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miércoles, 3 de mayo de 2017

Horizonte



        Este relato, es una percepción que tal vez no tenga nada que ver con la realidad.
      Lo escribo desde un prisma de tercera persona, solo ella podrá saber si es acertado o no.
         Este relato lo escribo como un tributo a la persona más hermosa y maravillosa del mundo.    Esa MUJER, que sin saber porqué, sigue aquí a mi lado, como siempre sin motivo aparente, ella sabrá por qué.
      Cuanto le debo y que mal pagador soy.      Solo puedo decir que la adoro,   porque decirle “te quiero” se queda corto.

---- Frase tatuada -----

     La duda surgía, los pensamientos más siniestros se abalanzaban, agolpándose en su mente.        La cautela, el no crear incertidumbre entre los suyos le obligaría a guardar silencio.      El agua seguía cayendo de la ducha mientras sus manos se quedaban paralizadas junto a sus pechos.   Los dientes le castañeaban por los nervios y sus pupilas quedaban clavadas en un espejo donde toda ella se reflejaba.
         Era un bulto aparentemente pequeño en su mama izquierda,  tal vez,  quizás,  no sería nada o tal vez sí.
           Sus antecedentes familiares le hacían sospechar lo peor, pero remotamente necesitaba pensar que eso solo les ocurre a otras.         Estamos acostumbrados a ver las cosas desde la distancia.     Esa y muchas otras, que ojalá nunca nos toque vivir en nuestras carnes.
       En silencio esperó el día en que un médico le diera el resultado de esas pruebas.      Sola, sola dio mil vueltas al asunto. Sola lloró sus miedos. Sola sintió como los pasos de aquel monstruo la perseguía sabiendo que ya estaba atrapada y nada podía hacer para escapar.
    Ya no había remedio,  ¿Cómo decirlo?  ¿Cómo afrontar con naturalidad lo que sucedía? pero sobre todo   ¿Cómo no hacer sufrir a los que más quería?     ¿Debería guardar silencio?    ¿Cuánto tiempo podría ocultar lo inevitable?
             Se enfrentaría a ello cargada de contradicciones,  sintiéndose culpable de haber mentido (ocultado)  a su familia, teniéndoles que hacer entender que tan solo lo había hecho por evitarles durante un tiempo el que lo pasasen mal y sabiendo que por ello, solo por su buena voluntad, iba a ser recriminada.
     El enojo, la incomprensión,  la falta de sensibilidad de su familia, a eso si que le tenía verdadero miedo.
   Sentada dejó pasar las horas, redactó en su mente, mil y una frases distintas para dar la noticia,  frases que sabía que luego, no iba a pronunciar.      ¿Cómo decir algo que nadie quiere escuchar?   ¿Cómo seguir callando?    ¿Qué hacer?  Desde fuera, claro, las cosas son de otra manera. Ella hubiese exigido que si a sus padres,  marido o  hijas les ocurriese esto,  hubiesen sido claros desde el primer día.    Pero no eran los demás.  Era ella la única dueña de sus decisiones, aciertos y errores.
            Decidió hacerlo escalonadamente, de uno en uno, esperando ir sumando apoyos.  Planteamientos distintos para cada persona.    Quitando dramatismo al momento y sintiéndose respaldada por el aliento de el resto antes de comunicárselo a su expectante madre.    Contra más tarde se enterase, más tarde empezaría a revivir su pena recordando aquellos últimos  momentos.   La muerte de su esposo provocada por ese mismo bicho,  cinco años atrás.
            Frente a su marido e hija, se puso a hablar, como si de una retahíla se tratase, pretendiendo que ninguna interrupción bloquease su discurso.      Los detalles de lo acontecido iban acompañados de argumentos para ser disculpada.   (Como si en realidad, ella tuviera la culpa de algo).   Ellos la miraban pensando: no hace falta que sigas ya nos hemos enterado. Pero el miedo contenido a alzar la mirada y enfrentarse con sus rostros,   le hacía seguir hablando y hablando.
    Un abrazo roto en lágrimas de impotencia, esperanza y rabia contenida, ponían punto y final a aquel mal trago.
                 Junto a ellos, superaría lo que estaba por venir, encararía su destino y sonreiría a la vida.     Luego a solas, lloraría la incertidumbre y se desahogarían sus miedos intentando aferrarse a lo inexistente, tal vez como único recurso a su alcance.
          Las pruebas se sucedían. La hora de la próxima cita se esperaba con ansiedad, con la esperanza de que algún test diera negativo y todo hubiese sido en error.
  La intervención quirúrgica era un hecho y contra antes se produjese, mejor.
          Un tiempo de espera que se hace demasiado largo, eterno.       El temor a entrar en el quirófano lucha contra las ansias de salir de él.    El poder decir se acabó, se abre paso entre los momentos depresivos y la proximidad de lo terrible, hace mirar a su alrededor y gritar   ¡NO!     No puedo dejarlos solos ahora.      Hay que sacar fuerzas de flaqueza, la vida pierde la concepción de propiedad.
       Daría la vida por ellos y precisamente por ellos debe conservarla.       Por ellos debe aferrarse  a ella y ser más fuerte que nunca.

