1976.-
Se reunieron de nuevo en las
estancias destinadas a hospedería en el monasterio de Osera (Orense). Todos los oficiales de la sexta compañía de
reconocimiento ya arden en el infierno.
Francisco y el capitán van relatando
una a una sus venganzas; viajes esporádicos
a distintos sitios donde hacer justicia. En los que recordar aquella noche a
quienes arrebataron el futuro a los habitantes de aquel pequeño pueblo, antes
de proporcionarles un billete hasta las puertas del infierno.
Diez copias de unos legajos donde
está el censo de 1937; nombre y
apellidos de su pasado, calles que ya no existen y cenizas que ahora cubren las
oscuras aguas de un pantano.
En un documento anexo, los nombres de
esos que sobrevivieron a la guerra, los pelotones de fusilamiento o la cárcel,
y han sido marcados con una equis de la lista uno a uno.
Tras unos días de retiro, todos vuelven
lo cotidiano jurando silencio de todo lo
hablado. Quedan allí solo los dos: Francisco junto al capitán, en el recogimiento
de esos muros a purgar sus culpas hasta la muerte.
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Entre 1930 y 1933,
nacieron unos cuantos niños en un olvidado pueblo por la historia; el resto de los nacimientos fueron niñas con
sus nombres diluidos en el no importan,
al igual que el resto de vecinos.
A esos niños; (ya con edades comprendidas
entre los 4 y 7 años) escondidos tras
la oscuridad de la noche, el entonces párroco de la iglesia, los llevó andando hasta
llegar una vieja casa de campo donde un amigo les daría cobijo. Tras ataviarse él y su amigo con roídos
uniformes de soldados para pasar desapercibidos, se dirigieron con los pequeños
a una estación de ferrocarril cercana.
Allí montarían en un vagón que los llevaría
hasta la ciudad y allí dejarían a sus acompañados en un orfanato.
Sin pasado, nombre ni apellidos, comenzarían un
nuevo periplo asistidos primero por milicianas y luego al acabar la guerra
serían llevados a un convento de monjas donde se recogieron a todos aquellos
menores sin identificación ni recuerdos.
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Pasados unos años, en 1942; el sacerdote
que había llegado a capitán capellán en el ejército; pidió el abrir una nueva comunidad de la orden
de los benedictinos en un monasterio derruido situado en una zona despoblada
sierra castellana. Había bastante buen terreno alrededor para pasto de animales
y poco a poco reconstruirían sus muros e iglesia para la consagración a Dios.
Como primeros miembros de la congregación, solicito el
coger a chicos jóvenes sin apenas futuro y buenos brazos para colocar piedra y
cuidar de la tierra y el ganado.
Nueve fueron los elegidos, ocho
de ellos permanecieron junto al prior,
entre aquellas ruinas de piedra hasta que esa aventura llegó a su final.
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Mayo de 1937; en un pueblo perdido, las mujeres salen del
rosario, los hombres y jóvenes llegan del campo y los niños y niñas entran en
la casa para cenar antes de que oscurezca.
El pueblo es cercado por las tropas; un
gran fuego se extiende desde los alrededores hasta el centro, al tiempo que los
morteros lanzan sus proyectiles incesantemente.
Todo
aquel que se asoma a las ventanas o la puerta de las casas intentando escapar,
es masacrado por las balas de mosquetón desde los montículos que circundan el
pueblo. Los gritos, disparos, humo y olor a carne
quemada se mezclan en el atardecer.
Nadie queda con vida en aquel lugar. Tan
solo unos pocos animales han podido escapar a los montes.
Ninguna casa en pie, tan solo la torre de la
iglesia con el campanario caído sobre los muros del viejo cementerio que está
junto a ella.
En los sótanos de la iglesia, entre escombros,
refugiados en un lúgubre pasadizo utilizado para derivar el agua al riachuelo
cuando la lluvia es intensa y el cementerio se anega, quedan escondidos unos niños que han quedado
recibiendo las lecciones de catecismo junto con un joven párroco tan
aterrorizado como ellos.
Padres, hermanos, familiares,
nombres, apellidos y todo pasado, quedará allí bajo las cenizas; El tiempo se encargará de intentar enterrar
allí también esos pocos y crueles recuerdos.
F I N
Carlos Torrijos Pareja
C.a.r.l. (España) 2021
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