"Ver con los ojos cerrados" 04
Llegó el fin de semana;
El sábado y domingo, su mujer no
tenía café ni parchís; normalmente se quedaban en casa, pero esta vez fue de ella,
de quien partió la iniciativa de salir por la tarde y que les diese el aire; a
no hacer nada en especial, tal vez a hablar de cualquier cosa paseando del
brazo por las callejuelas del casco viejo, entre los antiguos muros de piedra,
donde permanecían grabados algunos recuerdos de juventud.
Esas dos mañanas riendo en aquel comedor, y
por las tardes el paseo hasta la puesta de sol, fueron como un bálsamo de aire
fresco, que le haría comenzar la siguiente semana con ímpetu, deseando que llegase el siguiente
“finde”, pero sin quererse perder cada día de la semana, disfrutándolo como si fuera
único.
El miércoles, cuando llegó a casa ya
habían comido, (pues los chicos tenían cosas que hacer a primera hora de la
tarde). Su plato solitario estaba
sobre la mesa y él tampoco es que él
tuviera demasiada hambre.
Verónica
estaba allí, callada, de pie, preciosa, como aquellas princesas de los cuentos
esperando a su príncipe azul.
Manuel.- cariño estás resplandeciente con ese vestido,
mira a ver dónde vas, no me tenga que poner celoso
Verónica.- ¡vamos come!
Manuel.- no tengo apenas hambre, pero te comería a ti
(sonriendo)
Verónica.- pues si no tienes hambre, arréglate y vámonos, ya picaremos algo por ahí
Manuel.- yo a la partida no voy
Verónica.- ni yo. Tú te crees que me voy a poner así de guapa
para jugar al parchís
Se
quito el traje de ir a trabajar y se puso uno acorde al inigualable vestido de
su mujer. A los dos, se les hacía raro
salir un día de diario sin saber donde los llevarían sus pasos. Un mundo nuevo
se desplegaba a su alrededor; estaba nublado y parecía aproximarse lluvia, por
lo que en ese momento decidieron meterse al cine a ver una película. Cuantos años que no lo hacían.
Al
salir, “la película había sido un plomo” pasaron por la puerta del comedor.
Manuel.- ¿te acuerdas de este edificio?
Verónica.- claro, aquí estudiamos primaria
Manuel.- aquellos curas, vaya capones que daban
Verónica.- y sor Carmen, que nos hacía cantar con flores a María,
todas las mañanas cada mes de mayo
Manuel.- pero de todas formas, que buenos recuerdos
Verónica.- yo no sé para que lo cerraron, al final para
dejar perder un edificio tan bonito
Manuel.- pues aquí está el comedor del que te he hablado
Verónica.- ¿podemos entrar?
Manuel.- no, solo están por la mañana y utilizan la parte
de abajo, donde han habilitado las aulas de infantil como cocina y almacén, y
han unido las que eran de los primeros cursos, para hacer un gran comedor
Verónica.- esperemos que no se les caiga encima, no tiene
muy buena pinta, al menos por fuera
Manuel.- ¿quieres que te enseñe una cosa?
Verónica.- ¿qué?
Manuel.- tú quieres o no
Verónica.- a ver qué estás inventando
Manuel.- te voy a enseñar a ver con los ojos cerrados
Verónica.- déjate de tonterías
Manuel.- de verdad, tú cierra los ojos, presta atención a
los pasos que das, y a oír esos sonidos que están escondidos por el ruido de
los coches
--Verónica cerró los ojos e intentó agudizar
el oído—
Manuel.- ahora sin abrir los ojos empieza a caminar y visualiza
la calle
Verónica.- a ver si la vamos a liar
---comenzó a andar en línea recta—
Manuel.- tienes cerca un obstáculo, cuando creas que vas a
llegar, ¡PARA!
--Pero
verónica no paró y se dio de bruces contra la farola—
Verónica.- coño, no te rías que me he hecho daño
Manuel.- anda, que no ha sido nada
Verónica.- que gracioso
Manuel.- está visto que te queda mucho que practicar
Verónica.- no te fastidias, practica tú si quieres
Manuel.- pero a que has oído cosas distintas
Verónica.- eso sí, sonidos distintos que no percibimos
normalmente
Manuel.- yo los empecé a descubrí gracias a Julia, para
ella son normales
Verónica.- y por qué no hacemos una cosa. Nos
sentamos en ese banco y estamos en silencio y con los ojos cerrados un rato
Manuel.- sí, mejor sentados, porque andando lo mismo
atropellamos a alguien
Los minutos pasaban rápidamente en el reloj.
