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lunes, 27 de octubre de 2014

Nuevos Inquilinos (Finito y Preludio)


                    Siguiendo al pie de la letra las instrucciones, primero entró a la habitación de sus padres.
 .-papá, mamá
       .- ¿Qué pasa hijo?
.-voy a hacer un poco de ruido;     pero no entréis en mi habitación
            .- ¿alguna historieta de tu amiga?
.-sí, ya os contaré
      .-si es con ella, estamos tranquilos
                   Bajó al cuarto trastero;   allí cogió un martillo y un cincel plano de una pequeña caja de herramientas que usaban en tareas propias de chapuzas en el hogar.
     Una vez cerrada la puerta del cuarto; empezó a picar con suavidad para desconchar el yeso;   justo en el lugar donde su madre había dejado la marca de sus labios.
   Una fina capa y empezó a aparecer un material rojizo.
         Luego un poco más fuerte para partir la rasillas;  después otra vez con mucho cuidado ensanchando ese agujero hasta que le cogiese holgadamente la mano, y poder sacar lo que encontraba en el interior de aquella cámara que allí se encontraba.    Extrajo de su intimidad oculta un objeto envuelto en un paño y lo puso sobre la mesa como si de una reliquia se tratase.     Con extrema pulcritud lo desenvolvió.
       Una vez su contenido al descubierto, ella lo mandó parar un instante.  Las dudas sobre el que hacer en ese momento, le hicieron titubear en su providencia, tantos años meditada, como años deseosa de su desenlace.
             Lo mandó alzar el vaso que había sobre aquellas letras y ponerlo boca arriba con amor y suavemente.
        Cerró los ojos e inspiro aire varias veces por la nariz y expulsándolo por la boca;    pretendiendo efectuar un ejercicio de relajación para que no le temblase el pulso lo más mínimo.      Al realizar esta acción, pudo apreciar como una neblina que se iba formando en el interior de aquel vaso, salía al exterior creciendo y  evolucionando majestuosamente hasta convertirse en la silueta de una bella mujer que flotaba en el aire, de mirada tierna y largos dedos en sus manos.
.- ¿eres tú?
    .-sí, soy yo
           En el espejo, parecía abrirse un círculo iluminado por una luz blanca y brillante,  tanto que llegaba a cegar sus ojos.
     .-es hora de despedirnos
.- ¿porqué?
    .-ya eres todo un hombre, dame la mano
.-yo quiero ir con tigo
     .-no, aún no ha llegado tu hora
.-pero no quiero que te vayas
     .-no te preocupes mi amor, aunque no puedas verme ni oírme, siempre permaneceré a tu lado custodiándote como hasta ahora.
         Juntos, lentamente avanzaron hacia la luz;  justo al llegar, soltó su mano, aquella silueta formando parte de aquel embudo se desvaneció.  En aquel espejo, tan solo quedó reflejado el bosquejo de un chiquillo con la vista nublada por aquella sensación de dolor y desconsuelo a su partida, imposible de describir.  
     Más tarde, volvieron a despejarse sus ojos al percibir como una mano conocida, se apoyaba sobre su hombro para girarlo hacia la ventana;  desde la calle el cuarto se iluminaba con la entrada la luz del sol;   su luz;   la luz de la vida.

       En un tiempo pasado, remontándonos unos lustros atrás.  

