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lunes, 31 de octubre de 2016

CAP.- 11º--- La gruta del musgo ---



Dulce.- Luis ¿qué haces aquí?
Luis.-  te tenía que dar ahora mismo una guantá. ¿Y tú? Responde
Dulce.- que he subido a ver la cueva que hay debajo de la peña, pero nada, no es esa
Luis.- ¿y por qué no me has dicho nada? Habríamos ido juntos. Verás cómo se enteren papá y mamá
Dulce.- pero si cada vez que te saco el tema te haces el loco
Luis.- cuando empezarás a pensar un poco en los demás

   Algo pareció moverse tras aquellos matojos. Un escalofrió les sacudió la espalda dejándoles las vertebras crispadas.

Dulce.- ¿qué es eso?
Luis.- será un conejo
Dulce.- pues tiene que ser grande

     El miedo no les dejaba moverse del sitio. Ella no quería mirar, cerraba los ojos esperando que nada la rozase.
           Él no quería volver a ver, aquella abertura en la roca dándole la bienvenida.

     Por un momento se levantó viento, silbaba una melodía hipnótica susurrando una nana.
        Para intentar refugiarse de él, se agazaparon junto a los matojos, en cuclillas.   
Temblorosa se abrazó a su hermano, tenía mucho sueño.
    Luis puso las palmas de sus manos en los oídos para no escucharlo.   Luego el viento paró.

Luis.- vamos para casa antes de que nos echen de menos
Dulce.- que miedo y que paz, casi me quedo dormida
Luis.- solo era el viento, no pasa nada
Dulce.- además, estoy contigo
Luis.- pues claro, mi pequeñaja
Dulce.- ese sitio tiene algo
Luis.-  sí un nido de culebras
Dulce.- calla, que me da repelús
Luis.- anda tira pá casa mocosa

      De vuelta cogieron unas florecillas silvestres, había que poner algún pretexto para esa excursión.

Dulce.- mamá, quédate quieta y cierra los ojos
Madre.- ¿Dónde habéis ido?
Dulce.- calla y cierra los ojos
Madre.- a ver qué vais a armar

    Entonces entró Luis a la cocina, se pudieron ante ella de rodillas y con gesto de ofrenda…

Luis.- ya los puedes abrir
Madre.- pero y estas flores
Dulce.- para ti

    La madre, cayó de rodillas al suelo y los abrazo a los dos con toda su alma.

Madre.- sois más tontos
Luis.- papá, trae la toalla
Madre.- calla imbécil
Padre.- ¿pero qué hacéis ahí de rodillas?
Madre.- mira lo que me han traído
Padre.- habréis roto lo hucha, sois más tacaños
Dulce.- pues son bien bonitas
Madre.- di que si hija. Para eso tú. A ver cuando se te ve un detalle
Luis.- bueno no discutáis. Que él también te hemos traído algo.   Cierra los ojos

     Dulce miró extrañada. Se volvieron a poner de rodillas y Luis sacó de su bolsillo una piedra.

Madre.- ya los puedes abrir

              El padre abrió los ojos, miró balanceando un poco la cabeza de un lado a otro, se arrodilló junto a ellos.  Sí, los abrazó, aproximó su boca al oído de Luis y antes de soltar una carcajada, le dijo en voz baja… vete a la mierda chaval.

     Los tres se revolcaban de la risa por el suelo, mientras la madre mantenía en sus manos aquel pequeño gran ramo.

Dulce.- nos quitamos esta ropa y desayunamos
Padre.- hoy voy hacer yo el desayuno, para que luego digas
Madre.- chicos hoy me da que vais a llegar a la hora de la comida con hambre

             Subieron juntos las escaleras, recorrieron el pasillo haciéndose cosquillas y cuando se separaron para cada uno entrar en su habitación, Dulce cogió por el brazo a Luis, lo miro fijamente a los ojos…  Tú y yo, ya hablaremos.   Él… respondió a la afrenta sacándole la lengua.

