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jueves, 23 de junio de 2016

Hijo de la tormenta .- 5




    Un castigo más o menos, nada habría importado.
           Pensando que debía haberse escapado alguna vez para ir a verla, bajó las vertiginosos peldaños de tres en tres. Volvió por el sendero donde más casquijo puntiagudo había para sentir el dolor en la planta de sus pies.
       Llegó al dormitorio y se acostó.   Con la mirada clavada en los desconchones del techo, se juzgó y condeno, como al  peor hijo del mundo.      Ni a volar se atrevió, por estar a su lado.

      Los meses y años siguientes, los pasó envuelto por el manto de la indignación, reprochándose a cada instante su cobardía.      Los resquicios de sus creencias se volatilizaron, las buenas intenciones pasaron al plano de la indiferencia y la antipatía a todo aquello, lo considerado sagrado, se acrecentó hasta el punto del desprecio.

             La mañana posterior  a cumplir los dieciocho años, nadie salió a despedirlo.    Salió por las puertas del maldito internado sin mirar atrás.     En sus manos,  la vieja maleta llena de nada y  atada con el mismo cordel de cuero, el título de bachillerato y un sobre lacrado que contenía una recomendación expresa del obispado para entregar en una fábrica dedicada a la elaboración de nitratos, fosfatos y herbicidas.
     Pensó en dirigirse directamente al convento, pero su orgullo, no le permitió presentarse allí con las manos vacías.
  ¿Tendría suerte?  Bueno, o más bien,  en realidad la carta lo haría todo.
  Entró por la puerta y pidió hablar con el jefe a quien entregaría el sobre.      Esa misma tarde, le enseñaron las instalaciones y aquella misma noche comenzó a compartir piso con dos trabajadores de la fábrica, también estaban solteros, los tres juntos iban y volvían del trabajo.   En la primera semana, la conversación no existía.  
 Sus pensamientos solo estaban en el sábado por la tarde.   Por fin podría ir a visitar a sus monjas sin tener que mendigar un plato de comida.
       Las reglas de la clausura, no estaban hechas para él.  Pensó en saltar la tapia y correr hasta el patio para gritar,      .- estoy aquí…   pero decidió que se debía comportar como un hombrecito hecho y derecho, entró en el portalón, llamó al picaporte del torno y tras el “Ave María Purísima” solo contestó    .- Soy Simón.
         La puerta se abrió de par en par,  y tras ella, como por arte de magia, como si lo estuvieran esperando, se agolpaban todas para abrazarlo.
       Sor Enedina y la señoritinga desaparecieron al momento.  
      Cuando llegaron a la cocina, el chocolate estaba cociendo y la masa de los churros preparada para darse un buen baño en aceite hirviendo.
    ..-¿Estás bien? ¿Cómo te va? ¿Dónde vives? ¿Trabajas? ¿Tienes novia? Todas expectantes esperaban la respuesta a la batería de preguntas.
    .- pues si, por ahora, esta semana bien.    Trabajo, vivo con unos compañeros en un pisito de las afueras y…    NO-TENGO-NOVIA.
                 Los tazones esperaban sobre la mesa a ser servidos, sor Enedina espolvoreaba la azúcar sobre los crujientes churros y sus caras ponían un gesto goloso de celebración.
        Las bocas enmudecieron de repente, la algarabía se convirtió  en un remanso de paz.    Siempre se dijo…   oveja que bala, pierde bocado.
        Una vez terminaron de merendar, Simón se levantó de la silla, echó mano al macutillo que llevaba a bandolera.   Primero sacó el rosario y lo puso en las manos de sor Enedina.  - Tenga, ya le faltan cuentas y yo me pierdo, usted tiene más experiencia en esto de las Ave Marías.  Luego sacó la biblia y la entregó a la Madre superiora       .-tome Madre, creo que estará mejor bajo su custodia, yo soy un poco despistado y al final se me va a extraviar.    Entre el silencio, se dio la vuelta y se marchó a la celda de sor Isabel.   Estaba tal y como él la había dejado el último día.    Se sentó en el camastro y comenzó a descoser la tela que envolvía el sobre. 
     Dentro una cuartilla con cuatro letras difuminadas por el sudor.

       Querido Simón;
                   Hijo mío,  este colgante es lo único que dejó junto a ti tu verdadera madre en el portal del convento,  espero lo conserves como oro en paño, perdónala como Cristo nos enseño a perdonar, recuerda, no juzgues y no serás juzgado.
             Que esta medallita y su virgen, te acompañe toda la vida allá donde vayas.

              Efectivamente, en un rinconcito del sobre, se hallaba una pequeña medalla de plata con una virgen.     La giró con rapidez, pero su reverso se encontraba totalmente liso, sin ningún tipo de inscripción.
 Se asomó a la puerta y gritó.- Madre, por favor suba un momento.
        .- mire lo que había dentro de este sobre
               .- no la había visto nunca
      .-este es el sobre que me dio sor Isabel el día que me llevaron al internado
             .- esta debe ser la causa de los registros y tal vez de su muerte, pero porqué ¿Qué importancia puede tener una medalla?  Tiene que tener algo que ver con alguna de las tres nuevas, pero con cual…
         Las dudas habían vuelto a asaltar sus mentes y sus corazones palpitaban frenéticamente.
     .- Madre ¿no seré hijo de alguna monja que ya estuviese aquí?
           .- no, eso lo puedes tener bien seguro, pondría la mano en el fuego sin temor a quemarme.  Mira, vamos hacer una cosa.
Cuando lleguemos a la cocina pones la medalla encima de la mesa.
       Tú encárgate de ver bien la expresión de esa mojigata y yo me encargaré de observar a la doña y la señoritinga.
                  Así lo hicieron, pero ninguna de las tres dio señales de sorpresa o conocimiento de aquello, más bien cosa rara, las tres mostraron incluso indiferencia a aquella medalla.
      Él preguntó      .- ¿y esta virgen…  que virgen es?
        Nadie respondía. Al rato, solo Sor Enedina (demasiado mayor para ser sospechosa)…     .-Espera; Anda, esta es la virgen de la luz.
        Cogió su medallita y se despidió hasta el sábado siguiente.
       Todas las semanas volvería, a partir de entonces sería una cita ineludible.
               Unos meses y en la empresa se le empezó a valorar por su valía.    Estaba dotado de una gran habilidad para el cuidado de las plantas en el invernadero. Su forma de administrar  los sustratos a cada tipo de vegetal daba buenos resultados. 
     Corrió el tiempo y debido a sus eficientes logros, el jefe, incitó a los de laboratorio a ir cambiando algunas  formulas y adaptando su dosificación.  
Gracias a ello, la empresa lanzó al mercado una serie de productos específicos para una gran variedad de hortalizas y legumbres que tuvieron una buena aceptación entre sus usuarios.
          En el convento todas se sentían orgullosas de los avances de Simón, de nuevo se sentía útil y valorado.  No estaba en el trabajo solo por una recomendación.    El nuevo puesto de colaborador en formulación, se lo había ganado con su propio esfuerzo.  



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