         En aquel lugar,  Vivía el borrachín del barrio.
                  Un señor septuagenario, amargado de la vida, esperando su deseado final, atrapado en una mezcla de pellejos adheridos a los huesos,  un cuerpo descarnado cubierto por unos ropajes viejos y llenos de mugre que lo mantenían rígido, pegados a él después de convivir a su lado tantos años.
     Su hijo mayor, les había  salió retorcido, tras intentar todo lo que estaba en su mano por reconducirlo al buen camino en la vida se tuvo que dar por vencido.
          Un día desapareció, renegando de toda su familia, esa que únicamente pretendía tenderle la mano, la que él, día a día maltrataba cada vez que necesitaba dinero para sus caros vicios.
      Se fue juntando cada vez con peor gente, (aunque él no es que quedase atrás), e incrementando la gravedad de sus malas prácticas.  Para acabar recluido finalmente en una cárcel del norte de Marruecos años después.
           El menor, un aplicado estudiante, les había hecho “superar” todos aquellos años de sufrimiento. Un joven de veinte años, con todo un futuro prometedor delante de sus narices.      Solo salía algún fin de semana cuando no tenía mucho que estudiar a tomar una copita con los amigos.     Siempre, antes que ninguno, alrededor de las tres, regresaba a casa.
        Pero una noche, al volver andando, fue atropellado por un coche, que más tarde se dio a la fuga.
          Arrastró su  cuerpo como pudo, sin apenas un hilo leve de resuello para pedir auxilio hasta apoyarse en un banco de la acera y allí quedó inconsciente hasta morir desangrado.  
       Nadie lo vio, o tal vez quien pasó por allí, pensó que estaba durmiendo la mona, o;  ¿para qué complicarse la vida?
          La madre;  para intentar esclarecer la verdad de lo sucedido aquella fatídica noche, encontrar a quienes le habían arrebatado lo más querido, emprendió un largo peregrinar por un sediento camino lleno de estafadores sin escrúpulos: echadoras de cartas y charlatanes  hasta lograr contactar con una serie de señoras con situación parecida a la suya, personas a las que solo les quedaba como último recurso practicar entre ellas, aún sin tener ninguna experiencia el juego de la Ouíja.     Ya no tenían nada que perder excepto lo que menos les importaba; su vida.
          A partir de entonces, se juntaban cada semana en una casa y realizaban reuniones, para invocar a quien le pudiese proporcionar alguna respuesta a sus preguntas e inquietudes, sin temor a dar a cambio cualquier cosa que se le pidiese.   Tan solo era cuestión de que un día apareciese un buen postor.
      A raíz de esos encuentros, aquella casa, que siempre había sido tranquila, era un verdadero caos; no solo por la dejadez en que se encontraba y los horarios cada día más descontrolados.   
    Continuamente sucedían cosas extrañas, ruidos, luces que se encendían y apagaban, voces que a media noche parecían provenir de la habitación de al lado.
    Un catorce de Diciembre; día en que se cumplían tres años de la muerte de su hijo cuando volvió del trabajo a la hora de comer, nada más cruzar la puerta, pudo ver a su mujer sentada; ella sola junto a una mesita negra de madera, cubierta por una hilera de letras descolocadas alfabéticamente formando un circulo y en el centro, un pequeño vaso de cristal boca abajo,  sobre el cual,  ella tenía puesto su dedo índice.
      Este, parecía moverse solo;  con la mirada, siguiendo sus movimientos pudo componer una serie de palabras: Estaremos,  juntos,  bien, perdóname, adiós.  
         En ese instante cayó al suelo muerta.  Tras intentar reanimarla, se fijo en su cara de felicidad.     Recogió las letras, mantuvo sobre ellas boca abajo el vaso y lo  llevó con cuidado, al sitio donde ella lo guardaba envuelto en un blanco y suave paño.    Era un pequeño hueco hecho en la pared de la habitación;   que permanecía igual que el día en que falleció y que él solía utilizar para guardar sus cosas a modo de caja fuerte, aunque allí no hubiese ningún tipo de puertezuela.
     Este, estaba tapado por un marco de espejo, con una foto de su hijo menor, en el día  en que hizo su primera comunión.
     Llamó por teléfono a urgencias sabiendo que nada se podía hacer ya por su vida y se sentó sin más en aquella silla, apoyando los codos sobre aquella mesa y allí solo, mirándola, esperó mientras llegaban.
             Al día siguiente terminado el sepelio, tapió aquel hueco con unas rasillas y lo enlució con un fino plano de yeso. Luego, se agarró con todas sus fuerzas al cuello de una botella de vino tinto.     Ya jamás, nadie le separaría de ella.
       Se quedó sin trabajo, sin amigos; su única compañía era el tintorro, que compraba con las perras que sacaba mendigando por las calles y aquellos fenómenos que lo acompañaban cada noche en casa;    eran ya como de la familia.   No pretendiendo hacerse preguntas sobre que o quien los provocaban.    Por mucho que aquella pared le intentase hablar, nunca volvió a abrir aquel hueco, ni a desvelar lo que en él se hallaba escondido.
      Era su secreto mejor guardado, no le importaba que la gente lo llamase despectivamente borracho.   Al fin y al cavo, era verdad; pero no aguantaría que lo llamasen loco y lo sacasen de casa para meterlo en un sanatorio.
        El alcohol (lo único que ingería), le fue destrozando el hígado, la soledad inhabilitando su sensatez y el paso del tiempo hizo el resto.
        Después de unos días sin que nadie lo viera salir o entrar de aquella ruinosa vivienda.    La policía, avisada por los vecinos, tiraba la puerta abajo.  Recostado sobre un sillón junto a la escalera que sabe dios el tiempo que hacía que ya ni era capaz de subir,  permanecía inmóvil, sonriente, agarrando con sus deformes dedos un cartón de vino;  su apreciado contenido estaba derramado por el suelo, como alfombra  a los pies de aquel cuerpo frio y rígido por el paso de las horas.
           De allí salió por última vez.     Todos pudieron ver, como lo metían y se lo llevaban dentro de una bolsa de plástico negro dirección al depósito anatómico forense.
       Solo ella, agitó su mano desde la ventana del cuarto para despedirlo.    Con esa sonrisa de felicidad y envidia contenida, porque él, lo vería antes.
             Oculto en aquella pared, quedaron las letras y el vaso boca abajo, en cuyo interior, esperaba ser liberada la esencia de su esposa.      Debía ser un mayor de edad, quien levantase el cristal y así, poderse reunir al fin con el alma de su hijo en el más allá.   
         El trato era que se metería dentro y que cuando se levantase el vaso, ella partiría y cumpliría su deseo.
       Pero quizás sus desmesuradas ansias de lograrlo y el deseo de despedirse de su marido, le impidieron  el acordarse de dirigir el vidrio hasta aquellas cartulinas que dijesen: levanta el vaso.
             Era el trato que había aceptado y el cual debería cumplir.
         Sin aquel fragmento de su alma, jamás podría abrir el umbral que la llevaría hacia la luz.     Una inalcanzable llave, que obligaría a su alma a permanecer vagando en esa casa, hasta que alguien la liberase poniendo el vaso boca arriba.

F I N

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