La serenidad, el pasarlo
bien y disfrutar del momento, fue el pacto acordado por los dos para esos días.
Seguían con la
normalidad. Iban al instituto, por la tarde salían los cinco a dar una vuelta
hasta la hora de cenar y más tarde, la tertulia se alargaba hasta altas horas.
El padre, siempre se iba
el primero a la cama,(madrugaba mucho) minutos después ellos dos se subían a la
habitación, llegaba el momento más esperado del día. Se abrazaban y quedaban dormidos, sumidos
en una gran felicidad.
Y allá a
las tantas las dos cotorras.
Llegó el fin de
semana. Daba igual que hubiese que madrugar para calzarse las botas. El padre, no podía dejar pasar la oportunidad
de retomar aquellos benditos tiempos cuando todos los sábados comían en el
campo después de patearlo arriba y abajo
recogiendo tomillos y romeros con que hacer la hoguera en cuyos rescoldos, se
asaban sardinas o el forro de cabeza, según el precio en el mercado.
Ahora faltaba el abuelo,
aquel chiquillo ya le sacaba casi la cabeza y aquella niña de coletas no
lloraba para ir en brazos. Ellos pretendían verse igual pero los años no habían
pasado en balde y al subir la cuesta, el
resuello de su respiración se encargó de recordárselo.
Madre.-
vamos chicos, ahora coger ramas secas, para hacer la lumbre
Padre.-
yo voy a recoger piedras para poder hacer un buen contorno de cortafuegos.
Tía.-
pues yo me, voy con ellos
Padre.-
cuidado con el lumbago abuela
Tía.-
a mi no me pesan las botas como a otros
Madre.-
menos charla y más recoger ramas. ¡AH! tomillos y romeros, que si no, no sabe
igual
(Todo eran risas hasta
que llegaron a aquel sitio).
Tía.-
¿no queríais saber? Mira tú por dónde, aquí fue donde os encontraron, junto a
esa roca. Ahí estabais los dos como
dormidos.
Dulce.- nos dijiste que conocías bien este sitio
Tía.-
sí claro, fueron muchos sábados viniendo a merendar en familia. Desde niños, el abuelo y la abuela nos traían
a tu padre y a mí, y nosotros seguimos la costumbre, hasta que pasó aquello,
después ya no volvimos
Dulce.-
y por aquí habrá muchas cuevas
Tía.-
pues no, la verdad es que solo hay una y está bastante lejos
Dulce.-
lejos como cuanto
Tía.-
¿ves aquella peña de allá arriba?, pues debajo, hay una pequeña cueva, que
siempre estaba llena de agua limpia, hasta allí subíamos a llenar botellas, no
había en el contorno un agua igual
Luis.-
vamos a seguir recogiendo tomillos
Tía.-
venga sigamos
Dulce, se quedó mirando a los arbustos y según
se acercaba a ellos para ver lo que escondían, Luis la agarró del brazo.
Luis.-
vamos que te enrollas y al final ni ramas ni nada
Dulce.-
bueno, bueno, que desde que te comes los mocos
Luis
le dio una colleja a la pequeña y los tres se echaron a reír.
Tía.-
ya cobraste
Dulce.-
algún día te vas a acordar
Luis.-
anda tonta ¿me das un beso?
Dulce.-
vete a la mierda
Tía.-
ji, ji, que gracia. Eso es algo solía
pasar siempre cuando erais pequeños
Un sábado feliz,
una noche tranquila, una mañana de domingo que no querían se acabase, pues
por la tarde, la tía Lourdes, cogería de
nuevo el tren de vuelta a sus viajes.
A los pocos segundos
de despedirla, parecía que algo imprescindible faltaba en sus vidas. En el camino de vuelta a casa, todas
palabras, eran dedicadas a la esperanza de su regreso.
Padre.-
bueno chicos, esta noche cada mochuelo a su olivo
Madre.-
los tenías que haber visto
Padre.-
a quién
Madre.-
a estos dos, estas noches se han acostado juntos, abrazaditos los dos en la
misma cama y con una cara de felicidad
Padre.-
que te crees, los veía todas las mañanas y a vosotras dos. Que parecíais dos ranas cada una en una cama
Madre.-
por lo menos ella, no ronca
Dulce.-
¿nos podemos acostar hoy también juntos?
