EL SUEÑO
Todo eran juegos de azar. Las maquinas tragaperras, no paraban de
emitir aquellas melodías pegadizas repetitivamente, mientras que sus luces de
colores llamaban la atención de todas las retinas.
Bajo una
hermosa lámpara, un grupo de personas rodeaba una gran mesa, cuya parte
superior estaba cubierta por un tapete de vivos colores, rojos y negros sobre
fondo verde.
Cuando
giraba la bolita en sentido contrario a la dirección de los números en aquella
inmensa ruleta, el silencio del suspense, los atrapaba a todos por unos
segundos; y una vez quedaba parada en el agraciado el murmullo volvía a
aparecer.
Ella fue
a coger un pañuelo de papel de su bolso.
No sabía cómo podía haber llegado allí, pero en su interior había una
ficha de color morado con el numero quinientos inscrito en banco.
Se acercó
a la mesa; algo pareció decirle al oído:
.-catorce,
par y rojo
La ruleta
comenzó a girar y la bola fue a depositarse en el número catorce.
Ella permanecía
inmóvil, observando a aquellos jugadores.
Entre el
murmullo, volvió a oír la misma voz:
.-veintitrés,
impar y rojo
La señorita volvió
a lanzar la bolita después de hacer girar la ruleta y como no podía ser de otra
manera la bola se quedo depositada en el número veintitrés.
En las
próximas jugadas, la voz había desaparecido; ella con la ficha en su mano, no
sabía a qué número ponerla, en caso de ponerla en alguno. De pronto volvió a oír la voz en tono de
orden:
.-ahora,
ya, al cero
Puso la
ficha sobre la mesa y la arrastro rápidamente con su dedo corazón hasta dicho
número, que estaba justo delante de ella.
El
silencio se hizo de nuevo mientras de fondo se oía la bolita dando saltos de
número en número. La bola paró en el cero.
Entonces despertó sobresaltada.
Miró el reloj de la mesita de noche, marcaba las cinco y cuarto; intentó volverse a dormir, pero algo se lo
impedía. ¿Qué le querría decir aquel
sueño?
Se
levantó para acercarse al salón y encender el ordenador sin hacer apenas ruido,
para no alarmar a sus padres. Frente al
monitor de aquel nuevo y rápido PC, el inicio de Windows, se le hizo eterno.
Abrió el
explorador de búsqueda: premonitorios sueños ruleta. lo encontrado le hizo pensar en su pasado
oculto, en aquel que siempre estuvo.
Algo que no tendría más importancia, si no fuera porque a la mañana
siguiente, debía contraer matrimonio con la persona que tanto la amaba, aunque
ella no sintiese lo mismo por él.
Tantos años
juntos, sus familias, sus amigos, todo estaba perfectamente organizado: el
blanco vestido, los anillos, la ceremonia, el convite, la luna de miel, todo.
Todo
absolutamente todo era perfecto; ella también lo quería y sabía que con el
tiempo llegaría a amarlo.
¿Pero eso
era suficiente?, ¿y si nunca ocurría?, ¿cómo decir: si quiero, frente a la
persona que siempre había ocupado su corazón y dudando si ella, aún permanecía
en el suyo?
Que hipocresía
más grande; en aquel momento tan especial,
los dos irían vestidos de blanco, como símbolo de pureza. Él haría la pregunta
que ella debería responder. ¿Que pasaría
por su cabeza a la hora de realizar la pregunta?, ¿ que respuesta obtendría de aquellos labios
que durante tanto tiempo habían silenciado su verdad?
Durante el resto de la noche, solo consiguió
dar pequeñas cabezadas y en cada una de ellas, volvía a apostar al número cero
y volvía a despertarse sobresaltada cada vez que la bolita paraba.
La madre
entró en la habitación, había que seguir escrupulosamente lo establecido para
que a las doce estuviese puntualmente en la puerta de la iglesia.
los
utensilios de: peluquería, maquillaje, vestuario, hasta la ropa interior
permanecía meticulosamente colocada para ser puesta en su cuerpo con toda
ilusión por las manos de su madre, bajo la supervisión de la atenta mirada de
la abuela, como era tradición en aquella familia generación tras generación.
Todo se
realizaba dentro de su habitación,
veinticinco años esperando ese momento del que ella debía aprender y
luego ir perfeccionando para algún día, hacer lo mismo también con su hija.
En la
puerta, un coche alquilado, con una persona desconocida al volante, esperaba
pacientemente como se le había ordenado.
Los
cristales tintados, evitarían que alguien pudiese verla, hasta que las campanas
dejasen de sonar a su llegada y descendiese poniendo los pies en aquella
alfombra azul, donde solamente debía esperarla su padre. El resto de invitados permanecería en el
interior del templo y las altas plantas llenas de campanillas que formaban un
estrecho pasillo, impedirían que fuera observada desde el exterior.
Se abrió
la puerta del vehículo: primero descendió la madre, luego la abuela y después
ella. Cuando comenzó a andar del brazo
de su padre, en el momento de cruzar el umbral de la puerta dirección al altar,
la madre dio la señal para que empezase a sonar la marcha nupcial de Mendelssohn,
interpretada majestuosamente por un quinteto de cuerda con el que los amigos habían contactado para la ocasión.
Durante su
paseo hasta el altar, todos admiraban la luminosidad de aquel vestido, provisto
de un velo que sujeto por una corona de brillantes cubría su rostro.
Blanco,
todo blanco, de la cabeza a los pies, excepto aquel par de hojas verdes que
acompañaban a su ramo de azahar.
Al llegar
al final, se arrodilló un momento y mirando al Cristo que la compadecía desde
el centro del retablo, pidió lucidez durante unos segundos.
Comenzó la
ceremonia, aparte de la voz del oficiante, tan solo se oía algún que otro suspiro
de la madre y la abuela, sentadas en la primera fila de bancos.
Llegó el
momento de la verdad:
El
sacerdote preguntó:
Enrique; ¿quieres tomar a esta Mujer por tu legítima esposa, y
vivir con ella, conforme a la ordenanza de Dios, en el santo estado del
Matrimonio?, ¿la amarás, consolarás, honrarás y conservarás en tiempo de
enfermedad y de salud; y renunciando a todas las otras, te conservarás para
ella sola, mientras los dos vivieren?
Enrique respondió: Si quiero, con voz
templada y rotunda, sin alzar la voz, mirándola fijamente.
El sacerdote volvió preguntar, pero esta
vez incluyó dos palabras poco usuales en estos casos:
Piénsalo bien; Olga;
¿quieres tomar a este Hombre por tu legítimo esposo, para vivir con él
conforme a la ordenanza de Dios, en el santo estado del Matrimonio?, ¿le
amarás, consolarás, honrarás y conservarás en tiempo de enfermedad y de salud;
y, renunciando a todos los otros, te conservarás para él solo, mientras los dos
vivieren?
Ella primero lo miró a él, luego al
sacerdote, después al Cristo en cuyos ojos entristecidos detuvo su mirada un
instante.
entre la opaca incertidumbre de un silencio
a punto de romperse por los murmullos, ella contestó.........
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