Madre.- vamos que se enfrían los torreznos
Padre.- qué coño torreznos, son tostas
Luis.- tienes razón, un poco tostás, sí que están
Padre.- así es como las preparaba el abuelo para que tengan el gustillo.    Se rayan un poco con el cuchillo y luego se les echa un chorrito de aceite de oliva, una mijita de sal y para chuparse los dedos
Dulce.-  yo voy a untarle un poco de mantequilla
Padre.- mantequilla, eso son pijadas
Madre.- no untes mantequilla que se va a poner gris
Padre.- no tenéis ni idea de lo que es bueno
Luis.- vamos, hagamos caso a la voz de la experiencia
Padre.- tú hijo tranquilo, si no te mueres es que está bueno
Luis.- tú primero
Dulce.- espera, yo que tú, antes bendeciría la mesa.   Por si acaso
Madre.- vaya hachazo te acaba de dar
Padre.- como quede una miga en el plato, os pongo toda la semana a régimen

       El teléfono sonó a media tarde.    El padre, confirmaba así la asistencia al evento solidario.   Todos los años acudían a la cena benéfica en representación de la asociación vecinal del barrio.    Casi siempre asistían las mismas parejas, por lo que ya se conocían y pasaban una maravillosa velada.
     Luis y Dulce, quedaban solos en casa y al día siguiente no había que madrugar.

Luis.- ¿Qué hay esta noche en la tele?
Dulce.- nada, un rollo
Luis.- podemos echar unas partidas a la consola
Dulce.- no, hoy vamos a jugar a otra cosa
Luis.- ¿a otra cosa?, ¿a qué?
Dulce.- siéntate. Yo pregunto y Tú no te escabulles
Luis.- eres muy pesada, no ves que no quiero hablar de eso
Dulce.- porqué has ido a buscarme esta mañana a ese sitio
Luis.- porque pensaba que allí te encontraría
Dulce.- ¿y por qué allí?
Luis.- porque te has llevado las botas de campo
Dulce.- ¿qué hay detrás de aquellas ramas?, ¿por qué te has tapado los oídos para no oír el viento? Luis, dime, ¿qué me estás ocultando?
Luis.- no te oculto nada, tienes mucha imaginación y eso solo es un libro, no lo entiendes???
Dulce.- a mi no me engañas, hoy lo he podido ver  en tú cara, tenías tanto o más miedo que yo, pero el motivo no era el mismo
Luis.- ¿jugamos a la consola o no?
Dulce.- vale, porque está visto que no quieres hablar, pero yo creo que te vendría bien de una vez, soltar esas cosas que tienes guardadas

             Se pusieron a jugar olvidándose de la conversación mantenida.      Luis ganaba todo el rato, pero Dulce no daba su brazo a torcer.       Insistía en seguir jugando aunque fuese ya tarde, eso no podía quedar así.

Luis.- vámonos a dormir
Dulce.- la última, quien gane esta, gana todas
Luis.- pero la última
Dulce.- pero no te dejes ganar, en esta voy a tener ayuda

      Luis la miró con extrañeza, empezó la partida, Luis veía como inexplicablemente lo superaba en puntuación.  No le importaba perder con tal de irse a la cama, pero no de esa manera.
   Dulce veía como su hermano se esforzaba por superarla, pero era incapaz.

     Al terminar, ella se levanto alzando los brazos al aire gritando: GRACIAS SLAVKO, HEMOS GANADO.

     Las luces empezaron a parpadear y la pantalla se cubrió de rayas horizontales de diferentes colores.    Luis sentado, sentía como le faltaba la respiración, su vista se nublaba y el pulso se disparaba mientras Dulce seguía saltando, poseída por la alegría.   
 Dulce.- Lo sabía, lo sabía.    Sabía que tenía razón.   No es solo un libro.
           Una gama de grises, dibujó en las retinas de Luis las columnas caídas de aquella gruta. Este se frotó los ojos y al abrirlos de nuevo, pudo apreciar en la pantalla la imagen de un sapo, dormido a los pies de la tumba de Dubracko.

Luis.- ¡para Dulce, para!
       Tenía el rostro pálido y desencajado, el sudor le había empapado la camiseta y sus manos temblaban apoyadas en sus pantorrillas.

Dulce.- qué te pasa Luis, qué te pasa
Luis.- no lo sé, todo es por tu culpa
Dulce.- no pasa nada, tranquilo, estamos juntos
Luis.- no, no puedo, no quiero

    En ese momento, se dejó caer sobre el respaldo del sofá, tardó unos segundos en relajarse y romper a llorar.

