Como veleta de
pico afilado,
un ave grazna
sobre el tejado.
En el patio, junto
a un peto azul,
lanza aullidos
el aire
un enjuto
perro de mirada triste.
La puerta y
ventanas cerradas,
evitando la
luz del sol.
A los pies de
la cama, en silencio,
esperan la
esposa e hijos
acontecimientos
anunciados.
Junto a la
cabecera, hisopo en mano,
estola al
cuello, en voz baja,
un viejo amigo
de sotana y alzacuellos
lo sacramenta
en su última hora.
Postrado,
sobre sudario de lienzo,
ojos cerrados
y tenue aliento,
reseca boca de
labios rosados,
mejillas de
cera y frente empapada
músculos
lacios pegan a la quijada.
Junto a la
puntilla blanca
de la sabana
que lo cubre.
Por encima de
esos huesos,
arqueadas clavículas
que unen sus
hombros,
escoltando su
prominente nuez
cuerdas de
esparto, marcan su cuello.
Su fin, está
cerca.
Las falanges
encorvadas
de los dedos
de las manos,
pretenden
dejarse ver
por encima de
la piel.
Las azules e
hinchadas venas,
forman ríos,
que al mar no llegan.
Deslucidos, erosionados,
los brazos
junto a su cuerpo
piden a gritos
cruzarse sobre el pecho.
Una
inspiración profunda,
provoca un
anémico latido.
Las piernas se
tensan,
un instante es
suficiente,
la ultima
lagrima,
recorre su
rostro.
Débil murmullo
del cura,
alarido de la
esposa,
un abrazo
entre los hijos,
el perro, en
el corral calla,
y el cuervo,
vuela,
en busca de
otro tejado,
que le quiera
dar cobijo.
Pufff, la Parca y sus designios, amigo mío.
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