Este relato, es una percepción que tal vez
no tenga nada que ver con la realidad.
Lo escribo desde un prisma de tercera
persona, solo ella podrá saber si es acertado o no.
Este relato lo escribo como un tributo
a la persona más hermosa y maravillosa del mundo. Esa MUJER,
que sin saber porqué, sigue aquí a mi lado, como siempre sin motivo aparente,
ella sabrá por qué.
Cuanto
le debo y que mal pagador soy. Solo puedo decir que la adoro, porque
decirle “te quiero” se queda corto.
---- Frase tatuada -----
La duda
surgía, los pensamientos más siniestros se abalanzaban, agolpándose en su
mente. La cautela, el no crear incertidumbre entre
los suyos le obligaría a guardar silencio.
El agua seguía cayendo de la
ducha mientras sus manos se quedaban paralizadas junto a sus pechos. Los dientes le castañeaban por los nervios y
sus pupilas quedaban clavadas en un espejo donde toda ella se reflejaba.
Era un bulto aparentemente pequeño en su mama
izquierda, tal vez, quizás, no sería nada o tal vez sí.
Sus
antecedentes familiares le hacían sospechar lo peor, pero remotamente
necesitaba pensar que eso solo les ocurre a otras. Estamos acostumbrados a ver las cosas desde la
distancia. Esa y muchas otras, que ojalá nunca nos
toque vivir en nuestras carnes.
En
silencio esperó el día en que un médico le diera el resultado de esas pruebas. Sola, sola dio mil vueltas al asunto. Sola
lloró sus miedos. Sola sintió como los pasos de aquel monstruo la perseguía
sabiendo que ya estaba atrapada y nada podía hacer para escapar.
Ya no
había remedio, ¿Cómo decirlo? ¿Cómo afrontar con naturalidad lo que sucedía?
pero sobre todo ¿Cómo no hacer sufrir a los que más
quería? ¿Debería guardar silencio? ¿Cuánto tiempo podría ocultar lo inevitable?
Se
enfrentaría a ello cargada de contradicciones,
sintiéndose culpable de haber mentido (ocultado) a su familia, teniéndoles que hacer entender
que tan solo lo había hecho por evitarles durante un tiempo el que lo pasasen
mal y sabiendo que por ello, solo por su buena voluntad, iba a ser recriminada.
El enojo, la incomprensión, la falta de sensibilidad de su familia, a eso
si que le tenía verdadero miedo.
Sentada
dejó pasar las horas, redactó en su mente, mil y una frases distintas para dar
la noticia, frases que sabía que luego,
no iba a pronunciar. ¿Cómo decir algo que nadie quiere escuchar? ¿Cómo
seguir callando? ¿Qué hacer? Desde fuera, claro, las cosas son de otra
manera. Ella hubiese exigido que si a sus padres, marido o
hijas les ocurriese esto, hubiesen sido claros desde el primer día. Pero no eran los demás. Era ella la única dueña de sus decisiones,
aciertos y errores.
Decidió
hacerlo escalonadamente, de uno en uno, esperando ir sumando apoyos. Planteamientos distintos para cada persona. Quitando dramatismo al momento y sintiéndose
respaldada por el aliento de el resto antes de comunicárselo a su expectante
madre. Contra más tarde se enterase, más tarde
empezaría a revivir su pena recordando aquellos últimos momentos.
La muerte de su esposo provocada
por ese mismo bicho, cinco años atrás.
Frente
a su marido e hija, se puso a hablar, como si de una retahíla se tratase,
pretendiendo que ninguna interrupción bloquease su discurso. Los detalles de lo acontecido iban
acompañados de argumentos para ser disculpada. (Como si en realidad, ella tuviera la culpa
de algo). Ellos la miraban pensando: no
hace falta que sigas ya nos hemos enterado. Pero el miedo contenido a alzar la
mirada y enfrentarse con sus rostros, le hacía seguir hablando y hablando.
Un abrazo roto en lágrimas de impotencia,
esperanza y rabia contenida, ponían punto y final a aquel mal trago.
