Sentados en torno a la mesa, cada uno donde
debía estar, miraban hasta ese sitio vacio, el que señalaba el brazo más largo,
el lugar destacado, donde esperaban un día, por fin fuese ocupado por Dubracko.
Hopkin.- él
no está y mientras siga ausente, me debéis todo el respeto y obediencia, cosa
que parece habéis olvidado.
Didacus.- yo
siempre mantuve mi fidelidad, en razón de la cordura de mi edad, pero esos
niños, no pertenecían a este limbo en que nos encontramos
Larkin.- si
nadie hubiese ido royendo las ramas que ocultan
la entrada, nadie la habría encontrado
Kazimir.-
bien que salías a escondidas a frotar tus anillos entre sus raíces.
Rohesia.- este lo sabía y guardó silencio, porque gracias
a ello entraban insectos
Noll.- yo
me aproveche de esa circunstancia, sí, pero quién no. Tú también. O vas a negar que disfrutaras del mínimo rayo de luz para secar tus alas
Hopkin.- tal
vez todos tengamos parte de culpa de lo que ha sucedido, por eso a partir de
ahora nada de esto volverá a ocurrir
Kazimir.-
tienes razón, todos tememos culpa, pero tú, tú sigues teniendo aspecto casi
humano
Hopkin.-
Dubracko, así lo quiso
Kazimir.- él
no quiso que gracias a tu condescendencia, convirtieses a Rohesia en una bella
libélula y a mí en una asquerosa rata, como vosotros decís, habiendo cometido
la misma desobediencia
Hopkin.-
eres una envidiosa y demuestras cada día que lo tienes bien merecido
Didacus.- y
yo, un sapo, porqué, ¿por qué no un animal alado como Noll?
Larkin.-
calla viejo, tú al menos tienes patas
Hopkin.- lo
hecho nadie puede deshacer, tan solo
nuestras armaduras nos devolverán a nuestro estado. Yo también estoy harto de ser un duendecillo
paticorto y me aguanto.
Ojala,
me hubiera dejado como estatua de piedra, para no poder sentir la falta de paz
que reina en esta gruta.
Larkin.- no
intentes así justificar los errores cometidos
Hopkin.-
mejor que vallamos a dormir y que en el próximo despertar, sepamos evaluar los
errores cometidos, para no volverlos a repetir.
Las
antorchas, de nuevo comenzaron a difuminar su luz. Malhumorados, embriagados de
rencores, cada uno regresó a su guarida. Los
segundos de nuevo, contarían un paso adelante y otro hacia atrás, para así,
lograr la indefinición del tiempo en la espera.
Didacus acostumbrado al calor de
Demelza, buscaría ahora un lugar con humedad. Se fue arrastrando hasta llegar
al lado de donde yacía Dubracko. A los pies, cerraría sus ojos saltones para
intentar dormir y soñar con aquello que los niños le habían contado y vería
salir las flores una y cien veces, tantas como sus hombros, deberían haberse
cubierto por la nieve.
En el exterior, las nubes se juntaron en el
cielo formando una tormenta seca. De entre ellas, por un rayo de mil y un colores,
Slavko descendió para contemplar de cerca la grácil sonrisa que esbozaban los
dormidos finos labios de aquellos chiquillos.
Habían demostrado la valía que él exigía a
sus guerreros, la templanza que solicitaba a la tierra, el tesón del fuego, la constancia de las aguas y
la inmadurez del viento.
Desató las muñecas de Aloys y con aquellos restos de las
amarillentas barbas, mojadas aún por la humedad de las escaleras, aseó sus
caras y brazos.
Con sus tres largos dedos, arreglo sus
cabellos y almidonó sus ropas. Su
corazón se regó de un abstracto sentimiento, llamado paternidad.
Luego los sacó de entre la maleza y dejando
un suave beso de los labios en sus frentes, les suplicó el olvido.
Después… Volvió a ascender hasta su trono universal, desde
donde sin ser visto, todo lo observa.
El sol comenzaba a despuntar en el
horizonte.
Por la ladera, una batida de hombres y
mujeres salían en su busca, mirando tras cada matojo, debajo de cada piedra, en
el tronco de cualquier árbol, esperando hallar cualquier pista de su paso por
allí, que les indicase el correcto camino hasta el lugar de su paradero.
Los ladridos broncos de los perros y
las voces gritando sus nombres, se repartían por aquellos empinados senderos.
A
media mañana… Uno de los sabuesos, aceleraba su caminar
siguiendo un rastro. Nervioso,
tiraba de la correa. El dueño lanzaba
silbidos para que el resto tupiesen el cerco sobre el rastro conseguido.
Sobre un cacho de prado verde, junto a una
roca cubierta de densa vegetación,
permanecían inmóviles, tumbados los dos
angelitos.
----.-
aquí, aquí, los he encontrado
Los padres llegaban para abrazarlos entre el
tumulto de personas que se arremolinaban alrededor de aquellos niños
magullados.
Padre.-
Luis, Dulce, despertar, despertar
Madre.-
doctor, doctor, dese prisa
Doctor.- por
favor apártense, dejen que entre el aire
Madre.-
haga algo doctor
Los vecinos retiraron a los padres hacia
atrás, para que el doctor pudiese examinar sus cuerpos.