Dulce.- tranquilo, vámonos a dormir
Luis.- yo hoy duermo en el sofá
Dulce.- no seas tonto, que dormimos juntos
Luis.- que no, que yo hasta que lleguen, de aquí no me muevo
Dulce.- pero si estás helado
Luis.- me da igual, yo me quedo aquí

      Dulce, subió a la habitación a por un edredón, se sentó junto a Luis, estrujó su cara contra el pecho y tapados se quedaron dormidos.

      Sus padres al llegar, allí los encontraron. Buena gana de molestarlos, ya se subirían a la cama, cuando abriesen el ojo.
     


CAP.- 10º--- La gruta del musgo ---



    La serenidad, el pasarlo bien y disfrutar del momento, fue el pacto acordado por los dos para esos días.

   Seguían con la normalidad. Iban al instituto, por la tarde salían los cinco a dar una vuelta hasta la hora de cenar y más tarde, la tertulia se alargaba hasta altas horas.

   El padre, siempre se iba el primero a la cama,(madrugaba mucho) minutos después ellos dos se subían a la habitación, llegaba el momento más esperado del día.    Se abrazaban y quedaban dormidos, sumidos en una gran felicidad. 
          Y allá a  las tantas las dos cotorras.

            Llegó el fin de semana. Daba igual que hubiese que madrugar para calzarse las botas.   El padre, no podía dejar pasar la oportunidad de retomar aquellos benditos tiempos cuando todos los sábados comían en el campo después de patearlo  arriba y abajo recogiendo tomillos y romeros con que hacer la hoguera en cuyos rescoldos, se asaban sardinas o el forro de cabeza, según el precio en el mercado.
   Ahora faltaba el abuelo, aquel chiquillo ya le sacaba casi la cabeza y aquella niña de coletas no lloraba para ir en brazos. Ellos pretendían verse igual pero los años no habían pasado  en balde y al subir la cuesta, el resuello de su respiración se encargó de recordárselo.

Madre.- vamos chicos, ahora coger ramas secas, para hacer la lumbre
Padre.- yo voy a recoger piedras para poder hacer un buen contorno de cortafuegos.
Tía.- pues yo me, voy con ellos
Padre.- cuidado con el lumbago abuela
Tía.- a mi no me pesan las botas como a otros
Madre.- menos charla y más recoger ramas. ¡AH! tomillos y romeros, que si no, no sabe igual

    (Todo eran risas hasta que llegaron a aquel sitio).

Tía.- ¿no queríais saber? Mira tú por dónde, aquí fue donde os encontraron, junto a esa roca.  Ahí estabais los dos como dormidos.
Dulce.-  nos dijiste que conocías bien este sitio
Tía.- sí claro, fueron muchos sábados viniendo a merendar en familia.   Desde niños, el abuelo y la abuela nos traían a tu padre y a mí, y nosotros seguimos la costumbre, hasta que pasó aquello, después ya no volvimos
Dulce.- y por aquí habrá muchas cuevas
Tía.- pues no, la verdad es que solo hay una y está bastante lejos
Dulce.- lejos como cuanto
Tía.- ¿ves aquella peña de allá arriba?, pues debajo, hay una pequeña cueva, que siempre estaba llena de agua limpia, hasta allí subíamos a llenar botellas, no había en el contorno un agua igual
Luis.- vamos a seguir recogiendo tomillos
Tía.- venga sigamos

               Dulce, se quedó mirando a los arbustos y según se acercaba a ellos para ver lo que escondían, Luis la agarró del brazo.

Luis.- vamos que te enrollas y al final ni ramas ni nada
Dulce.- bueno, bueno, que desde que te comes los mocos

       Luis le dio una colleja a la pequeña y los tres se echaron a reír.

Tía.- ya cobraste
Dulce.- algún día te vas a acordar
Luis.- anda tonta ¿me das un beso?
Dulce.- vete a la mierda
Tía.- ji, ji, que gracia.   Eso es algo solía pasar siempre cuando erais pequeños

          Un sábado feliz, una noche tranquila, una mañana de domingo que no querían se acabase, pues por  la tarde, la tía Lourdes, cogería de nuevo el tren de vuelta a sus viajes.

        A los pocos segundos de despedirla, parecía que algo imprescindible faltaba en sus vidas.  En el camino de vuelta a casa, todas palabras, eran dedicadas a la esperanza de su regreso.

