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martes, 29 de mayo de 2018

Dos iguales







  Los abrazos y besos, eran algo normal entre las amigas.
   Al contrario que entre los chicos, no estaba mal visto el que fuéramos cogidas de la mano o de la cintura por la calle.      Que entrásemos juntas en el cambiador de una  tienda de ropas, y nos viésemos en ropa interior,  incluso desnudas. 
            Cuando dormíamos en la misma casa algún fin de semana, lo hacíamos en la misma habitación incluso en la misma cama.   Eso daba igual jamás tuvo importancia.
      Ella y yo siempre fuimos confidentes de inconfesables secretos.    Nos contábamos todo, incluso las intimidades que surgían en nuestras relaciones adolescentes, una vez que  empezamos a salir con chicos.
     Su vida empezaba a diferenciarse de la mía,  la envidia me corroía y la necesidad de demostrar que yo también podía  sentir aquello que ella decía sentía me empujaba a inventar historias fantásticas sobre una relación que en realidad era un desastre.  La mía con mi marido.   La que yo había provocado quedándome embarazada  poniendo medios insuficientes, para así poder casarnos el mismo día,  de no ser por el bebé, él nunca se habría casado con migo o al menos no tan rápidamente. 
   Siempre habíamos hecho todo junas y yo no quería que eso cambiase.         No podía permitir que ella fuese a ser madre y yo no.        Por eso me  obcequé en conseguirlo, en cuanto me confesó la primera falta.
       Ella siempre comentaba que la única diferencia entre las dos era un mes en la fecha de nacimiento de nuestros hijos y el no haber encontrado piso en el mismo bloque de viviendas “aunque solo nos separaban dos portales”

   Un día su madre sufrió un lamentable incidente.
     Un resbalón le provocó una rotura de peroné y hubo que ingresarla, por lo que esa noche mi amiga la pasaría en el hospital dándole sus cuidados y compañía.
          A media tarde, pasó por debajo de mi balcón y me saludó con la mano.  Llevaba una bolsa con un bocadillo, una botella grande de agua y el  miniordenador portátil que le ayudaría  a pasar el tiempo hasta que se durmiese más entretenida leyendo algo, sin dejarse la vista en la pequeña pantalla del móvil.

Cuando ya había anochecido dije en voz alta:
         . – Voy a dar un paseo al parque - ¡bah! como si no hubiese dicho nada.    
              Mi marido ni se inmutó. Estaba viendo un partido en la tele y mi hijo estaba demasiado entretenido con un juego en el ordenador en la habitación. Ya ves como para  preocuparse de donde iba su madre.

    Entré en el portal con el nº 21.   La luz de la escalera no funcionaba.     Cuando llegué al segundo piso, por debajo de la puerta se dejaba ver una pequeña claridad.    Llamé al timbre y al momento el resplandor de la luz del pasillo intentó deslizarse por aquella rendija e iluminar el suelo del rellano.  Un hombre aburrido abrió la puerta.

       Al verme allí intentó simular el gesto y transformarse en la agradable persona que siempre mostraba.
   Me mandó entrar atentamente.  Que asco.
          Me sorprendió que su aliento oliese a bodega.   
               En el sofá tres almohadones amontonados en un lado y una manta arrugada.   Sobre la mesa unas latas de cerveza y una botella de vodka.
      Me sorprendió la dejadez de no utilizar ni si quiera un vaso para hacer esa mezcla tan repugnante.

     Me mandó sentar y me ofreció si quería tomar algo, a lo que contesté que no.   –solo venía a ver si necesitabas algo - 
 Su hijo al igual que el mío estaba en su habitación frente a la pantalla que los tenia atrapados.
      Su mirada se empezó a volver desagradable mientras miraba mi escote y su gesto de baboso imitaba al de mi marido cuando ponía sus ojos en otras.
                      “incluida mi amiga”
   Todo pareció derrumbarse a mi lado y al mismo tiempo la mala persona que poseía mi interior parecía alegrarse del desenlace de aquella visita.    Me levante del sillón.
          .- bueno si no necesitas nada me voy que me están esperando.
      Al llegar a la calle, llamé por teléfono, no me apetecía nada ni siquiera pasar por casa.
.-oye, que esta noche la voy a pasar en el hospital.
         Ni si, ni no, ni todo lo contrario, al fin y al cabo daba igual. Estaba muy interesante el partido y había cervezas en la nevera. 
      Nunca nos lo dijimos con palabras, dejamos de sentir envidia la una de la otra por nuestras vivencias fingidas.
            Esa noche, sentadas junto a la cama de su madre, con nuestras manos cogidas, nos hicimos las dormidas cerrando los ojos.   Sabiendo que sí.  Las vidas de las dos, eran las  iguales.
   



 





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