Pensada de la tarde del jueves
En busca de …
Cabizbajo, salió con dirección a la montaña.
Tras horas de escalar por terrenos
escarpados llegó a la cima. Miró a su
alrededor, alzó sus brazos y rebuscó en las nubes, levantó su mirada al cielo y lo escudriñó
palmo a palmo, pero no estaba allí. Así que
cabizbajo, volvió a bajar la empinada pendiente.
Llegó al pueblo y antes de entrar en
casa, decidió bajar al valle. Tal vez, nada se perdía por intentarlo.
Siguió el camino de arena hasta llegar al pequeño puente. Luego
recorrió las dos orillas, se arrodilló
para ver el reflejo de su rostro en el agua clara del río.
Agudizó su mirada para poder ver lo que
había en el fondo. Piedrecitas bajo la corriente en la que
nadaban unos pececillos comiendo verdín. Pero allí tampoco estaba.
Junto al tronco de un árbol, aprovechando
la sombra que le brindaba se sentó a descansar. Una
roja fruta madura, como por casualidad cayó a su lado. La abrió hincando sus pulgares en la pulpa
hasta llegar al hueso.
Sí,
su ingesta le refrescó, pero en su interior tampoco encontró lo que buscaba.
Cabizbajo, sí seguía cabizbajo cuando
regresó a casa.
Estaba a punto de atardecer.
Abrió las contraventanas del comedor para que
entrase algo de la poca luz que restaba del día.
Una pelota propinó un gran golpe al cristal haciéndolo
añicos. Malhumorado fijó si vista en
el exterior.
Allí
la cara de dos niños perdía la sonrisa al verlo, se quedaron asustados, tanto
que no eran capaces ni de dar un paso, para salir corriendo.
Aquel viejo gruñón, ogro durante tantos
años, saltó por la ventana al patio con la pelota en su mano y la lanzó con todas sus
fuerzas contra otro cristal. Cuando este cayó al suelo hecho pedazos tras
el estruendo provocado por el golpe, el viejo junto a los dos niños soltaron
una gran carcajada al unísono.
Por fin, allí estaba lo que había
olvidado hacía ya tantos años, la trastada que aquellos niños, le habían
devuelto la sonrisa.
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