Madre.-
pero solo esta noche, mañana ya cada uno a su habitación
Dulce.-
gracias mami
Luis abrazó a su madre, como hacía tiempo
no lo hacía, la mantuvo achuchada un buen rato y luego subió corriendo las
escaleras. La madre se quedó allí, de pie, sola, con los
ojos cerrados, alargando la sensación de aquel calor.
Dulce.-
Luis, he sido muy feliz esta semana
Luis.-
yo también
Dulce.-
¿y por qué no podemos seguir siendo así?
Luis.-
tal vez, porque nos hemos hecho mayores
Dulce.-
entonces yo, no quiero ser mayor
Luis.-
yo tampoco
Dulce.-
¿me abrazas?
Luis.-
claro que sí, hasta mañana
Dulce.-
eso, hasta mañana
Las discusiones tontas
se habían acabado. De repente se habían vuelto uña y carne. Su intensa
complicidad, los hacía irreconocibles. Iban juntos a todos los sitios y siempre
se les veía de buen humor.
Las notas de Luis
volvieron a ser buenas y todas las tardes se acercaban a la biblioteca. Ella, seguía con sus aficiones a lo
esotérico, mientras él, dedicaba el tiempo a leer filosofía.
Más de una vez, Dulce le
preguntaba cosas sobre aquellos personajes y su cueva, de donde estaría. Luis simplemente capeaba el temporal y
cambiaba de conversación sin soltar prenda.
En la sobremesa, la casa
estaba en silencio, cada uno en su habitación hincando los codos para luego
poder salir.
El matrimonio sentado en
el sofá con la tele bajita.
La madre ojeaba una
revista de cocina y el padre, se había quedado dormido.
Madre.-
lo que puede hacer la presencia de una bruja
Padre.-
que sí, que luego subes
Madre.-
¿pero qué dices?
Padre.-
¿Qué pasa?
Madre.-
¿te habías quedado dormido?
Padre.-
no, estaba pensando
Madre.-
anda ceporro, te estaba diciendo, que qué bien que sea tan bruja
Padre.-
¿Qué bruja?
Madre.-
mi prima, no te fastidias
Padre.-
¿tu prima?, ¿qué prima?
Madre.-
coño tu hermana
Padre.-
mira aclárate, la bruja, tu prima o mi hermana
Madre.-
estaba pensando que desde que vino la bruja de tu hermana, lo que han cambiado
estos chicos
Padre.-
tienes razón, parecen otros, ya casi echo de menos las broncas entre los dos
Madre.-
déjate, que ya cambiará el viento, esta calma no puede durar mucho
Padre.-
yo los veo muy a gusto, nos aprovecharemos del tiempo que dure
Esa tarde, Dulce
había estado hilvanando ideas. Sus
peregrinas conclusiones, aún no teniendo razón de ser, para ella eran lo
suficientemente lógicas para poner manos
a la obra en su ejecución.
La noche del
viernes, una vez todos dormían, Dulce sin hacer ruido, metió en una mochila
todas aquellas cosas que creía necesarias para su aventura.
Cuerdas, linterna,
el casco de montar en bicicleta y un puñal de supervivencia.
Antes de despertar las primeras luces del
día, se calzó las botas y salió de casa para investigar aquella cueva que según
su tía, se albergaba bajo aquella gran peña.
Por el camino iba
repasando las palabras clave.
Teníais que haber
andado mucho
La cueva, estaba lejos
Las ropas olían a
humedad
Por lo que allí tenía que haber agua
La cueva esta bajo
una peña
Y allí seguro que comenzaban aquellas escaleras.
Poco tardó en ver frustradas
todas sus expectativas.
Al llegar a la cueva, tras la larga caminata,
resultó que era demasiado pequeña.
Ató a la punta de la cuerda
una piedra, poniendo en ella sus esperanzas.
Probó y probó,
pero en ningún sitio la profundidad superaba el medio metro. El largo viaje, no había servido para
nada.
Metió su decepción en la
mochila y se encaminó a la cuesta abajo.
Cuando Luis se levantó
y vio que su hermana no estaba, sin dudarlo abrió el armario. Las botas no estaban. Salió corriendo sin decir nada. Llegó a aquel lugar y empezó a abrirse
paso entre el denso ramaje de aquellos arbustos que bloqueaban la entrada de la
gruta.
De repente… Se oyó una voz…
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