           En días anteriores había pensado en tantas cosas.;  si le tendrían que cortar el pecho.   Cuál sería su aspecto después de la intervención.  Si  le seguiría atrayendo a su marido físicamente. Quizás tendría que utilizar relleno en el sujetador toda la vida para disimular su falta.  
             Pero ahora, en el preciso momento de empezar a contar hacia atrás haciendo efecto la anestesia, todo eso había perdido su relevancia.   Ya habría tiempo de pensar y afrontarlo, cuando llegase el momento.
             Y de nuevo abrió los ojos para ver la luz, de nuevo notó que seguía en este mundo.  Podía volverse a dormir tranquila.       En breves instantes, las dudas, los temores, volverían a asaltarla. Por eso, aquellos inmensos minutos de relajación, mientras el efecto de la anestesia durase, debía aprovecharlos como si fuesen los últimos.
         La habitación se ve inundada de felicidad.
            La intervención ha salido satisfactoriamente bien, los ganglios no están afectados.       En la soledad el dolor era superado por la esperanza y sus lágrimas ya blancas y llenas de luz.    Unos días de respirar tranquila esperando que llegasen los resultados de las pruebas finales.
  Lo que debía ser el final, no es más que el pistoletazo de salida.   El riesgo de reaparición es alto y la prevención es el único medio opcional de que esto no vuelva a ocurrir en el futuro.
         Tenía por delante un camino, que pensaba no iba a tener que recorrer.  ¿Cómo decir que no a la quimio, a la radio, a las pastillas o a cualquier tratamiento, por muy agresivo que fuese, que el oncólogo considerase en ese momento oportuno?     No es que estuviese en juego su futuro.       Estaba en juego el no tener que volver a dar a los suyos de nuevo esa noticia. Estaban en juego, cientos de besos, miles de abrazos.     Infinidad de anocheceres pudiendo ir de habitación en habitación a decir buenas noches y todos los amaneceres despertando con un os quiero en sus labios.
     En pocas sesiones, la agresividad de aquel veneno que destruía todo lo que se cruzaba en su camino, empezó a consumirle hasta el alma.
  En el escenario de la vida, comenzaba la representación de una comedia.           El drama quedaría oculto tras las bambalinas.       El público debía percibir siempre, solo la positividad irónica, que provocase su leve sonrisa ante cualquier desenlace y ella debía incluirse en ese mismo público, para disfrutar también con la representación de sus compañeros de reparto.    Y así, cada día, un sainete (tal vez aparentemente burlesco) daba pie para que la obra siguiese su curso. 
 Que mejor complicidad que su hija con tan solo dieciséis años, fuera quien empuñase la maquinilla y le  rapase el  cabello que ya se le caía a mechones por sí solo y bueno, que dejaría de pertenecer a su ser en  un corto tiempo.
          Momento  que a madre e hija, le quedaría grabado como un bello acto de solidaridad, ante la atenta mirada de quien con un gesto sonriente, allí al lado, observaba aquel espectáculo tan extraño como sorprendente.
             El primer regalo, aquel sombrero (gorro) de tela, escogido con todo el amor.      Nada de pelucas postizas que ocultasen la realidad a costa de incrementar más incomodidades de las que ya soportaba su cuerpo.
          Un pretexto más por su parte, para no provocar un gasto económico que le parecía excesivo, por más que le dijesen que en esos momentos, precisamente el dinero carecía de importancia.