Padre.- bueno chicos, esta noche cada mochuelo a su olivo  
Madre.- los tenías que haber visto
Padre.- a quién
Madre.- a estos dos, estas noches se han acostado juntos, abrazaditos los dos en la misma cama y con una cara de felicidad
Padre.- que te crees, los veía todas las mañanas y a vosotras dos.  Que parecíais dos ranas cada una en una cama
Madre.- por lo menos ella, no ronca
Dulce.- ¿nos podemos acostar hoy también juntos?
Madre.- pero solo esta noche, mañana ya cada uno a su habitación
Dulce.- gracias mami

                   Luis abrazó a su madre, como hacía tiempo no lo hacía, la mantuvo achuchada un buen rato y luego subió corriendo las escaleras.   La madre se quedó allí, de pie, sola, con los ojos cerrados, alargando la sensación de aquel calor.

Dulce.- Luis, he sido muy feliz esta semana
Luis.- yo también
Dulce.- ¿y por qué no podemos seguir siendo así?
Luis.- tal vez, porque nos hemos hecho mayores
Dulce.- entonces yo, no quiero ser mayor
Luis.- yo tampoco
Dulce.- ¿me abrazas?
Luis.- claro que sí, hasta mañana
Dulce.- eso, hasta mañana

      Las discusiones tontas se habían acabado. De repente se habían vuelto uña y carne. Su intensa complicidad, los hacía irreconocibles. Iban juntos a todos los sitios y siempre se les veía de buen humor.
     Las notas de Luis volvieron a ser buenas y todas las tardes se acercaban a la biblioteca.      Ella, seguía con sus aficiones a lo esotérico, mientras él, dedicaba el tiempo a leer  filosofía.

   Más de una vez, Dulce le preguntaba cosas sobre aquellos personajes y su cueva, de donde estaría.   Luis simplemente capeaba el temporal y cambiaba de conversación sin soltar prenda.

 En la sobremesa, la casa estaba en silencio, cada uno en su habitación hincando los codos para luego poder salir.
  El matrimonio sentado en el sofá con la tele bajita.
   La madre ojeaba una revista de cocina y el padre, se había quedado dormido.

Madre.- lo que puede hacer la presencia de una bruja
Padre.- que sí, que luego subes
Madre.- ¿pero qué dices?
Padre.- ¿Qué pasa?
Madre.- ¿te habías quedado dormido?
Padre.- no, estaba pensando
Madre.- anda ceporro, te estaba diciendo, que qué bien que sea tan bruja
Padre.- ¿Qué bruja?
Madre.- mi prima, no te fastidias
Padre.- ¿tu prima?, ¿qué prima?
Madre.- coño tu hermana
Padre.- mira aclárate, la bruja, tu prima o mi hermana
Madre.- estaba pensando que desde que vino la bruja de tu hermana, lo que han cambiado estos chicos
Padre.- tienes razón, parecen otros, ya casi echo de menos las broncas entre los dos
Madre.- déjate, que ya cambiará el viento, esta calma no puede durar mucho
Padre.- yo los veo muy a gusto, nos aprovecharemos del tiempo que dure

          Esa tarde, Dulce había estado hilvanando ideas.   Sus peregrinas conclusiones, aún no teniendo razón de ser, para ella eran lo suficientemente lógicas para  poner manos a la obra en su ejecución.
           La noche del viernes, una vez todos dormían, Dulce sin hacer ruido, metió en una mochila todas aquellas cosas que creía necesarias para su aventura.
         Cuerdas, linterna, el casco de montar en bicicleta y un puñal de supervivencia.
          Antes de despertar las primeras luces del día, se calzó las botas y salió de casa para investigar aquella cueva que según su tía, se albergaba bajo aquella gran peña.
     Por el camino iba repasando las palabras clave.
        Teníais que haber andado mucho
La cueva, estaba lejos
        Las ropas olían a humedad
Por lo que allí tenía que haber agua
       La cueva esta bajo una peña
Y allí seguro que comenzaban aquellas escaleras.

        Poco tardó en ver frustradas todas sus expectativas.
    Al llegar a la cueva, tras la larga caminata, resultó que era demasiado pequeña.
 Ató a la punta de la cuerda una piedra, poniendo en ella sus esperanzas.
             Probó y probó, pero en ningún sitio la profundidad superaba el medio metro.      El largo viaje, no había servido para nada.
 Metió su decepción en la mochila y se encaminó a la cuesta abajo.