Junto a ellos, superaría lo que estaba por
venir, encararía su destino y sonreiría a la vida. Luego
a solas, lloraría la incertidumbre y se desahogarían sus miedos intentando aferrarse
a lo inexistente, tal vez como único recurso a su alcance.
Las
pruebas se sucedían. La hora de la próxima cita se esperaba con ansiedad, con
la esperanza de que algún test diera negativo y todo hubiese sido en error.
La
intervención quirúrgica era un hecho y contra antes se produjese, mejor.
Un tiempo de espera que se hace demasiado
largo, eterno. El temor a entrar en el quirófano lucha contra
las ansias de salir de él. El poder
decir se acabó, se abre paso entre los momentos depresivos y la proximidad de
lo terrible, hace mirar a su alrededor y gritar
¡NO! No
puedo dejarlos solos ahora. Hay que sacar fuerzas de flaqueza, la vida
pierde la concepción de propiedad.
Daría la vida por ellos y precisamente
por ellos debe conservarla. Por
ellos debe aferrarse a ella y ser más
fuerte que nunca.
En días anteriores había pensado en tantas
cosas.; si le tendrían que cortar el
pecho. Cuál sería su aspecto después de
la intervención. Si le seguiría atrayendo a su marido físicamente.
Quizás tendría que utilizar relleno en el sujetador toda la vida para disimular
su falta.
Pero
ahora, en el preciso momento de empezar a contar hacia atrás haciendo efecto la
anestesia, todo eso había perdido su relevancia. Ya
habría tiempo de pensar y afrontarlo, cuando llegase el momento.
Y
de nuevo abrió los ojos para ver la luz, de nuevo notó que seguía en este
mundo. Podía volverse a dormir
tranquila. En breves instantes, las dudas, los temores,
volverían a asaltarla. Por eso, aquellos inmensos minutos de relajación,
mientras el efecto de la anestesia durase, debía aprovecharlos como si fuesen
los últimos.
La habitación se ve inundada de
felicidad.
La intervención ha salido
satisfactoriamente bien, los ganglios no están afectados. En la soledad el dolor era superado por
la esperanza y sus lágrimas ya blancas y llenas de luz. Unos
días de respirar tranquila esperando que llegasen los resultados de las pruebas
finales.
Lo que debía
ser el final, no es más que el pistoletazo de salida. El
riesgo de reaparición es alto y la prevención es el único medio opcional de que
esto no vuelva a ocurrir en el futuro.
Tenía
por delante un camino, que pensaba no iba a tener que recorrer. ¿Cómo decir que no a la quimio, a la radio, a
las pastillas o a cualquier tratamiento, por muy agresivo que fuese, que el
oncólogo considerase en ese momento oportuno? No es que estuviese en juego su futuro. Estaba
en juego el no tener que volver a dar a los suyos de nuevo esa noticia. Estaban
en juego, cientos de besos, miles de abrazos.
Infinidad de anocheceres pudiendo
ir de habitación en habitación a decir buenas noches y todos los amaneceres
despertando con un os quiero en sus labios.
En pocas sesiones, la agresividad de aquel
veneno que destruía todo lo que se cruzaba en su camino, empezó a consumirle
hasta el alma.
En el escenario
de la vida, comenzaba la representación de una comedia. El drama quedaría oculto tras las
bambalinas. El público debía percibir siempre, solo la
positividad irónica, que provocase su leve sonrisa ante cualquier desenlace y
ella debía incluirse en ese mismo público, para disfrutar también con la
representación de sus compañeros de reparto.
Y así, cada día, un sainete (tal
vez aparentemente burlesco) daba pie para que la obra siguiese su curso.
Que mejor
complicidad que su hija con tan solo dieciséis años, fuera quien empuñase la
maquinilla y le rapase el cabello que ya se le caía a mechones por sí
solo y bueno, que dejaría de pertenecer a su ser en un corto tiempo.
Momento que a madre e hija, le quedaría grabado como
un bello acto de solidaridad, ante la atenta mirada de quien con un gesto
sonriente, allí al lado, observaba aquel espectáculo tan extraño como
sorprendente.
