
Nerea.- Gervasio es ese, pero como si no estuviera, le
dio el rato de no estar
Carolina.- pero ya que estás aquí, ponme encima un saco de
patatas
Nerea.- a mí una caja con puerros
Manuel.- en seguida señoritas, pero me tenéis que decir
donde está cada cosa
Gervasio lo miró y le indicó con
el dedo donde estaban las patatas y una vez puesto el saco encima de las
piernas de Carolina, hizo lo mismo para indicarle el lugar de los puerros. Al momento ya estaba de nuevo activo
recorriendo el almacén de un lado a otro.
Manuel.- a que te ayudo Gervasio
Gervasio.- “cachiendiez” ya está esto mal colocado, esto lo trajeron ayer
y han quedado detrás las naranjas que llevan aquí más tiempo
Manuel.- ¿lo cambiamos?
Gervasio.- sí, ponemos estas cajas en ese rincón, sacamos
las naranjas aquí delante y metemos las cajas estas detrás.
Entre los dos iban colocando las distintas
cajas como si de uno solo se tratase, sin esfuerzos, con tranquilidad, cogiendo
las cajas cada uno por un asa.
Carolina.- ¡VAMOS! un
poco de garbo, otro saco de patatas
Gervasio, levantó las manos para
taparse los oídos
Manuel.- pero muy rápido pelan
Carolina.- Perdona Gervasio, no me he dado cuenta (a
Gervasio le molestaba mucho que gritasen)
Gervasio.- es que las patatas tienen que cocer mucho rato y
el tiempo se echa encima enseguida
Roberto, ya estaba organizando los fuegos y
añadiendo a las cazuelas los pocos recursos culinarios con que contaban; el
olor de aquellos vahos despertaban el hambre de cualquiera. El resto, según iban acabando sus tareas de
cocina, iban saliendo al comedor a poner manteles de papel, cubiertos, platos,
vasos y jarras de agua.
Sabían cuantos venían habitualmente, pero de
todos modos siempre ponían varios platos de más, por si las moscas. Tomás, ya sacaba y colocaba sobre otra mesa colocada junto
a la entrada los recipientes fregados la tarde anterior para volverlos a llenar
y que así llevasen a casa algo de cena a esos pequeños que tal vez, fuera para
ellos la única comida del día.
A las dos menos cinco empezaron a
entrar personas en el comedor poco a poco, como escondiéndose de los ojos
fisgones y envueltos en su vergüenza.
Algunos con gorra y bufanda para evitar
mostrar su rostro; la mayoría hombres y
mujeres trabajadoras de toda la vida, vecinos del barrio que habían
quedado sin trabajo y se habían visto obligados a recurrir al auxilio social.
Allí, aparte de un plato caliente,
nunca faltaba una sonrisa, una caricia, un abrazo por parte de aquella panda de
alborotadores que no paraban de gritar dando órdenes a cocina.
Tras haber estado pelando y troceando los
calabacines, y una vez bien limpio su lugar de trabajo, Julia salía cogida del
brazo de Antonio hasta el comedor y allí se ponían en un rincón. Julia
tocaba muy bien el piano, así que para no entorpecer por culpa de su ceguera, durante
la comida interpretaba melodías suaves en un teclado eléctrico, siempre
acompañada por la “algo desafinada” flauta de Antonio, y así hacer más amena la
espera entre plato y plato.
En
esos momentos, Gervasio prefería estar solo en el almacén con la puerta cerrada
para evitar los ruidos.
Manuel, allí de pie junto a la puerta se
sentía bendecido por esa alegría ensordecedora, la de todos aquellos ““Minusválidos y discapacitados”” que habían decidido ayudar a los demás en vez
de pedir ayuda y regalarles a los que lo necesitasen lo poco que tenían: Su
trabajo, su tiempo y su sonrisa.
A las tres ya se había vaciado el comedor; una vez recogido por encima, era la hora de
comer ellos. Todos, cada uno sentado en
su sitio. Roberto con su único brazo iba sirviendo un
par de cazos de aquel suculento guisado en cada plato.
Tomás.- ¡Oye! ¡Tú! Siéntate a comer, que hay de sobra
Manuel.- ¿puedo?
Gervasio.- po, po, porqué no vas a poder
Roberto.- ven, siéntate aquí y cuéntanos a qué has venido.
Carolina.- no te de vergüenza, donde comen ocho, comen nueve
Antonio.- ¿tú sabes tocar la flauta?
Manuel.- no majo, pero si quieres enseñarme, estoy
dispuesto a aprender
Julia.- Señor, señor. El
mundo está lleno de ilusos
Todos empezaron a reír y siguieron con la
comida, preguntando de vez en cuando cosas curiosas y algunas sin sentido al recién
llegado.
Aquello era lo que necesitaba para levantar
cabeza; tanto tiempo esperando ver la
luz y la tenía delante de sus ojos, a unas manzanas de su casa y justo a dos
patadas de su trabajo.
Una bonita historia llena de esperanza de coraje. Expléndido cuento, maese. 🤗👏🏻👏🏻👏🏻
ResponderEliminarLlena de esperanza y de coraje*
ResponderEliminarManuel podríamos ser cualquiera y ya estoy deseando conocerlo mejor. El está experimentando la mejor formación en esa cocina llena de personas proactivas, con necesidades propias y respeto por las de cada uno de ellos...aprendiendo unos de otros, que la vida no se acaba, que somos uno. Emocionada me dejas con tu escrito Carlos , y fuerte para empezar la vida de hoy, de hoy por hoy. Me ha encantado, pienso que hay mucho detrás de este libro. Gracias, gracias, gracias por compartirlo. 🏆‼️
ResponderEliminarDeseando conocer toda la historia de Manuel 😘
ResponderEliminarExcelente historia que hemos iniciado a leer. Sobre Todo la disposición de estar para ayudar y colaborar antes que pedir. Emprendedora, social y motivadora acción.
ResponderEliminarMagnífica historia.
ResponderEliminarPoco a poco se irá desgranando la historia
ResponderEliminarGraciñas
EliminarMuy buena introdución
ResponderEliminarSe intenta. Gracias
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