      Cuando Luis se levantó y vio que su hermana no estaba, sin dudarlo abrió el armario.   Las botas no estaban.     Salió corriendo sin decir nada.       Llegó a aquel lugar y empezó a abrirse paso entre el denso ramaje de aquellos arbustos que bloqueaban la entrada de la gruta.

De repente…   Se oyó una voz…



sábado, 29 de octubre de 2016

CAP.- 9º--- La gruta del musgo ---



    Luis se ponía el pijama con la luz apagada, sin percatarse de que Dulce aún no estaba dormida.    Tan solo unos finos hilos de luz, entraban entre las láminas de la persiana.

Dulce.- Luis, siéntate aquí
Luis.- estoy muy cansado
Dulce.- no, no estás cansado.   Yo ya no me acordaba de cómo éramos de pequeños
Luis.- pues pequeños
Dulce.- ¿tú te acuerdas del día que dicen que nos perdimos?
Luis.- no, ya no me acuerdo
Dulce.- hay que averiguar dónde  nos encontraron
Luis.- ¿para qué? No merece la pena
Dulce.- llevo soñando dos meses, con unos niños bajando unas escaleras
Luis.- todos soñamos
Dulce.- si, pero es que esos niños son los que están en esta foto, somos tú y yo.   No me mientas más ¿Qué pasó?
Luis.- de verdad, olvídalo.  Desde que empezaste a remover y darle vueltas a esta historia, cada día estoy peor y hoy que estoy bien, déjame dormir.
Dulce.- ¿te quieres acostar aquí a mi lado y nos dormimos abrazados?
Luis.- ¿te acuerdas de cuando lo hacíamos de pequeños?
Dulce.- no mucho
Luis.- yo sí, era algo maravilloso
Dulce.- elige, pared o borde
Luis.- yo siempre borde, para que no te cayeses
Dulce.- ay Luis, cuanto te quiero

     Esa noche, abrazados, durmieron como hacía tiempo no lo hacían.   Ni un sueño perturbó su descanso.
       Como estaba previsto a la mañana siguiente salieron de compras.     Dulce ya tenía pensado a que tiendas llevar a su querida tía. 
        Hacía tiempo que tenía ganas de unas zapatillas chulas, pero eran caras y su madre no estaba por la labor.
      Primero se acercaron a un comercio de ropa juvenil.

Dulce.- mira tía que chaqueta,  que con esta camisa y este pantalón, Luis iría hecho un pincel
Tía.- pero deja a tu hermano que escoja él
Luis.- hombre esta chaqueta está muy bien, pero…
Dulce.- no la quiere porque es muy cara
Luis.- eres tonta, cállate
Tía.- tampoco es tan cara, además para una cosa que os voy a regalar en un montón de años
Luis.- ya, pero mamá se va a enfadar
Dulce.- y si le quitamos las etiquetas
Tía.- ja, ja, mujer tenias que ser
Luis.- bueno pero solo la chaqueta y el pantalón
Tía.- decidido, las tres cosas
Luis.- ¿y tú?
Dulce.- para mí, vamos a otro sitio
Tía.- ¿dónde?
Dulce.- seguirme

     ...Tras unos minutos andando…

Dulce.- aquí es

   A dulce se le salían los ojos mirando aquellas deportivas.

Tía.- ¿y qué quieres de aquí?
Dulce.- esas zapatillas tía
Luis.- estás loca, que valen un pastón
Tía.- ¿Cuánto es un pastón?
Dulce.- más o menos lo que te has gastado en la ropa de Luis
Tía.- a no, eso me parece que es tirar el dinero
Dulce.- tía, pero yo solo quiero una cosa.   Nada más
Tía.- pero esto es una estafa
Luis.- pero como su amiga las tiene, pues claro
Tía.- ay madre mía, esta pre-adolescencia
Dulce.- ¿eso es un sí?
Tía.- sí, creo que sí
Luis.- mamá se va a enfadar
Tía.- vamos entra y pídelas
Dulce.- las rosas, quiero las rosas
Luis.- eres más pija…
Dulce.- ay tía, pero cuanto te quiero
Tía.- y ahora, ¿dónde queréis que vallamos a tomar algo?
Luis.- hay una terraza en un bar del centro, que sirven unos croissants de escándalo.
Tía.- ¿y por qué no?   Vamos a probarlos

    En la terraza, sentados, desayunaban y hablaban de cómo iban en el instituto con los estudios.   Ante la mirada atónita de Dulce, increíblemente Luis, directo y conciso preguntó a su tía:

