Un castigo más o menos, nada habría
importado.
Pensando que debía haberse escapado
alguna vez para ir a verla, bajó las vertiginosos peldaños de tres en tres. Volvió
por el sendero donde más casquijo puntiagudo había para sentir el dolor en la
planta de sus pies.
Llegó al dormitorio y se acostó. Con la
mirada clavada en los desconchones del techo, se juzgó y condeno, como al peor hijo del mundo. Ni a volar se atrevió, por estar a su lado.
Los meses y años siguientes, los pasó
envuelto por el manto de la indignación, reprochándose a cada instante su
cobardía. Los resquicios de sus creencias se
volatilizaron, las buenas intenciones pasaron al plano de la indiferencia y la
antipatía a todo aquello, lo considerado sagrado, se acrecentó hasta el punto
del desprecio.
La mañana posterior a cumplir los dieciocho años, nadie salió a
despedirlo. Salió por las puertas del maldito
internado sin mirar atrás. En sus manos, la vieja maleta llena de nada y atada con el mismo cordel de cuero, el título
de bachillerato y un sobre lacrado que contenía una recomendación expresa del
obispado para entregar en una fábrica dedicada a la elaboración de nitratos,
fosfatos y herbicidas.
Pensó en dirigirse directamente al
convento, pero su orgullo, no le permitió presentarse allí con las manos
vacías.
¿Tendría suerte? Bueno, o más bien, en realidad la carta lo haría todo.
Entró por la puerta y pidió hablar con el
jefe a quien entregaría el sobre. Esa misma tarde, le enseñaron las
instalaciones y aquella misma noche comenzó a compartir piso con dos
trabajadores de la fábrica, también estaban solteros, los tres juntos iban y
volvían del trabajo. En la primera semana,
la conversación no existía.
Sus pensamientos solo estaban en el sábado por
la tarde. Por fin podría ir a visitar a
sus monjas sin tener que mendigar un plato de comida.
Las reglas de la clausura, no estaban
hechas para él. Pensó en saltar la tapia
y correr hasta el patio para gritar,
.- estoy aquí… pero decidió que
se debía comportar como un hombrecito hecho y derecho, entró en el portalón, llamó
al picaporte del torno y tras el “Ave María Purísima” solo contestó .- Soy Simón.
La puerta se abrió de par en par, y tras ella, como por arte de magia, como si
lo estuvieran esperando, se agolpaban todas para abrazarlo.
Sor Enedina y la señoritinga desaparecieron al
momento.
Cuando llegaron a la cocina, el chocolate
estaba cociendo y la masa de los churros preparada para darse un buen baño en
aceite hirviendo.
..-¿Estás bien? ¿Cómo te va? ¿Dónde vives?
¿Trabajas? ¿Tienes novia? Todas expectantes esperaban la respuesta a la batería
de preguntas.
.- pues si, por ahora, esta semana bien. Trabajo, vivo con unos compañeros en un pisito
de las afueras y… NO-TENGO-NOVIA.
Los tazones esperaban sobre la mesa a
ser servidos, sor Enedina espolvoreaba la azúcar sobre los crujientes churros y
sus caras ponían un gesto goloso de celebración.
Las bocas enmudecieron de repente, la algarabía
se convirtió en un remanso de paz. Siempre se dijo… oveja
que bala, pierde bocado.
Una
vez terminaron de merendar, Simón se levantó de la silla, echó mano al
macutillo que llevaba a bandolera. Primero sacó el rosario y lo puso en las manos
de sor Enedina. - Tenga, ya le faltan
cuentas y yo me pierdo, usted tiene más experiencia en esto de las Ave
Marías. Luego sacó la biblia y la entregó
a la Madre superiora .-tome Madre, creo que estará mejor bajo su
custodia, yo soy un poco despistado y al final se me va a extraviar. Entre el silencio, se dio la vuelta y se
marchó a la celda de sor Isabel. Estaba tal y como él la había dejado el último
día. Se sentó en el camastro y comenzó
a descoser la tela que envolvía el sobre.
Dentro una cuartilla con cuatro letras
difuminadas por el sudor.
Querido Simón;
Hijo mío,
este colgante es lo único que dejó junto a ti tu verdadera madre en el
portal del convento, espero lo conserves
como oro en paño, perdónala como Cristo nos enseño a perdonar, recuerda, no
juzgues y no serás juzgado.
Que esta medallita y su virgen, te acompañe
toda la vida allá donde vayas.
Efectivamente, en un rinconcito del sobre,
se hallaba una pequeña medalla de plata con una virgen. La
giró con rapidez, pero su reverso se encontraba totalmente liso, sin ningún
tipo de inscripción.
Se asomó a la puerta y gritó.- Madre, por
favor suba un momento.
.- mire lo que había dentro de este sobre
.- no la había visto nunca
.-este es el sobre que me dio sor Isabel el
día que me llevaron al internado
.- esta debe ser la causa de los
registros y tal vez de su muerte, pero porqué ¿Qué importancia puede tener una
medalla? Tiene que tener algo que ver
con alguna de las tres nuevas, pero con cual…
Las dudas habían vuelto a asaltar sus
mentes y sus corazones palpitaban frenéticamente.
.-
Madre ¿no seré hijo de alguna monja que ya estuviese aquí?
.- no, eso lo puedes tener bien seguro,
pondría la mano en el fuego sin temor a quemarme. Mira, vamos hacer una cosa.
Cuando lleguemos a
la cocina pones la medalla encima de la mesa.
Tú encárgate de ver bien la expresión de esa
mojigata y yo me encargaré de observar a la doña y la señoritinga.
Así lo hicieron, pero ninguna de las tres dio
señales de sorpresa o conocimiento de aquello, más bien cosa rara, las tres
mostraron incluso indiferencia a aquella medalla.
Él preguntó .-
¿y esta virgen… que virgen es?
Nadie respondía. Al rato, solo Sor
Enedina (demasiado mayor para ser sospechosa)… .-Espera;
Anda, esta es la virgen de la luz.
Cogió su medallita y se despidió hasta
el sábado siguiente.
Todas las semanas volvería, a partir de
entonces sería una cita ineludible.
Unos meses y en la empresa se le
empezó a valorar por su valía. Estaba dotado de una gran habilidad para el
cuidado de las plantas en el invernadero. Su forma de administrar los sustratos a cada tipo de vegetal daba
buenos resultados.
Corrió el tiempo y debido a sus eficientes logros,
el jefe, incitó a los de laboratorio a ir cambiando algunas formulas y adaptando su dosificación.
Gracias a ello, la
empresa lanzó al mercado una serie de productos específicos para una gran variedad
de hortalizas y legumbres que tuvieron una buena aceptación entre sus usuarios.
En el convento todas se sentían orgullosas
de los avances de Simón, de nuevo se sentía útil y valorado. No estaba en el trabajo solo por una
recomendación. El nuevo puesto de
colaborador en formulación, se lo había ganado con su propio esfuerzo.
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