Barrio de los tiradores altos, calles
estrechas y empinadas, escalones que sienten tus pasos cada día, observadores
mudos que te han visto crecer, testigos de alegrías y tristezas, amores y
desamores de tu preciosa adolescencia. Paredes
blanqueadas con cal, que han ido siendo derruidas, para dar paso a ladrillos de
cara vista, dejando en el olvido aquellos corazones que con la punta de un
clavo, dibujamos en ellas generación tras generación, encalados cada primavera,
dejando entrever la profunda hendidura con que la fuerza del amor los había
marcado.
Como pasa el tiempo. Una bebita, que abrazaba un oso de peluche al cual no rodeaba con sus bracitos,
para sentir más cerca la voz repetitiva que emitía diciendo: te quiero mucho.
Aquella
niña que en los últimos metros antes de entrar en casa a la vuelta del cole,
arrastraba la mochila llena de libros, harta de cargar con ella sobre sus
hombros toda la cuesta.
La que como tantas otras, a los
catorce, daba un toque de color a sus ojos, labios y mejillas, para creerse
mayor y prefería ser abrazada solo en la intimidad de su familia, por vergüenza
de parecer niña, ante sus amigas, que también lo eran.
Esa, que creyó que el cielo siempre
sería azul con su primer amor, dejando el paraguas en casa, donde siempre lo
encontrará sentado en el sofá esperando su regreso y en caso de que por el
camino le cogiese la tormenta, siempre la esperaría, una gran toalla esponjosa
y calentita, para secarle sobre todo en el interior.
Hoy, cumples veinte años, ya eres toda una
mujercita; Entenderás, que para este
personaje que te escribe, ya cincuentón, sigas siendo una mocosa traviesa, a la
que achuchar entre sus brazos de lustro en lustro, cuando se acerca a esa
pequeña gran ciudad y entre tanto seguir recopilando datos, para poder
imaginarse tu andadura día a día y cada ocho de Abril, trasladar su alma en la
distancia para darte un beso, sabiendo que tu corazón, escucha con ilusión lo que el suyo dice.
Bueno pequeñuela, disfruta este día y felices sueños.
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