Luis.- ¿Qué pasó realmente el día aquel en que estuvimos perdidos?
Tía.- es algo que está olvidado
Luis.- yo recuerdo poco, pero Dulce no se acuerda de nada
Tía.- mejor, ¿para qué recordar?
Luis.- pero es que esta, quiere recordar
Dulce.- Luis, ¿te pasa algo?
Luis.- no.  Tú quieres saber, pues aquí hay alguien que te lo puede contar
Dulce.- no majo. Yo quiero saber lo que sabes tú
Tía.- no discutáis.   Esa fue la decisión de vuestros padres
Luis.- por eso te lo pregunto a ti, a ellos no les quiero hacer recordar.    ¿Lo entiendes?
Tía.- sí, entiendo.

      Esa tarde, como muchas tardes de verano, salíais a jugar a la calle.  Dulce, se quedaba en la acera con las demás niñas y tú, casi siempre solo, te ibas al cerro a romper zapatos.
     Nadie sabe porqué, esa tarde Dulce se fue contigo.

Cuando empezó a anochecer, salimos a llamaros para cenar. No estabais, nadie había ya en la calle, nadie sabía nada de vosotros,  esa tarde nadie os había visto.

   Vuestros padres, algunos vecinos y yo, salimos a buscaros por el monte, pero no os encontramos.      La noticia corrió rápidamente y se pusieron a organizar una batida con perros sabuesos para salir al amanecer coordinada por los servicios municipales y de emergencia.

Dulce.- entonces no nos encontrasteis y pasamos la noche en el campo
Tía.-  así fue, volvimos desolados después de recorrer todo lo imaginable y nada.

              Pasamos el resto de la noche sentados en casa del abuelo, esperando a que alguien llamase a la puerta y todo acabase.  Los minutos se hacían eternos y el silencio se nos metía en las entrañas.  

    Esa noche, en un momento concreto nos sobresaltamos todos.       La montaña dio un rugido como nunca antes lo había hecho, parecía como si algo la hubiese sacudido desde sus entrañas.

    Como os he dicho al amanecer nos juntamos en la plaza.
Nos dijeron que no debíamos haber salido por la noche al campo, nos pidieron ropa vuestra para dársela a oler a los perros y nos obligaron a ir por detrás. 
        Dijeron que nuestro olor podía despistarlos y hacerles seguir nuestro rastro en vez del  vuestro.

    Allá a las diez de la mañana, oímos silbar, a continuación empezaron a sonar los silbatos, para indicar la dirección.

       Cada uno íbamos por un lado, haciendo una especie de abanico.    Cuando yo llegue, a vuestros padres los sujetaban a unos metros de donde estabais, a mí tampoco me dejaron acercarme.    Pude oír como el médico decía:   
                               .-----No se puede hacer nada.

  Teníais la ropa empapada, y olía mucho a humedad, como si hubieses estado en alguna cueva.  Debisteis haber andado bastante, porque por allí, la noche anterior habíamos pasado tanto a la ida como a la vuelta y puedo asegurar que allí no estabais, porque esa zona la conocía bien.

    Luego de repente, empezasteis a toser y a respirar como por arte de magia.

       (Luis y Dulce seguían mudos, escuchando el relato con los ojos grandes como platos y a punto de desbordarse).

         Os bajamos a casa para acostaros, teníais cara de estar muy cansados.  Cuando os desnudaron, vieron que no había ningún síntoma de violencia. Estaba claro, se dio por hecho que os habíais perdido y el cansancio hizo el resto.

   Nos dijeron los psicólogos, que no había que hacer de eso un episodio traumático.     Todo había acabado bien, así que  mejor olvidar aquel día, que dejásemos pasar el tiempo y en unas semanas vosotros lo olvidaríais sin más.
             Y eso es todo, nunca más volvimos a hablar de ello, aunque eso sí, cada vez que tardabais en llegar,  estábamos con el alma en vilo.

Dulce.- pues sí, lo tuvisteis que pasar muy mal
Tía.- mucho, hay situaciones en la vida que no se le desean ni al peor enemigo
Luis.- pues ya sabes lo que pasó aquel día

     Dulce, le dio un puntapié y luego se sonrió diciendo con un susurro: mentiroso

Tía.- pero si ya se nos ha hecho la hora de comer, vamos que estará mami geniuda.

        Así que pagaron la cuenta y se fueron a casa.