          Cada cierto tiempo, en los largos y fríos pasillos, los esperpénticos disfraces esperaban a ser llamados, para despojarse de su careta.   Las venas abrasadas gemían su dureza y  los deslucidos cuerpos acostados se resignaban a su cautiverio.
        ----Ya queda menos ----.        Era la frase consoladora que con resignación se pronunciaba.      Los ánimos de las enfermeras, como aliento necesario.        La necesidad de ganar aquella guerra batalla a batalla.              La realidad ante sus ojos, encarnada en aquella aguja clavada en su brazo.
    Y de nuevo a la comedia.   Embozada en su eufemismo dibujando una sonrisa en sus labios.       Coraza erguida durante unos minutos de compañía, desando la soledad para derrumbarse y descansar su esfuerzo.  Un cansancio tan inmenso, que ni en sueños era capaz de levantar el vuelo.
  En el patio de butacas, aplaudían aquellos que sin pagar entrada, se acercaban a disfrutar de la representación. Los que de buena fe, deseaban un final feliz y  los otros, quienes se regodean sintiendo pena del de enfrente, por miedo a mirar en su interior, vacio de cualidades.
           Por fin, las sesiones que quimio, habían terminado.  Por delante el horizonte de recuperar fuerzas, antes de afrontar la próxima etapa.     Pero las fuerzas eran muy pocas y el tiempo muy escaso.
              Comenzaba la radio y antes de tener bríos para levantar la mirada, otra mano infame con guante negro, le obligaba a bajar la cabeza.        ¿Cuándo la sombra del agotamiento, daría un respiro?    ¿Cuándo podría dejarse abrazar con fuerza, sin ahogar un ¡ay!?          Y la frase de consuelo, volvía a resonar en su mente        ---- ya queda menos ----.
         Con cada sesión, el horizonte, se veía más cercano. Todo el sufrimiento tenía una única meta, la tranquilidad de deber cumplido.    Poco a poco las espinas del camino, serían una alfombra de pétalos por los que caminar de la mano de los que más quería y tras la última palabra de aquel relato, comenzaría otro.        Otro donde los grises serían sustituidos por los diversos colores.       Donde las palabras sombrías retomarían la luz.     Donde el invierno daría paso a la primavera.    Donde el cruel recuerdo se convertiría en anécdota.
       Y por fin llegó el momento.        Cuantas cosas habían cambiado en aquel tiempo. Su cuerpo tardaría mucho en estar limpio de impurezas. Los primeros brotes aparecían en sus cejas.      Los cabellos grises, querían desterrar con fuerza aquellos gorros y pañuelos, con su bonito aspecto ondulado que asemejaba la grandeza del mar. Un simple, beso era valorado como un universo.     Una leve caricia, un huracán de brisas y una mirada, la nube de algodón más tierna.
     El valor de las cosas, era algo relativo.   La ironía de las frases, se había convertido en costumbre.   La percepción de la efímero, tenía un sentido material, sin embardo la materia, se diluía entre la espuma de sus prioridades.
          Unas pastillas deberían acompañarla durante años. El persistente cansancio, atenazaba sus ansias de surcar los cielos disfrutando de la belleza de montes, valles y riachuelos que ofrecen el día a día.   Pero…      Eso no le impediría seguir luchando enarbolando la bandera de la libertad.     De su espada, se fueron  trasparentando las palabras “ya queda menos” y bajo su coraza, en el fondo de su alma quedó tatuada la frase: 

 CANSADA DE ESTAR CANSADA.












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