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sábado, 12 de marzo de 2016

El cuervo



    Como veleta de pico afilado,
un ave grazna sobre el tejado.
    En el patio, junto a  un peto azul,
lanza aullidos el aire
un enjuto perro de mirada triste.
   La puerta y ventanas cerradas,
evitando la luz del sol.
    A los pies de la cama, en silencio,
esperan la esposa e hijos
acontecimientos anunciados.
   Junto a la cabecera, hisopo en mano,
estola al cuello, en voz baja,
un viejo amigo de sotana y alzacuellos
lo sacramenta en su última hora.
     Postrado, sobre sudario de lienzo,
ojos cerrados y tenue aliento,
reseca boca de labios rosados,
mejillas de cera y frente empapada
músculos lacios pegan a la quijada.
Junto a la puntilla blanca
de la sabana que lo cubre.
    Por encima de esos huesos,
arqueadas clavículas
que unen sus hombros,
escoltando su prominente nuez
cuerdas de esparto, marcan su cuello.
    Su fin, está cerca.
        Las falanges encorvadas
de los dedos de las manos,
pretenden dejarse ver
por encima de la piel.
   Las azules e hinchadas venas,
forman ríos, que al mar no llegan.
    Deslucidos, erosionados,
los brazos junto a su cuerpo
piden a gritos cruzarse sobre el pecho.
     Una inspiración profunda,
provoca un anémico latido.
     Las piernas se tensan,
un instante es suficiente,
la ultima lagrima,
recorre su rostro.
     Débil murmullo del cura,
alarido de la esposa,
un abrazo entre los hijos,
el perro, en el corral calla,
y el cuervo, vuela,
en busca de otro tejado,
que le quiera dar cobijo.






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