Pasados unos minutos, este se incorporaba
cabizbajo, no se atrevía a levantar la vista, en silencio se acercaba para
abrazar a los padres rotos en el dolor, que se desplomaban como muñecos de
paja, ante la desolación e impotencia de quienes allí estaban. Sin que nadie se percatara, las manos de
los pequeños, se deslizaban buscándose sobre la delicada capa de rocío hasta
encontrarse. Una sacudida electrizante
en sus cuerpos, les provocaba una tos espontanea y aquellos parpados se
abrieron, extrañados ante tal cantidad de gente.
Entre abrazos aplausos y vítores, llegaron hasta su casa.
Sus
padres los desvistieron y acostaron juntos en la cama de matrimonio. Pobrecitos, parecían tan cansados.
Tiempo habría de hablar de lo sucedido.
Abrazados, soñaron con aquella gruta, sus
escaleras, la lámpara iluminada, los seres que en ella habitaban, la voz tierna
que salía entre las barbas de aquel anciano y aquella luz inexplicable
limpiándoles el rostro con áspero estropajo.
Todos dieron por hecho que se habían perdido,
a nadie le interesó nunca lo sucedido, nadie preguntó jamás nada de lo que pudo
o no acontecer en aquellas horas.
Mejor, todo había sido un sueño, que ni entre
ellos se atrevieron a volver comentar, un espacio de tiempo que era preciso
borrar del recuerdo. Algo,
con lo que ni siquiera deberían volver a
soñar, haciendo caso, al sabio consejo de Slavko, como si un tupido velo hubiese envuelto ese sutil
rinconcito donde solo lo infinitamente preciado se guarda.
Transcurrieron las estaciones y después
de pasadas siete primaveras…
Luis.-
Mamá, mira Dulce, me ha tirado los apuntes al suelo
Madre.- Dulce, ayúdale a colocar los folios
Dulce.- si se te vuelve a ocurrir tocar la mesa de mi
cuarto, te los quemo
Luis.-
solo buscaba un simple bolígrafo, pero como tienes todo tirado
Dulce.- lo
tengo como me da la gana
Padre.-
podéis dejar de vocear de una vez, que no se puede estar ni un minuto tranquilo
en esta casa
Madre.-
pero no os da vergüenza, os lleváis como el perro y el gato, con lo unidos que
estabais cuando erais pequeños
Luis.- la
culpa la tiene esta
Padre.-
como tenga que ir yo, se va a perder alguna galleta
Dulce.-
pues dile que no enrede en mis cosas
Madre.-
venga, cada uno a su habitación y las puertas bien cerradas. No quiero oír ni una mosca
Luis.- me
voy a la biblioteca, aquí no se puede estudiar
Dulce.- yo
también voy a la biblioteca
Madre.- de eso nada, o uno u otro, los dos no
Dulce.-
claro como siempre, defendiendo al preferido
Luis.-
vale vete tú, pero déjame en paz, que tengo mañana un examen
(Esto estaba escrito que tarde o temprano
debía ocurrir).
Dulce caminaba despacio, se iba
fijando en todos los escaparates, para perder el tiempo.
Dulce.- vaya coñazo, ¿qué hago yo ahora en la
biblioteca?
Al pasar por delante de una librería se
quedó parada, algo parecía sujetar los pies sobre aquella baldosa de la acera.
Qué raro, ella no era mucho de libros.
Sus ojos quedaron mirando
fijamente a uno con pastas oscuras, tenía aspecto de viejo y en su costado
había escrita una palabra: Slavko.
Sin preguntarse el porqué, entró y preguntó
por aquel libro.
Dulce.-
buenas tardes ¿me puede enseñar ese libro?
Librero.- ¿el
de las pastas azules?
Dulce.- no,
ese, el oscuro
Librero.-
eres la primera persona que se interesa por él y mira que lleva tiempo aquí
Dulce.- sí,
parece de los de antes
Librero.- lo
teníamos tirado por el almacén y como esta semana dedicamos el escaparate al
misterio, la fantasía y la ficción, pues al empleado le dio por ponerlo como
adorno
Dulce.- ¿de
qué trata?
Librero.- ni
lo leí, ni conozco a nadie que lo haya leído. Ni si quiera sé como un día
apareció en el almacén hará ya cosa de seis años, seguro que cuando se hizo
limpieza, quedó por error en alguna estantería y eso lo libro de ir al
contenedor para su reciclaje.
Dulce.- la
verdad es que no sé porque le pregunto esto… ¿por cuánto me lo vende?
Librero.-
hagamos un trato, te lo llevas gratis, pero con el compromiso de leerlo y venir
a contarme de que va
Dulce.- no
estoy yo muy segura de cumplir ese trato, no soy yo mucho de leer
Librero.-
pues ese es el trato, si no, se queda adornando
el escaparate
Dulce.-
vale, me ha convencido, en fin, habrá que hacer un esfuerzo
Librero.-
pero si leer es muy entretenido
Dulce.- que
sí, que sí, que me ha convencido, tranquilo no me arrepienta antes de salir por
la puerta
Librero.-
toma el libro y ya sabes espero tu regreso
Dulce.- que
pesadez de hombre
Librero.- adiós
fierecilla, torres más altas han caído
Dulce.-
pero que ganará este tío con darme la chapa
Bueno, volvería a casa dando un paseo
mientras ojeaba aquellas láminas intercaladas entre las páginas del libro.
Parecían
hechas a mano, llenas de guerreros con extrañas armaduras brillantes.
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