Cuando abrieron los ojos ya era totalmente de noche; sus
ganas de permanecer allí un poco más de tiempo, hacían contraposición, con la
obligación de ir a casa y cenar con sus hijos.
Verónica.- que fastidio, con lo a gusto que estaba yo ahora
Manuel.- bueno, pero nada nos impide repetirlo más veces
Verónica.- habrá que ir a hacerles la cena a estos mocosos
Manuel.- ten hijos para esto
Verónica.- algo de culpa, también tuviste tú
Manuel.- bueno, pero yo menos
Verónica.- anda tira, que solo por eso, hoy te toca hacer la
cena a ti
Ya en casa, Manuel estaba dispuesto a
hacer la cena, pero Verónica creyó que mejor la hacía ella por varios motivos: El
primero que así, se aseguraban el cenar algo decente, y el segundo y más importante,
que Manuel, para hacer un triste huevo frito, manchaba tres platos y a saber
cómo quedaría de aceite la placa y la encimera.
Llegaron los “críos”. Cuando ya estaba la mesa puesta y ellos dos
(Manuel y Verónica) sentados, como cosa rara, esa noche los chicos nada más
sentarse pusieron el móvil sobre la mesa boca abajo. Durante la cena, las miradas de ellos (las
de Manuel y Verónica) se cruzaban a mitad de camino con una Grata complicidad
ilusionante. Las de sus hijos se desplazaban de un rostro a
otro sin entender aquel juego oculto de gestos y miradas embelesadas.
Lourdes.- ya está bien, qué pasa hoy
Samuel.- eso digo yo, parecéis tontos
Ellos ni
contestaron; para qué, ellos tampoco
sabían ver con los ojos cerrados, y además no tenían pinta de querer aprender
Lourdes.- pues nada, cuando queráis os despertáis
Samuel.- estos nos están vacilando
Pero estaban viendo frente a sus narices,
algo tan intenso que no se podían perder ni una de sus muecas, durante todo ese
largo tiempo las notificaciones de WhatsApp perdieron todo el interés.
Verónica.- vamos a recoger y a dormir, que mañana es día de
escuela
Manuel.- pero si no habéis cenado casi nada
Lourdes.- menos mal, han despertado
Samuel.- pero que os pasa hoy
Manuel.- ¿y a vosotros?
Samuel.- nada, porqué
Manuel.- porque no los he contado, pero tienes un montón
de mensajes en el móvil
Lourdes.- ahora en serio ¿Os pasa algo? ¿Estáis bien?
Verónica.- pues sí, la verdad es que yo, estoy muy bien
Samuel.- me voy a mi habitación, que se ve que no están
dispuestos a soltar prenda
Manuel.- pues mira, me parece que vas a tener razón
Lourdes.- míralo, y encima se ríe; es que pareces tonto
Manuel.- si te parece me echo a llorar
Lourdes.- vale, no contéis nada, pero estáis muy extraños
Verónica.- hala, hasta mañana
Lourdes.- da igual, mejor me voy
Verónica.- ¿Y te vas sin darle un beso de buenas noche a tu
padre?
Lourdes.- hoy estáis
un poco guasones
Manuel.- pobre papá, que su niña no le quiere dar un beso
Lourdes.- que pesado
Manuel.- y a mamá otro
Lourdes.- que sí, otro para mamá, y ahora voy a la
habitación de Samuel y le doy otro
Verónica.- cuidado con ese que muerde
--Los dos saltaron de carcajada ante la
asombrada mirada de Lourdes--
Lourdes.- vale, ya está, hasta mañana.
Se quedaron solos en la cocina recogiendo, y
una vez recogido, se prepararon un café para seguir allí sin hablar un largo
rato antes de irse a la habitación a “hacer los deberes”. Había que repasar lo aprendido en su
adolescencia, no se les fuese a olvidar.
Lo bien que hace el silencio en la buena intercomunicación, y la historia de la escuela de religiosas transformada en comedor, nos deja el Recuerdo del pasado y un nuevo presente.
ResponderEliminarMe he emocionado y sonreído con este episodio, recuerdos del colegio y besos antes de dormir. Muy bueno
ResponderEliminarParecen palomas que, sacudiéndose el polvo de las alas, las telarañas tejidas por tanto tiempo, las estiran y comienzan a probar, muy poquito a poco, las fuerzas para levantar quizá un último vuelo. Bonito relato.
ResponderEliminar