Gracias a Jesús Cañas
del pozo por dejarme utilizar su seudónimo como título para este pequeño
relato.
Debido a que no tengo
el placer de conocer su particular
historia personal y profesional
Cualquier parecido con su
perfil será una mera jugarreta del azar.
El Fotero
Aquel fotógrafo vocacional desde su
adolescencia, guardaba como oro en paño su vieja cámara que fue el regalo de su
abuelo, cuando cumplió los dieciséis.
Una joya, se trataba de una Hasselblad de 6X6 , en el mismo lugar,
atesoraba unos cuantos de rollos de película en blanco y negro junto a estos
una caja llena de negativos hechos con aquella cámara en el mismo lugar durante
años.
En su moderno y reformado estudio, conservaba
al fondo de la trastienda un pequeño cuarto de revelado, al que solo accedía
una vez al mes.
Estaba obsesionado con una fotografía
desde hacía ya, más de treinta años, para la cual, no quería utilizar nada
digital, retoques, ni cualquier modulación que no captase el objetivo.
Cada noche de esplendorosa luna llena;
hiciese frio, lloviese, nevase, daba igual.
Hasta aquel lugar situado en un
bosque cercano, se desplazaba para sentarse en la misma piedra y hacer dos
fotografías a ese viejo árbol seco, sin hojas, con la base del tronco ya
podrida donde una longeva enredadera mantenía su corteza pegada al esqueleto
que seguía aguantando en pie mes tras mes, año tras año.
Para él, era una imagen verdaderamente
especial; pero al revelarlas, nunca encontraba reflejado en papel lo que sus
ojos llevaban viendo durante tantas y tantas noches diferentes.
En la séptima luna del año 2012, el cielo
estaba encapotado por un amasijo nubarrones negros, el agua caía sin cesar,
intermitentemente arreciaba con fiereza al tiempo que el viento, parecía querer
derribar todo su entorno.
La cámara, resguardada en un bolso
impermeable aguardaba arropada por un paño de fieltro rojo, minuto a minuto el
momento preciso para ser utilizada.
Por fin la lluvia ceso, el viento se detuvo,
haciéndose un hueco entre la oscuridad, pulcros rayos de luz blanca aparecieron
parcialmente tras aquellas ramas muertas y quebradas por el paso del tiempo,
produciendo una serie de sombras y reflejos que jamás antes, hasta esa noche
habrían podido ser imaginables. Eran de tal belleza, que tan solo
saco su Hasselblad y disparó una y otra vez sin preocuparse de que la imagen
fuese nítida.
Como de costumbre, llegó a su
estudio una hora antes de abrir al público, para revelar esos negativos de la
noche anterior. Cuando bajase las trapas
por la tarde los miraría y pasaría a papel con la esperanza perdida.
Esta, sería quizás la última vez. Por
mucho que lo volviese a intentar, nunca lograría que se reprodujese la belleza
de aquel momento tan mágico.
Un momento diferente y único, merecía
también un excepcional cambio en su rutina. Ese día no fue a comer y pasó ese
tiempo recluido en el cuarto.
La emoción del momento, no le dejó percatarse de que la preciada lente
del objetivo se estaba llenando de gotitas de agua caídas de los árboles y que
arrastraba la brisa.
Si claro. Esas gotas producían efectos que solo la
casualidad suele lograr; solo las dos
primeras estaban limpias y por fortuna gozaban de una pureza perfecta.
Las pasó a papel y siguió con el proceso. Una vez apareció la imagen, las dejó secando y esperaría al final de la
jornada para examinarlas minuciosamente.
Con su lupa, pudo apreciar que después de
tantísimo tiempo, había logrado que una sola de ellas, la segunda, no solo
reflejase lo que había visto. Tenía algo especial, aunque no supiera qué, en su primer escaneo visual.
En aquel preciso instante un pequeño haz de
luz, incidía directamente en unas cuantas gotas de agua que resbalaban con
suavidad, aproximándose a la comisura de ambas ramas. Algo
inapreciable a la vista, pero por suerte captado por aquella joya.
El esperado momento había llegado. Del armario saco una estrechita caja de
veinte por veinte, destinada a dicha finalidad, desempolvó con cuidado su tapa
y en ella, entre dos cristales guardó su preciado trofeo.
Estaba deseoso de enseñársela a su
mujer, amigos, compañeros de profesión.
Por más que él les intentaba explicar las peculiaridades de aquella gran obra de arte ninguno era capaz de
apreciarla.