El primer regalo, aquel sombrero
(gorro) de tela, escogido con todo el amor.
Nada de pelucas postizas que
ocultasen la realidad a costa de incrementar más incomodidades de las que ya
soportaba su cuerpo.
Un pretexto más por su parte, para no
provocar un gasto económico que le parecía excesivo, por más que le dijesen que
en esos momentos, precisamente el dinero carecía de importancia.
Cada
cierto tiempo, en los largos y fríos pasillos, los esperpénticos disfraces esperaban
a ser llamados, para despojarse de su careta. Las venas
abrasadas gemían su dureza y los
deslucidos cuerpos acostados se resignaban a su cautiverio.
----Ya
queda menos ----. Era la
frase consoladora que con resignación se pronunciaba. Los
ánimos de las enfermeras, como aliento necesario. La
necesidad de ganar aquella guerra batalla a batalla. La realidad ante sus ojos, encarnada en
aquella aguja clavada en su brazo.
Y de nuevo
a la comedia. Embozada en su eufemismo
dibujando una sonrisa en sus labios.
Coraza erguida durante unos
minutos de compañía, desando la soledad para derrumbarse y descansar su
esfuerzo. Un cansancio tan inmenso, que
ni en sueños era capaz de levantar el vuelo.
En el patio
de butacas, aplaudían aquellos que sin pagar entrada, se acercaban a disfrutar
de la representación. Los que de buena fe, deseaban un final feliz y los otros, quienes se regodean sintiendo pena
del de enfrente, por miedo a mirar en su interior, vacio de cualidades.
Por
fin, las sesiones que quimio, habían terminado.
Por delante el horizonte de recuperar fuerzas, antes de afrontar la
próxima etapa. Pero las fuerzas eran
muy pocas y el tiempo muy escaso.
Comenzaba
la radio y antes de tener bríos para levantar la mirada, otra mano infame con
guante negro, le obligaba a bajar la cabeza. ¿Cuándo la sombra del agotamiento, daría un
respiro? ¿Cuándo podría dejarse
abrazar con fuerza, sin ahogar un ¡ay!?
Y la frase de consuelo, volvía
a resonar en su mente ---- ya queda menos ----.
Con cada
sesión, el horizonte, se veía más cercano. Todo el sufrimiento tenía una única meta,
la tranquilidad de deber cumplido. Poco a poco las espinas del camino, serían una
alfombra de pétalos por los que caminar de la mano de los que más quería y tras
la última palabra de aquel relato, comenzaría otro. Otro
donde los grises serían sustituidos por los diversos colores. Donde las palabras sombrías retomarían la
luz. Donde el invierno daría paso a la primavera. Donde
el cruel recuerdo se convertiría en anécdota.
Y por
fin llegó el momento. Cuantas
cosas habían cambiado en aquel tiempo. Su cuerpo tardaría mucho en estar limpio
de impurezas. Los primeros brotes aparecían en sus cejas. Los cabellos grises, querían desterrar con
fuerza aquellos gorros y pañuelos, con su bonito aspecto ondulado que asemejaba
la grandeza del mar. Un simple, beso era valorado como un universo. Una
leve caricia, un huracán de brisas y una mirada, la nube de algodón más tierna.
El valor
de las cosas, era algo relativo. La ironía
de las frases, se había convertido en costumbre. La percepción
de la efímero, tenía un sentido material, sin embardo la materia, se diluía entre
la espuma de sus prioridades.
Unas
pastillas deberían acompañarla durante años. El persistente cansancio,
atenazaba sus ansias de surcar los cielos disfrutando de la belleza de montes,
valles y riachuelos que ofrecen el día a día.
Pero… Eso no le impediría seguir luchando
enarbolando la bandera de la libertad.
De su espada, se fueron trasparentando las palabras “ya queda menos” y
bajo su coraza, en el fondo de su alma quedó tatuada la frase:
CANSADA DE ESTAR CANSADA.
Me ha encantado
ResponderEliminarUn abrazo. Para los dos.
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