Todos los años, como celebración del
aniversario de la apertura de la sala de exposiciones, situada en la casa de la
cultura, el excelentísimo ayuntamiento organizaba un evento especial. En
él; cada artista con residencia o nacido en aquel lugar, al que le apeteciese manifestar
su colaboración, podía exponer dos de sus obras:
Esculturas, cuadros, fotografías, etc..
Haciendo oídos sordos a las sugerencias
de su mujer y sus hijos, se decantó por llevar y colgar juntas sus dos más
apreciadas e incomprendidas obras.
Dos
enormes y antiguos marcos de madera de nogal;
su interior ocupado por un lienzo de papel artesano de textura gruesa y
en el centro de ambos una fotografía en blanco y negro de dieciocho por
dieciocho.
En el primero, un posado de su abuelo,
sentado, mirando al suelo, agarrando
fuertemente el mango de su bastón y el ala de su sombrero ensombreciéndole el
rostro. A su lado la imagen inmortalizada
de aquel, su árbol amigo y compañero de noches de luna llena.
Bajo ellos, en el centro, una pequeña mesa, sobre ella la joya que había
hecho realidad aquellas ocasiones sublimes e inolvidables.
Toda la austeridad, desolación y respeto
hacia el arte de hacer arte comprimido en dos simples imágenes originales; de solo trescientos veinticuatro centímetros
cuadrados cada una.
Las cuatro paredes de aquella
gran sala estaban llenas de espectaculares cuadros y fotografías llenas de
color y profundidad que emanaban vida por sí mismas.
En su suelo esculturas de diversos estilos y
materiales como el bronce, hierro, piedra, madera y una pequeñita y rara tijera
de mármol blanco subida en un pedestal.
En el centro, majestuoso, suspendido del
techo, se hallaba un espectacular Cristo crucificado, que captaba las miradas
atónitas de todos los asistentes.
La gente se paraba para admirar las
obras, luego las comentaban junto a dignos autores que no paraban de recibir
felicitaciones. Mientras que su
Hasselblad y sus dos visiones, se encontraban acompañadas y admiradas por la
soledad.
El Fotero, sentado en un escalón de la
entrada, viendo pasar y salir personas, no le daba importancia; se sentía
orgulloso de que su propuesta fuera incomprendida por aquellas almas de dios,
era suya, era solo para él.
La avaricia provocada por su instinto de
posesión en aquellos meses transcurridos desde la gran noche, no le permitiría
que nadie más desnudase el invisible espíritu de sus criaturas. Aunque como a cualquier artista, le
encantaría que uno, simplemente uno, tuviese a bien pararse frente a ellas,
alguien con suficiente delicadeza y conocimiento para valorar aquellas bellezas.
Después de tres largos días, con
gran afluencia de público. Una hora
antes de la clausura, se le acercó un señor; había estado dando vueltas por
ella, los tres días, todas las horas que la sala permaneció abierta mirando con
detenimiento todo lo expuesto. Le dio un
toque en el hombro y le preguntó que si
él, era el progenitor de aquella cosa.
Volvió su cara sonriendo: .-qué
más quisiera yo, esa cosa es producto de esa cámara. Ahora bien. Si me pregunta por ella le diré que sí, es
mía. Me la regaló el señor que hay
sentado a la izquierda.
Los dos se acercaron y se pusieron frente
a ella.
Ese
señor, mirando aquella fotografía del árbol, describió exactamente todos sus
sentimientos internos y percepciones que siempre había albergado, aunque él
nunca hubiese sabido acertar con esas palabras exactas para describir la
sensación que sentía al mirarla.
Pidió permiso para hacerle a la
composición una fotografía y luego adjuntarla a la crítica que haría en un
medio escrito de tirada nacional de aquella exposición.
Después sacó un talonario y le
pregunto cuál era la cifra que debía anotar para adquirir la obra. Solo halló unas palabras: .- no está en venta
Como deferencia a sus magnificas palabras,
invito a este señor a tomar un café y contarle la historia real de aquella
imagen.
Cuando la historia fue oída con atención y
apurada la taza de café hasta la última gota; volvió a extraer de su bolsillo y
poner sobre la mesa, el talonario y una pluma estilográfica, para que él pusiese la cifra, sugiriéndole que añadiese un cero más, con una simple condición:
Acompañarlo a aquel lugar la próxima
noche de luna llena.
El Fotero, lo miró fijamente a los
ojos y concluyo la conversación diciendo:
.-no
está en venta, pero como usted me ha solicitado iremos juntos la próxima noche
de luna llena a saborear la experiencia sentados en la piedra frente al viejo
árbol que espero siga en pie.
Mola mil
ResponderEliminarGracias, por leerlo.
ResponderEliminar